sábado, 25 de septiembre de 2010

UN YOGA APROPIADO






Ya que el camino es interminable mientras dura, también lo es la búsqueda que nos conduce por y hacia él. Por eso, siempre que la práctica vaya acompañada de su reflexión, esta será no menos continua, en desarrollo permanente. Creo que vale la pena resguardar a la práctica de una reflexión excesiva que no haría otra cosa que paralizarla, así como conviene reservar a la reflexión una zona intocada, siempre más allá de su sola función utilitaria. Acaso la reflexión, en un feedback más o menos celoso con la práctica, reservando cada una para sí lo que es suyo y que garantiza, al mismo tiempo, el buen funcionamiento de tal retroalimentación, abra perspectivas de búsqueda que nos conduzcan en nuevas direcciones.

El caso es que brotan con la primavera ciertos interrogantes en torno de mi práctica de yoga. Por ejemplo: ¿es posible concebir una práctica que, al mismo tiempo que evita convertirse en mera gimnasia, no me obligue a disfrazarme para un carnaval multicultural en el que ni pierdo del todo mi propia identidad para adoptar una identidad exótica ni me apropio del todo de lo foráneo como lo haría un antropófago de ley? Y si esto fuera, como trato de que sea, posible, ¿qué hay con respecto a la forma que debiera tomar dicha práctica, no ya para adaptarse a mi contexto cultural sino, más particularmente, a mi condición personal? Tal vez lo que pueda suceder es que la formalización de las técnicas del yoga, al ser adaptadas al propio hábitat socio-cultural, se estandaricen de manera que puedan ser enseñadas y aprendidas como lo es la técnica de un instrumento musical. No se trata tanto de normalizar el estilo, la voz personal, como de aportar herramientas para que esa personalidad pueda realizarse mejor a sí misma. La técnica como la llave que abre la puerta personal de la gran Entrada sin puerta que menciona Mumon Ekai en su poema.




Y descubro cuando me interrogo sobre estas cuestiones que lo primero que puedo hacer con el yoga, para ingerirlo o incorporarlo en mi contexto, es depurarlo, por un lado, de sus elementos intrínsecamente indios e hindúes y agregarle, al mismo tiempo, los elementos que aporta mi manera occidental de pensar y experimentar el cuerpo para obtener una solución, en el sentido químico de la palabra, que ofrezca una concepción apropiada (digerida) del yoga. 

Esta nueva perspectiva va a tener que hacer frente a otros cuerpos, distintos de los cuerpos de la India, que han sido forjados a través de otros hábitos corporales y que por eso tienen diferentes limitaciones (y posibilidades). Y pienso que una buena manera de que esta perspectiva se haga cargo de esos cuerpos va a ser considerándolos desde el ángulo de nuestra tradición científica y de su desarrollo en el estudio de la anatomía. La kinesiología, en este sentido, puede aportar el conocimiento de la biomecánica cuyas leyes dan al cuerpo una especie de regulación sintáctica (estoy asociando desde mi tradición: el lógos se hizo carne). 







Entonces, elijo (como proponen muchos maestros occidentales, por otra parte) abordar la práctica de yoga desde el cuerpo. Pero no desde el cuerpo de la gimnasia sino desde un cuerpo-mente concebido como corpus semántico que exige un tipo especial de hermenéutica a través de la experiencia. Un cuerpo que se entrene con rigor, precisión, trabajo fino, pero un cuerpo cristiano al fin (más allá de cualquier adhesión religiosa trato de designar así una visión del cuerpo que toma en cuenta su debilidad como rasgo constitutivo). En esta dirección me interesa tomarme el cuidado de evitar un carácter que, con un doble sentido, podría llamar ario, haciendo alusión al pueblo que habría invadido el norte del subcontinente indio en tiempos remotos pero también a la “raza superior” germánica. Con la primera acepción pienso en el riesgo que conlleva adoptar como propio algo foráneo, mientras que con la segunda trato de aludir a una manera de pensar y practicar el yoga con la que me he topado y que resulta evidente desde el punto de vista de su estética, un yoga para presuntos guerreros (bellos, fuertes, sanos, invencibles) que surge de extrapolar imágenes de la mitología hindú a un temperamento propio de la lógica de la competitividad capitalista.

