sábado, 30 de abril de 2011

EL SECRETO DEL CUERPO




Como las representaciones occidentales están influidas por un dualismo subyacente, usualmente se distingue entre el hombre y su cuerpo, se supone que éste posee un secreto, oculta laberintos con galerías imposibles de recorrer y tiene en el centro revelaciones que pueden enunciarse si se posee el hilo de Ariadna. El cuerpo plano de la anatomía considera a la carne sólo por el material que la forma. Al llevar a la percepción a una especie de grado cero de lo simbólico, la imagen occidental del cuerpo contribuyó a volverlo enigmático. Como su evidencia anatómica y fisiológica no se corresponde con lo que el hombre puede experimentar de complejidad, se supone que el cuerpo encierra un misterio. El hecho de apelar a representaciones o a técnicas corporales orientales, luego de haber pasado por California, o el hecho de recurrir a tradiciones esotéricas más o menos fundamentadas, legitiman la búsqueda del oro desaparecido en los pliegues de la carne. Un trabajo riguroso sobre uno mismo debe ayudar a la irrupción del continente oculto; el cuerpo es la ganga de la que puede extraerse el diamante, siempre que uno se tome el trabajo necesario. La ausencia de Dios permite la búsqueda de un destello de lo divino en la noche del cuerpo.
"La melancolía del anatomista" (J. Starobinsky) está conjurada por el viento del imaginario, insatisfecho de la representación horrible de un cuerpo en el que es difícil discernir la relación con uno, la relación con una riqueza de experiencias que el saber biomédico contradice, paradigma oficial de la representación del cuerpo.
Como el cuerpo es el lugar de la ruptura, se le otorga el privilegio de la reconciliación. Es ahí donde hay que aplicar el bálsamo. La acción sobre el cuerpo se traduce en la voluntad de cubrir la distancia entre la carne y la conciencia, de borrar la alteridad inherente a la condición humana: la común, la de las insatisfacciones de lo cotidiano y también las otras, las de base, del inconsciente. El imaginario social convierte, entonces, al cuerpo en el lugar posible de la transparencia, de lo positivo. El trabajo sobre lo que se experimenta, sobre la respiración, el movimiento, domestica lo inconsciente y lo pulsional. Una psicología implícita de la voluntad aplicada con disciplina o creatividad puede, si se utilizan los recursos técnicos precisos, borrar la ruptura, fundar una "civilización del cuerpo" (J. M. Brohm) (paradoja de una formulación dualista para nombrar la reconciliación soñada del hombre y del cuerpo que no es más un hecho de representación y de discurso), en la que la represión y la falta serían conjuradas. Volvemos a encontrarnos con el tema de la buena naturaleza del cuerpo, desviada por lo social y a la que hay que reconquistar.
Lugar del límite, de lo individual, cicatriz de una indiferenciación que muchos sueñan con volver a encontrar, es por medio del cuerpo que se intenta llenar la falta por la que cada uno entra en la existencia como ser inacabado, que produce sin cesar su propia existencia en la interacción con lo social y lo cultural. Adornarse con signos consumidos e imaginados, asegura una protección contra la angustia difusa de la existencia, como si la solidez de los músculos, la mejor apariencia o el conocimiento de muchas técnicas corporales tuviera el poder de conjurar los peligros de la precariedad, de la falta. "En algún lugar de lo incompleto" (Rilke), a través de la positividad tangible del cuerpo, el hombre intenta disipar una angustia flotante. La búsqueda del secreto traduce la de lo inacabado, evoca la irrupción de lo divino en el hombre, apunta a una conjuración de la incompletud en relación con la condición humana. Fetiche que disuelve la división del sujeto. El cuerpo se convierte en el lugar en el que se niega el inconsciente, el lugar en el que la identidad del sujeto se forja en una nueva afirmación del cogito.
Esta búsqueda inquieta que se renueva sin cesar está vinculada con la falta de certeza en el tiempo, con la importancia cada vez mayor que lo provisorio tiene en la sociedad occidental. Cuando todo se vuelve inaprehensible, incontrolable, cuando se relaja la seguridad existencial, la única certeza que queda es la de la carne en la que el hombre está atrapado, el lugar de la diferencia y de la ruptura con los demás. El estilo dualista de la modernidad está relacionado con el imperativo del hacer que lleva al sujeto a darse una forma como si fuese otro, convirtiendo a su cuerpo en un objeto al que hay que esculpir, mantener y personalizar. De su talento para lograrlo depende, en gran parte, la manera en que los otros lo verán. El inconsciente dejó de ser un valor para estar nuevas prácticas. O bien edulcoran su contenido (bioenergía, grito primal, gestalt, etc.) o bien están basadas en una psicología del cogito en la que prevalece la noción de voluntad y de trabajo. 
En este imaginario el cuerpo es una supericie de proyección en la que se ordenan los fragmentos de un sentimiento de identidad personal fraccionado por los ritmos sociales. A través de un ordenamiento y de darle sentido a uno mismo, por intermedio de un cuerpo al que se disocia y se transforma en pantalla, el individuo actúa simbólicamente sobre el mundo que lo rodea. Busca su unidad como sujeto componiendo signos en los que busca producir su identidad y su reconocimiento social. (....)
En lo inaprehensible del mundo sólo el propio cuerpo proporciona la aprehensión de la existencia.