¿Cómo pulir la técnica con las herramientas que aporta nuestra tradición científica? ¿Cómo leer el relato de nuestra experiencia? ¿Cómo decodificar en el cuerpo los signos de ese relato?






Me parece que esto da para largo. Por ahora anoto estos interrogantes que van dando paso a lo que supongo que busca cualquier practicante de yoga: el propio camino. Ese camino que, como se ha dicho, se hace con el andar.

sábado, 18 de septiembre de 2010

EL CUERPO DEL SONIDO




Según una conocida tesis de Heidegger, el nombre Occidente, Abendland, no designa el lugar de nuestra civilización sólo en el plano geográfico, sino que la denomina ontológicamente, en cuanto el Abendland es la tierra del ocaso, del poniente del ser. Hablar de una ontología del declinar y ver su preparación y sus primeros elementos en los textos de Heidegger, sólo se puede hacer si se interpreta la tesis de Heidegger sobre Occidente transformando su formulación: no "Occidente es la tierra del ocaso (del ser)", sino "Occidente es la tierra del ocaso (y, por eso, la del ser)". Por lo demás, también otra decisiva fórmula heideggeriana, la que da título a una de las secciones del Nietzsche, "la metafísica como historia del ser", puede ser leída exactamente en el mismo sentido, con tal que se acentúe de manera correcta, es decir, conforme al conjunto del pensamiento heideggeriano. No la metafísica es la historia del ser, sino la metafísica es la historia del ser. No hay, aparte de la metafísica, otra historia del ser. Y así, Occidente no es la tierra en la que el ser se pone, mientras en otra parte resplandece (resplandecía, resplandecerá) alto en el cielo del mediodía; Occidente es la tierra del ser, la única, precisamente en cuanto es también, inseparablemente, la tierra del ocaso del ser.
Gianni Vattimo, en Más allá del sujeto



Keiji Haino & Fuyuki Yamakawa


El artista japonés (nacido en Londres) Fuyuki Yamakawa amplifica el sonido del latido de su corazón con un estetoscopio electrónico. Este sonido activa una serie de bombillas eléctricas que oscilan simultáneamente con el ritmo del latido. A través de técnicas especiales de respiración (siendo la respiración, por su doble función voluntaria e involuntaria, el nexo entre el sistema nervioso autónomo y el somático), Yamakawa altera su ritmo cardíaco y, colocando un micrófono de contacto en su tabique nasal, convierte su cuerpo en una demostración poética de la naturaleza física del sonido. En otras ocasiones, el paisaje sonoro y visual del latido de su corazón sostiene la delicada ejecución de Khoomei, una forma de canto folklórica del Asia central caracterizada por el uso de diplofonía.