David Le Breton, Antropología del cuerpo y modernidad

miércoles, 27 de abril de 2011

BELLO ABRIL

Mientras pasan los meses, una canción sencilla (banal?) de Fito Páez con la nota de Spinetta.

sábado, 23 de abril de 2011

ESPEJOS

Hay que ver cómo el pensamiento (del este y del oeste, esta vez sin distinción) se valió de la imagen del espejo para referir la relación del alma con lo divino, del pensamiento con la experiencia, etc. Acá se sugieren tres casos (pero podrían ser otros) que quieren ser un juego de espejos en el que cada uno amplíe la visión del otro.





1. Según cuenta Hui Neng, en una ocasión Hong Ren, patriarca del zen chino, convocó a sus discípulos para elegir entre ellos, como sucesor de su transmisión, a quien compusiera los versos que mejor demostraran la comprensión de las enseñanzas. Fue Shen Xiu, venerado por su erudición, quien, de acuerdo con las expectativas del resto de los monjes, decidió escribir el cántico que lo consagraría como Sexto Patriarca. Una noche se dirigió hacia la galería del sur con una vela y, a escondidas, escribió en el muro central:

El cuerpo es el Árbol del Bodhi (Despertar)
Un Espejo Brillante, eso es la mente
Mantenlo siempre limpio, un día tras otro
No dejes que se acumule el polvo

Hui Neng, campesino analfabeto que, en condición de novicio laico, trabajaba en el patio trasero del monasterio descascarando arroz,  tras leer el cántico de Shen Xiu pidió a un monje que sabía escribir que copiara en el muro opuesto su propio cántico:

El Despertar (Bodhi) nunca tuvo nada que ver con un árbol
No hay sitio aquí para colocar ningún espejo
El Buda interior (la Naturaleza Original) de cada uno resplandece con luz eterna
¿Dónde podría acumularse el polvo?

Hui Neng obtuvo en secreto la transmisión del Dharma.