Fuyuki Yamakawa

lunes, 13 de septiembre de 2010

LAS COSAS TAL COMO SON






(...) En las mismas imperfecciones se halla la base para crear una mente firme que busca el sendero. Por lo general, a los que pueden sentarse en forma fisicamente perfecta suele llevarles más tiempo el logro del verdadero camino del Zen, la verdadera experiencia del Zen, la médula del Zen. En cambio, los que encuentran grandes dificultades en la práctica del Zen suelen hallar más sentido en éste. (...)
En caligrafía se descubre en la práctica que aquellos que no son muy hábiles al principio suelen llegar a ser los mejores caligrafos. Los que son muy hábiles en tareas manuales a menudo encuentran grandes dificultades una vez que alcanzan cierto grado de destreza. Esto ocurre también en el arte y en el Zen. Esto es lo cierto de la vida, Ahora bien, en el contexto del Zen no se puede decir "tal persona es buena" o "tal otra es mala", en el sentido común y corriente de las palabras. La postura que se toma en el zazén no es la misma en el caso de cada persona, A veces resulta imposible para algunos tomar la postura de piernas cruzadas. Mas, aunque no se pueda tomar la postura correcta, si se logra despertar la mente real, la que busca el sendero, es posible practicar el Zen en su verdadero sentido. En realidad, despertar la verdadera mente buscadora del sendero es más fácil para los que tienen dificultades al sentarse que para los que logran sentarse fácilmente.
Cuando uno reflexiona sobre lo que hace en la vida cotidiana, siempre acaba por avergonzarse. Uno de mis estudiantes me escribió una vez, diciéndome: "Usted me envió un calendario y estoy tratando de seguir los buenos preceptos que aparecen en cada página. ¡Pero el año apenas si ha comenzado y ya he fracasado!" Dogen-zenji ha dicho: shoshaku jushaku. Shaku, por lo general, quiere decir "equivocación o incorrecto". Shoshaku jushaku, "equivocación tras equivocación" o continua equivocación. Según Dogen, esa equivocación también puede ser Zen. Puede decirse que la vida del maestro del Zen es muchos años de shoshaku jushaku. Lo cual significa muchos años de esfuerzo encaminado a un solo propósito.
Suele decirse "un buen padre no es un buen padre". ¿Comprenden? El que piensa que es un buen padre no es un buen padre. El que cree que es un buen marido no es un buen marido. A veces, el que piensa que es uno de los peores maridos tal vez sea bueno si está tratando siempre de ser un buen marido y su esfuerzo es sincero. Cuando a uno le resulta imposible sentarse a causa de algún dolor o de un impedimento físico, lo indicado es sentarse de todos modos usando un almohadón bien mullido o una silla. Aunque fuese el peor caballo, es posible encontrar la médula del Zen.
Supongamos que nuestro hijo sufre una enfermedad incurable. No se sabe qué hacer. No es posible acostarse tranquilo. Normalmente, el lugar más cómodo es una cama tibia y cómoda, pero en este caso la agonía mental no deja descansar. Aunque se suba y se baje, se entre y se salga, de nada vale. En realidad, lo mejor para aliviar el sufrimiento mental es sentarse en zazén, no importa el estado mental de confusión en que se esté y la mala postura. Si no se tiene la experiencia de sentarse cuando uno se encuentra en una situación difícil de ese tipo, no se es estudiante de Zen. Ninguna otra actividad calmará el sufrimiento. En otras posturas inquietas no se tiene fuerza para aceptar las dificultades, pero en la postura de zazén, lograda tras larga y ardua práctica, la mente y el cuerpo son capaces de aceptar las cosas tal como son, sean ellas agradables o desagradables.
Cuando se experimenta desagrado conviene sentarse. No hay otra manera de aceptar y elaborar el problema. No es cuestión de (...) que la postura sea buena o mala. Todo el mundo puede practicar zazén y estudiar y aceptar de esta manera los problemas.
Cuando se está sentado considerando el propio problema, ¿qué es más real, el problema o uno mismo? El conocimiento de que uno está allí en ese momento es el hecho esencial. De esto nos damos cuenta mediante la práctica del zazén. Mediante esa práctica continua, en el transcurso de situaciones agradables y desagradables, se logra hallar la verdadera médula del Zen y se adquiere la verdadera facultad o fuerza. 

SHUNRYU SUZUKI, Mente Zen, mente de principiante






miércoles, 8 de septiembre de 2010

SABOR A MÍ

Del blog de Alberto Silva copio una reflexión zen sobre el dolor y el sufrimiento. Haciendo clic en el título del  post se puede ver en su blog original. Pero antes, el Trío Los Panchos.





Zen y Zazen: pensar el ¿sin?sabor, zafar del ¿des?engaño


Si alguien "atiende" a lo que vive, advierte con rapidez que la vida le depara “sinsabores”. La experiencia se repite, hasta resultar frecuente. No se trata de redactar un elenco personal. Más vale atenerse a una lista famosa, la de los sermones de Buda. El dolor es un concepto que está en la raíz misma de su enseñanza. Menciona cuatro dolores "principales": parto, vejez, enfermedad y muerte. Luego "agrega" otros cuatro, vean cuán concretos y oportunos: separación de los amados, cercanía de los odiados, falta de lo deseado, apego.