2. Si hay un motivo común en la esfera de lo religioso es el del espejo del alma, que evoca cómo, apenas se ha purificado y pacificado, el alma humana puede reflejar "las imágenes y las formas de la virtud presentadas por Dios" (Gregorio de Nisa), dejándolas imprimirse en ella. De sus primeras apariciones en Platón y Plotino a su magnificación en la patrística, el espejo es honrado por su capacidad de representar fielmente (pasivamente) la verdad, al tiempo que participa en lo divino. En un estudio célebre, Paul Demiéville creyó poder distinguir, incluso, dos funciones del espejo del alma, según éste sirva para ilustrar la irrealidad del mundo fenoménico o sea considerado, por el contrario, como figura de lo absoluto; y, en su amplio recorrido comparatista, pone juntos, en una misma temática, a los pensadores de la India, el chan, el mundo árabe y el cristianismo. Sin embargo, el espejo, en Zhuangzi, escapa a ese empleo místico y es comprendido de manera totalmente diferente: "El hombre realizado utiliza su espíritu como un espejo: no acompaña ni va delante, responde [a las cosas] sin atesorarlas; por ello, llega al final de las cosas [que se reflejan en él] sin salir herido" (cap. 7; 307). La virtud del espejo es que acoge pero no retiene; refleja todo lo que se le presenta dejándolo pasar, sin apegarse. No rechaza ni quiere guardar para sí, deja aparecer y desaparecer en él sin nunca fijar. Por ello, su facultad se ejerce indefinidamente, sin nunca salir dañado. Incluso el espejo sirve de imagen de esa manera en que, haciéndose el lugar del pasaje, uno se preserva en su capacidad, sin desgastarse.
François Jullien, Nutrir la vida, p. 174-175





3. Los filósofos medievales estaban fascinados por los espejos. En particular, se interrogaban acerca de la naturaleza de las imágenes que en ellos aparecían. ¿Cuál es su ser (o, sobre todo, su no-ser)? ¿Son cuerpos o no-cuerpos, sustancias o accidentes? ¿Se identifican con el color, con la luz o con la sombra? ¿Están dotadas de movimiento local? ¿Y de qué modo el espejo puede acoger las formas?
Por cierto, el ser de las imágenes debe de ser muy particular, porque si fueran simplemente cuerpo o sustancia, ¿cómo podrían ocupar el espacio que ya está ocupado por ese cuerpo que es el espejo? Y si su lugar fuera el espejo, desplazando el espejo también deberían desplazarse con él las imágenes.

Ante todo, la imagen no es una sustancia, sino un accidente que no está en el espejo como en un lugar, sino como en un sujeto (quod est in speculo ut in subiecto). Ser en un sujeto es, para los filósofos medievales, el modo de ser de lo que es insustancial, es decir, lo que no existe de por sí, sino en alguna otra cosa (dada la proximidad entre la experiencia amorosa y la imagen, no sorprenderá mucho que tanto Dante como Cavalcanti definieron en el mismo sentido el amor como "accidente sin sustancia").
De esta naturaleza insustancial derivan, para la imagen, dos características. Dado que no es sustancia, ella no tiene una realidad continua ni puede decir que se mueva a través de un movimiento local. Ella más bien es engendrada a cada instante según el movimiento o la presencia de quien la contempla: "como la luz es creada siempre de nuevo según la presencia de lo alumbrante, así decimos de la imagen en el espejo que ella se genera cada vez según la presencia de quien la mira".
El ser de las imágenes es una continua generación (semper nova generatur). Ser de generación y no de sustancia, ella es creada nuevamente a cada instante como los ángeles que, según el Talmud, cantan la alabanza de Dios y en seguida se hunden en la nada.

La segunda característica de la imagen es la de no ser determinable según la categoría de la cantidad; no ser propiamente una forma o una imagen, sino sobre todo una "especie de imagen o de forma (species imaginis et formae)", que en sí no puede ser larga ni ancha, sino que sólo "tiene una especie de largo y de ancho". Las dimensiones de la imagen no son, por ende, cantidades mensurables, sino solamente especies, modos de ser y "hábitos" (habitus vel disposiciones). Esto -la capacidad de referir sólo a un "hábito" o a un éthos- es el sentido más interesante de la expresión "ser en un sujeto". Lo que es en un sujeto tiene la forma de una especie, de un uso, de un gesto. No es nunca cosa, sino que es siempre y solamente una "especie de cosa". (...)

La imagen es un ser cuya esencia es la de ser una especie, una visibilidad o una apariencia. Un ser especial es aquel cuya esencia coincide con su darse a ver, con su especie.
Ser especial es absolutamente insustancial. No tiene lugar propio, sino que le ocurre a un sujeto, y está en ese sentido como un habitus o un modo de ser, como la imagen está en el espejo.
La especie de cada cosa es su visibilidad, es decir su pura inteligibilidad. Especial es el ser que coincide con su hacerse visible, con su propia revelación.
(...)

Los medievales llamaron a la especie intentio, intención. El término nombra la tensión interior (intus tensio) de cada ser, que lo empuja a hacerse imagen, a comunicarse. La especie, en este sentido, no es otra cosa que la tensión, el amor con el cual cada ser se desea a sí mismo. En la imagen, ser y desear, existencia y conato coinciden perfectamente. Amar a otro ser significa desear su especie; es decir, el deseo con que él desea perseverar en su ser. El ser especial es, en este sentido, el ser común o genérico y éste es algo así como la imagen o el rostro de la humanidad. (...)

Giorgio Agamben, Profanaciones, p. 71-74


martes, 19 de abril de 2011

ACEPTEN EL CONSEJO




Les quiero dar un par de inútiles consejos.
Gocen del poder y de la belleza de su juventud pero sin pensar en ellos. O piensen en ellos, da lo mismo. Si piensan mucho en ellos, desaparecen pronto.
Dentro de veinte años van a mirar sus viejas fotos como a los santos: las adorarán de rodillas. Cuántas posibilidades tenían, qué aspecto magnífico, no eran para nada gordos como les parecía, nada de panza. Pero este es el consejo: la panza no excluye el erotismo. Mírenlo a Sócrates, panzón y gran amante.
Miren con terror a la chica de al lado: un día podría ser su esposa. Y ustedes, chicas, miren con horror a ese muchachote que se sienta al lado suyo: un día podría ser su marido.
Recuerden todos los halagos que reciben, olviden los insultos, pero no todos, alguno consérvenlo.
No sientan culpa si no saben qué hacer de su vida, las personas más interesantes que conozco a los veintidós años no sabían qué hacer de la suya. Pensándolo bien, tampoco después.
Quizás se casen, quizás no. Pero si no se casan no se van a poder divorciar, esta cosa bella, maravillosa, piénsenlo.
Gocen su cuerpo, úsenlo de todas las formas que deseen. Sí, sí, también así..
Dice uno: buena hembra o mala hembra, quiere un palo. Otro dice: la condición natural de la mujer es la viudez. Naturalmente, yo no les aconsejo ni lo uno ni lo otro.
Lean Así habló Zaratustra, pero tápenle primero la boca, también él da consejos. Pero es él o yo.
Dense que hacer para colmar las distancias geográficas y los estilos de vida. Vivan en Milán pero váyanse en cuanto los endurezca. Vivan en Los Ángeles pero váyanse en cuanto los ablande.
Sean cautos, en fin, en el aceptar consejos, y pacientes con quien los dispensa.
Acepten este último consejo: no acepten nunca consejos.

MANLIO SGALAMBRO

sábado, 16 de abril de 2011

ZEN, COOL, ETC.