¿SABOR A MI?
El asunto que se plantea es el tipo de relación que cada uno establece con algo que, a todas luces, se presenta como inevitable.
- ¿Lo mantenemos a nivel de dolor, ese dolo, embuste o engaño que consiste en concebir los hechos exteriores en función de nuestro punto de vista o de la repercusión que tienen en nosotros? En ese caso, un sinsabor no implica ausencia de sabor, sino todo lo contrario: adquiere un gusto acre que se nos pega al paladar, algo que va amargando el disfrute de ese momento en concreto y luego tiñendo, poco a poco, la percepción de todo lo que nos rodea. Cuanto más nos centramos en nuestro yo, más nos amargan los acontecimientos que nos toca vivir. ¿Por qué sucede así?: en nuestro ilusorio y asfixiante interior estamos convencidos de que “no merecemos” que nos pase eso, o que “no es el momento” para que suceda, o que "ya tuvimos demasiada ración" de lo desagradable, o incluso (¡colmo de nuestra falsa percepción de las cosas!) que si sabemos ingeniarnos "podríamos eludir" el trance ingrato.
- ¿Por qué no situar los sinsabores más bien a nivel de sufrimiento, o sea produciendo esa alquimia efectiva y sutil que consiste en dotarlos de un “discurso explicativo” convincente, (no de mera “justificación” sino) uno dotado de dos características: a) ser capaz de restablecer cierta “justicia” del acontecimiento (por ejemplo: el amigo, el cónyuge, el padre, el hijo, el colega que no cumplen ciertas "expectativas" que nos habíamos creado ante tal o cual acontecimiento tal vez está actuando con su propia coherencia de adulto, o persigue metas que no nos quiere/puede/sabe comunicar); b) restablecer otra “justicia”, la de nuestra persona (siguiendo el ejemplo anterior: ni somos centro de lo que le pasa al otro adulto, ni somos centro de nada de lo que en general le ocurre al mundo exterior: somos, por supuesto, parte integrante de ese mundo; pero de un mundo que discurre con leyes esquivas a nuestro entendimiento y, sobre todo, sin doblegarse ante nuestras razones, en el fondo poco convincentes: es por eso que decimos que la realidad es “exterior” a nuestra argumentación vulgar, espontánea).

Pasar nuestros sinsabores del dolor al sufrimiento implica cambiar de posición de forma considerable.
- Por un lado, aceptando a fondo la libertad del otro (la cual es manifestación de su exterioridad con respecto a nosotros, cosa que suele resultar dura de tragar).
- Por otro, asumiendo de veras nuestra propia exterioridad respecto a los hechos del mundo(éste sigue su marcha, de acuerdo con reglas establecidas sin consultarnos, según constatamos a medida que transcurre el tiempo).

Muchos sinsabores de la vida podrían diluirse en ese mismo flujo que permite a la mente vaciarse, adelgazarse, "ajenizarse" de sí misma, trascenderse a sí misma (es una forma de concebir el Zazen y una coartada para practicarla). Dada la frecuencia y la contumacia con que los saborizados sinsabores arremeten, aquella tarea de “vaciado” tiende a volverse constante: “cada día trae su malicia”, dice el Evangelio, con una lucidez que no siempre captamos.

También conviene comprender que, en materia de sinsabores, tendríamos que dejar que otra nueva dimensión (diferente, a menudo poco considerada) irrumpa con fuerza en nuestra vida: el buen gusto.
- Tanto en el sentido (de Pierre Bourdieu) de refinamiento estético (incluso aceptando el inconveniente de que en algún momento amenace con tipificarnos socialmente, por ejemplo sugiriendo que formaríamos parte de una elite, cosa que no entraba dentro de lo que buscábamos).
- También en el sentido (de Kuki Shuzo) de elegancia moral, de acuerdo a la cual con nuestra actitud “acompañamos” la usura de las cosas, el creciente derrumbe dentro nuestro de la poesía de la vida, con una actitud de comprensión interna, de aceptación siempre alegre, de serena actividad productiva dentro de lo que, si no lo aceptáramos como destino ineludible, acabaría volviéndose condena insoportable.

Ciertamente es un menjurje difícil de probar y digerir, sobre todo si reconocemos que se vuelve ración de consumo frecuente. Cité el caso del desengaño, pero está antes que nada el dolor físico, los derrumbes psicológicos, el quebranto económico. Les tenemos miedo y, de puro temerlos, su ingesta sienta mal al paladar, sobre todo al comienzo. Pero no dejan de expresar el genuino sabor de las cosas de esta vida. Viviríamos más satisfechos o con mayor serenidad si comprendiéramos que el “sinsabor” es ley de vida. En cambio, cuando sentimos “mal gusto”, se trata de sabor desagradable que no procede del exterior (o sea: de las cosas que ocurren) sino de lo que creemos o pensamos ser nuestro interior (en otras palabras: el mal gusto es una regurgitación del ego). El sinsabor es mi sabor, sabor amargo de auto-engaño.

sábado, 4 de septiembre de 2010

EN DIÁLOGO



¿Cuál es, por tanto, el vínculo entre las distintas culturas del mundo? No poseemos un criterio absoluto y la interculturalidad nos vuelve escépticos sobre la posibilidad de un consenso, una especie de “contrato cultural” paralelo al social, porque tal consenso sólo es posible en el interior de un mito y cada cultura vive en su mito. La distinción entre relativismo y relatividad es fundamental. Podemos evaluar otra cultura sólo a la luz de la nuestra aunque seamos conscientes de que nuestros criterios no son absolutos. Nos queda sólo el diálogo con las otras culturas, pero para esto nuestros conceptos, concebidos en el interior de nuestra cultura, no son adecuados –a no ser que exista una comunión conceptual, cosa no siempre posible. Por este motivo es de capital importancia el pensar simbólico que no es ni objetivo ni subjetivo, sino esencialmente dialogal, como veremos a continuación. Hay una vía media entre el absolutismo y el relativismo cultural, la relatividad cultural. La filosofía intercultural intenta seguir este camino medio. Su método es el diálogo como apertura al otro. (…)
El conocimiento simbólico representa ya un diálogo entre el simbolizante y el símbolo por mediación del proceso cognoscitivo de la simbolización –que no es conceptualización.
Resumiendo: la interculturalidad depende del criterio del mismo diálogo intercultural en su realización de hecho. El criterio es intrínseco al diálogo mismo y sus intérpretes son los propios dialogantes.

RAIMON PANIKKAR, Paz e interculturalidad (Una reflexión filosófica)








Panikkar nos ha legado una posición muy interesante desde donde encarar el encuentro con el otro. En este breve fragmento se refiere explícitamente a un otro culturalmente tal, pero sus ideas, que son un punto de partida desde el cual nos toca a nosotros desarrollar nuevas estrategias de diálogo, pueden aplicarse no sólo a un otro en términos culturales, filosóficos o religiosos sino también, particularmente, a un otro individual. Los hombres no son islas, de acuerdo, pero al mismo tiempo que la humanidad constituye una verdadera red de Indra (entre infinitas redes en las que está ella misma contenida), cada uno es un universo. Acaso la invitación que nos hace Panikkar a un diálogo que -cito otra parte del libro- "no pretende con-vencer al otro, es decir, vencer dialécticamente al interlocutor" ni "buscar con él una verdad sometida a la dialéctica", un diálogo que "presupone una confianza recíproca en un aventurarse común en lo desconocido" en el que "las conclusiones serán válidas sólo 'hasta donde el diálogo nos lleve'", pueda servirnos, antes que para el encuentro propiamente intercultural, para encontrarnos cara a cara con un otro más inmediato, cotidiano. Aquel otro universo, esa otra disposición (anímica, ideológica, fisiológica, etc.) que vemos cuando miramos al otro a los ojos. Diríamos que el (re)conocimiento del otro como tal nos permite asumir nuestra identidad en lo mismo. Pero Clarice Lispector lo dice mejor en su poema Los espejos: "uno refleja el reflejo de lo que el otro reflejó".