En la entrada anterior, Jullien reflexionaba sobre el estrés, noción impuesta por el uso que es capaz de generar, a su medida, una fisura en nuestra manera de pensar y que, por eso, sirve al proyecto de Jullien, que consiste en remontar "a las condiciones de posibilidad de la razón europea, con miras a conmocionar su evidencia y a reconfigurar el campo de lo pensable". Así empieza el libro que se cita: "¿Por dónde se comenzaría en el pensamiento, si no a partir de alguna fisura, que luego se sigue como un filón hacia yacimientos más secretos?".
La reflexión sobre el estrés es seguida, naturalmente, por una consideración de su contraparte, los términos (cuya procedencia también se constituye sin referencia al saber constituido) que son invocados para librarse de él y que forman parte de un vocabulario del antiestrés: coolzen, etc. Sigue la cita:

Cool, zen, etc. Términos ingenuos, tenues, ateóricos. Como si no hubiera otra manera más que recurrir a esos términos importados, sin estatus e incluso sin tenor, para incitar a levantar, inmediatamente, los bloqueos y las crispaciones y devolver la vida a su fluidez. Pues, ¿por qué sólo podríamos expresar en nuestra lengua esa reacción liberadora con respecto al estrés, término también importado, con términos extranjeros? ¿Qué se busca a través de ellos que el francés no podría expresar? Lo que equivale a preguntarse: ¿qué brecha, en el edificio del discurso concertado, dominado, habría que comenzar a abrir subrepticiamente? ¿Acaso será que el mero hecho de decir el vocablo extranjero produciría, paradójicamente, un efecto de dilución, al mismo tiempo que de promoción, del sentido que expresa mejor lo que toda noción, en este caso, sólo aprehendería de manera reductiva, por ser también demasiado específica, y sin fuerza incitativa, de manera llana, abstracta y, por consiguiente, estéril (como "distensión", "relajación" o "descontracción", demasiado físicos, o la bienechora "serenidad", demasiado idílica)? Nos beneficiaríamos entonces de la vaguedad semántica ganada por el término extranjero, que facilita por ese solo hecho la calma, la relajación, así como de su poder invocador, que favorece, realza y engasta a la vez, la transferencia con valor metafórico en otro idioma.
¿O acaso será, más gravemente, que, para reaccionar al estrés y liberarse de él, se debe buscar apoyo en otro lugar, distinto de aquel con el que tradicionalmente contamos por nuestra educación y nos constituye antropológicamente? Esos dos términos, en todo caso, nos conducen discretamente fuera de la moral, como también de la psicología, los dos pilares y soportes de nuestra conducta instalados en Europa. "Sea cool" se replegaría en el estrato, menos asumido, porque corresponde menos a una elección voluntaria, que sería el de una dosificación del "temperamento": alegando así, a través de una codificación en gran medida imaginaria, pero tradicional, del ethos de diversos pueblos, lo que se dejaría caracterizar como una flema británica. O tal vez ya sea construir demasiado, y el término serviría ahora, sobre todo, para transmitir la imagen de un modo de vida más relajado que evoluciona al ritmo de la civilización material (y de su americanización forzada, con coke, jean, T-shirt, etc.) y de tal modo que sería exclusivo, más bien, de los jóvenes. Revolución de las costumbres o bien simple erosión de los buenos "modales" y de los "valores": en ese caso, no habría nada que nos hiciera salir de nuestras tipologías usuales, con el peligro de que resulten invertidas, y que pueda poner en entredicho nuestras opciones teóricas.
"Sea zen", en cambio, saldría de ellas. Pues, de manera discreta pero decisiva, e incluso inédita, se abriría allí una vía que comunica el esplendor de lo vital y la espiritualidad. En efecto, la espiritualidad invocada ya no sería construida, teológica, que nos tiende hacia Dios, que se monopoliza incluso en él (el Amor), sino que favorecería por sí misma la dis-tensión (...). Se borraría todo obstáculo dogmático e incluso todo contenido nocional impuesto y hacia la exigencia imperiosa de la Verdad; y, sin embargo, no hay allí relativismo, ni tampoco escepticismo, por "abandono" de la verdad, aunque haya que pasar por ellos para llegar a ésta (...). De hecho, lo "pleno" a lo que el Zhuangzi incita a volver no es tan aparente como embarazoso: su denuncia no es la de una ilusión de las cosas, concebida desde una perspectiva metafísica, sino la de la traba suscitada por el apego a las cosas con respecto al curso espontáneo de los procesos; y del mismo modo, lo "vacío", que incita a reencontrar, es menos inherente que inmanente: en lugar de ser la manifestación de una "nada" (ontológica), a través de él, por el contrario, el efecto halla suficiente espacio y lugar para desplegarse, y la vida, al liberarse, recupera su disponibilidad (...). Por ende, basándose en una desontologización (o desteologización) concertada, esa relajación del Sentido (del dogma, la creencia, la verdad) conlleva una despresurización de la existencia que ya no es episódica o forzada. Más exactamente: en contra de la tensión de la existencia (que se proyecta hacia un objetivo, asemejándose al sentido), restaura la homeostasis por la cual se mantiene la vida.
"Sea zen", a decir verdad, por más común que se haya vuelto la expresión, es un absurdo; es una contradicción en los términos, contradictio in adjecto. Pues el acceso al zen no podría ser objeto de ningún "hay que", escapa al modo imperativo; incluso, cuando uno logra desprenderse de todo "hay que", y sobre todo del que ordena la relajación, se tiene acceso al zen (y uno advierte qué significa zen). (...) El zen sólo se logra por abandono de la búsqueda y del objetivo, y eso es lo que sus discípulos, en su marcha de templo en templo, tardan tanto tiempo en comprender. No es porque finalmente uno haya debido renunciar al "tender hacia" el ephiesthai e los griegos que ya se ha comentado); ni porque uno se limite a descubrir un objetivo inmanente al acto mismo como acontecimiento (el "autotelismo" de los estoicos), sino porque ya no hay objeto al que tender, y esa vacuidad, por ello mismo, de súbito, se convierte en plenitud (en "transparencia de la mañana", dice Zhuangzi, después de haber tratado como "exteriores", y por ende sin comprometer más su vitalidad, el "mundo entero", las "cosas" y hasta la preocupación por su "vida"). O, más bien, incluso, esa oposición se borra: esa "transparencia" se logra precisamente cuando dejan de interponerse, para hacer pantalla, esas disyunciones ficticias (plenitud contra vacuidad, etc.).