OS ESPELHOS

"O que é um espelho? Não existe a palavra espelho - só espelhos, pois um único é uma infinidade de espelhos. - Em algum lugar do mundo deve haver uma mina de espelhos? Não são preciso muitos para se ter a mina faiscante e sonambúlica: bastam dois, e um reflete o reflexo do que o outro refletiu, num tremor que se transmite em mensagem intensa e insistente ad infinitum, liquidez em que se pode mergulhar a mão fascinada e retirá-la escorrendo de reflexos, reflexos dessa dura água. - O que é um espelho? Como a bola de cristal dos videntes, ele me arrasta para o vazio que no vidente é o seu campo de meditação, e em mim o campo de silêncios e silêncios. - Esse vazio cristalizado que tem dentro de si espaço para se ir para sempre sem parar: pois espelho é o espaço mais profundo que existe." 

Clarice Lispector



(Imágenes de la instalación The weather project, de Olafur Eliasson)




jueves, 2 de septiembre de 2010

VOCES (Antonio Porchia)

Fragmentos extraídos del prólogo de Borges a la edición francesa de Voces, de Antonio Porchia. A continuación, extractos de las Voces.







EL SINGULAR MISTERIO DE ANTONIO PORCHIA

LAS MÁXIMAS corren el riesgo de parecer meras ecuaciones verbales: estamos tentados a ver en ellas la obra del azar o de un arte combinatorio. Pero no así en el caso de Novalis, de La Rochefoucauld o de Antonio Porchia. En cada una, la lectura siente la presencia inmediata de un hombre y su destino.

         (...)

         Nadie ignora que las generaciones han consagrado las sentencias virgilianas y las bíblicas. En un momento de duda, alguien abre el volumen al azar —que en el fondo no es un azar— y recibe el consejo de Virgilio o del espíritu. Así he actuado numerosas veces con el texto de Porchia. Hagámoslo ahora. Encuentro en la página 11:

 Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.

          Felizmente —y también para nuestro pesar—, los fantasmas no nos faltan. Creemos ser argentinos, chilenos, franceses, devotos de tal o cual fe, afiliados a tal o cual partido, herederos de una tradición, portadores de un nombre, habitantes de una casa o de un siglo, poseedores de un rostro entre otros. Estos fantasmas son incesantes, pero no es imposible que nos dejen solos, atrozmente solos, en el instante de la muerte.

         (...)

         En la página 110 encontramos:

Las distancias no hicieron nada. Todo esta aquí.

          Recuerdo una anécdota de Carlyle. Un grupo de emigrantes que parten hacia Australia le hacen una visita. Carlyle les dice: “¿Por qué viajar? Su Australia está aquí y ahora”. Podemos interpretar la sentencia de Porchia de otra manera. Sólo existe el presente: el ayer y el hoy son ilusorios.

         Los aforismos de este volumen van mucho más allá del texto escrito; no son un final sino un comienzo. No buscan producir un efecto. Podemos sospechar que el autor los escribió para sí mismo y no supo que trazaba para los otros la imagen de un hombre solitario, lúcido y consciente del singular misterio de cada instante.

Septiembre 1978

Jorge Luis Borges







Situado en alguna nebulosa lejana hago lo que hago, para que el universal equilibrio de que soy parte no pierda el equilibrio.


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Quien ha visto vaciarse todo, casi sabe de qué se llena todo.




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Antes de recorrer mi camino yo era mi camino.




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Sin esa tonta vanidad que es el mostrarnos y que es de todos y de todo, no veríamos nada y no existiría nada.