 François Jullien, Nutrir la vida (Más allá de la felicidad), p. 207-212.


JONI MITCHELL -BE COOL




jueves, 14 de abril de 2011

ESTRÉS



Una noción nueva parece haber absorbido en ella, ahora, toda la presión que nos llega del mundo y de nosotros mismos y que, al oprimirnos, se traduce en tensión interna. "Estrés", bajo su silbido intenso, que tanto demora en extinguirse, nos conduce al sentido rugoso del latín: stringere -apretar, comprimir, ahogar-; expresa cuánto se introduce en nosotros lo que nos "presiona". En la unión de diversos campos que nuestros saberes han procurado tanto separar (psicología, fisiología, neuroquímica, sociología, etc.) e intercalándose tentacularmente entre ellos hasta hacer caer, sin mayor ruido, tanto sus justificaciones como sus cierres, la noción crece desmesuradamente, desde hace algunos decenios, para expresar lo que, bajo el exceso de la excitación, se altera y desorganiza, hasta paralizar nuestra vitalidad (...). "Lo que": el saber clásico está decepcionado -¿vencido?- ya que, por una vez, no podrá localizar precisamente ese "eso"; por ello, esa noción, transmitida o más bien impuesta por el uso, introduce una ruptura decisiva con respecto a nuestra ambición teórica. No sólo porque abre los ámbitos constituidos y deja ver, más de lo que antes se pensaba, hasta qué punto ya no es sostenible toda separación de lo psíquico y lo somático. Sino sobre todo porque saber, por sí mismo, es especificante, y esa noción obliga, inversamente, a desespecificar: a contrapelo de toda una ciencia médica que no había dejado de avanzar estudiando cada vez más de cerca la reacción sui generis del organismo ante la enfermedad, obliga a reconocer un estatus generalizado del síndrome, que escapa por principio a toda fragmentación y clasificación. Tras una larga historia cultural, europea, que no sólo nos ha enseñado a distinguir cada vez más cuidadosamente nuestros objetos de pensamiento, sino que también ha fraccionado la experiencia humana en planos separados, y sobre todo entre lo médico / lo moral / lo espiritual, "estrés" hace surgir permanentemente, todo el día, como contraseña, o como expresión de un impasse, lo que rechaza. "Estoy estresado" es el antónimo, hoy muy generalizado, del "estoy bien" discreto. Término técnico, por lo menos en sus orígenes (la metalurgia), pero del que se ha apoderado con autoridad y reactivamente el pensamiento común, ya que se oye sintomáticamente en la lengua corriente, en todos lados, como una incitación al orden: el de tener que volver a tomar en cuenta, no tanto la "unidad" o la globalidad, nociones clásicas, como la inseparabilidad de lo vivo. En ese sentido, se une y se recupera, pero a la inversa esta vez, el reto de nutrir la propia vida.