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La verdad tiene muy pocos amigos y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.



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El hombre no va a ninguna parte. Todo viene al hombre, como el mañana.



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Se me abre una puerta, entro y me hallo con cien puertas cerradas.









Mi pobreza no es total: falto yo.



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No hallé como quien ser, en ninguno. Y me quedé, así: como ninguno.



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Sé que no tienes nada. Por ello te pido todo. Para que tengas todo.



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Quien perdona todo ha debido perdonarse todo.




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Todo es como los ríos, obra de las pendientes.




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Creo que nos habitamos unos a otros, pero no habitados. Porque no podríamos habitarnos unos a otros, habitados.



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Durmiendo sueño lo que despierto sueño. Y mi soñar es continuo.









Un rayo de luz borró tu nombre. No sé más quién eres.




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Mis ojos, por haber sido puentes, son abismos.




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Y sin ese repetirse eternamente de todo, de sí mismo a sí mismo, a cada instante, todo duraría un instante. Hasta la misma eternidad duraría un instante.



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Sí, es entrando en todo como voy saliendo de todo.




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Quería estar en algo para no estar en todo.




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Te ayudaré a venir si vienes y a no venir si no vienes.




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El misterio apacigua mis ojos, no los ciega.



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Cuando tu dolor es un poco mayor que mi dolor, me siento un poco cruel.



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Si yo hubiera creído que lo otro era lo mismo, mi vida no habría tenido ninguna extensión.



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Éramos yo y el mar. Y el mar estaba solo y solo yo. Uno de los dos faltaba.








Cuando me encuentro con alguna idea que no es de este mundo, siento como si se ensanchara este mundo.



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Cuando creo que la piedra es piedra, que la nube es nube, me hallo en un estado de inconsciencia.



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Sí, son millones de estrellas. Y millones de estrellas son dos ojos que las miran.



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La flor que tienes en tus manos ha nacido hoy y ya tiene tu edad.




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Cuando se lanza algún dardo para herirme, se encuentra con la herida hecha y... no puede herirme.



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La razón se pierde razonando.



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He llegado a un paso de todo. Y aquí me quedo, lejos de todo, un paso.



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Cuanto no puede ser, casi siempre es un reproche a cuanto puede ser.



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Has venido a este mundo que no entiende nada sin palabras, casi sin palabras.



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El ir derecho acorta las distancias, y también la vida.











El árbol está solo, la nube está sola. Todo está solo cuando yo estoy solo.



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Con algunas personas mi silencio es total: interior y exterior.



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A veces, de noche, enciendo una luz para no ver.



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No sale de lo malo quien está en el, porque teme encontrarse... con lo malo.


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Si no has de cambiar de ruta, ¿por qué has de cambiar de guía ?



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Cuanto menos uno cree ser, más soporta. Y si cree ser nada, soporta todo.



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Quien no sabe creer, no debiera saber.



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Hombres y cosas, suben, bajan, se alejan, se acercan. Todo es una comedia de distancias.



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Si pudiera dejar todo como está, sin mover ni una estrella, ni una nube. ¡Ah, si pudiera!


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Las certidumbres sólo se alcanzan con los pies.











La pena humana, durmiendo, no tiene forma. Si la despiertan, toma la forma de quien la despierta.



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Donde hay una pequeña lámpara encendida, no enciendo la mía.



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Antes de aquello, ¿qué hubo? Y después de aquello, ¿qué hubo? Y aquello, ¿qué fue?



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Cuando me hiciste otro, te dejé conmigo.



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Sí, eso es el bien: perdonar el mal. No hay otro bien.



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Cuando no se quiere lo imposible, no se quiere.



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Todo es un poco de oscuridad, hasta la misma luz.



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Extraños, extraños, extraños, un infinito de extraños. Y yo, un extraño, solo.




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Algunas cosas, para mostrarme su inexistencia, se hicieron mías.



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Lo hondo, visto con hondura, es superficie.