François Jullien, Nutrir la vida (Más allá de la felicidad), p. 205-207





Otra vida (Battiato, versión de Inneres Auge, 2009)


Ciertas noches para dormir me pongo a leer
y en cambio necesitaría momentos de silencio.
Ciertas veces, incluso con vos, y sabés que te quiero,
me enojo inútilmente sin una verdadera razón.

En las calles a la mañana tanto tránsito me agota,
me ponen nervioso los semáforos y los “pare”,
y a la noche vuelvo con malestares especiales,
no sirven tranquilizantes o terapias,
hace falta otra vida.

En los divanes, con el control remoto en mano,
historias de bajos fondos, Dallas y Los ricos también lloran.

En las calles la tercera línea del metro que avanza,
y autos estacionados en triple fila,
y a la noche vuelvo con el fastidio y el cansancio,
ya no sirven excitantes o ideologías,
hace falta otra vida.




domingo, 10 de abril de 2011

DARNAUCHANS POR DARNAUCHANS




Pocos artistas pueden acceder a la llaga de la existencia y volver para cantarla de una manera que guarde fidelidad a su candor (o a su soplo helado) al mismo tiempo que mantenga el sentido del fino distanciamiento que pide la prudencia poética. Es, sin dudas, el caso de Eduardo Darnauchans (1953-2007), compositor y cantor uruguayo que, según declara en una entrevista, ocupa el lugar que deja el afortunado fracaso de "intentar ser algo así como un Bob Dylan" y no lograr ser más que él mismo.
Entre paréntesis, se podría dedicar otra entrada a este tema de los intentos como embestidas que nunca van a dar al centro que persiguen por ser ese centro algo móvil -y por no ser, en definitiva, más que parte de uno mismo. Ver en Détective (Godard) al boxeador Tiger Jones que repite: "voy a noquear a Tiger Jones".
Entonces, Darnauchans por Darnauchans, recitando.



Entre el micrófono y la penumbra

Entre rocanroles y preguntas,
entre el micrófono y la penumbra,
entre lo que no sé y el olvido,
entre las canciones que no escribo,
entre la fantasía y el duelo,
entre el asma, dama de mi pecho,
y el tabaco y la aminofilina,
entre el lobizón y la tiza,
así transcurre el turro tiempo.

Entre las novelas no leídas,
entre mis obispos baladistas,
entre mi valium y mi cerveza,
entre mi Stalin y mi inocencia,
entre mis amigos los poetas,
entre mis enemigos los poetas,
entre malas frases de guitarra,
entre los buzos y el astronauta.

Entre el epitafio de mi padre
y el alivio terrible de mis madres,
entre vanguardistas de lo retro,
entre la hidra y el crisantemo,
así transcurre el turro tiempo.

Gasto mi tiempo, el malgastado,
trabajo por mi envejecimiento
y se acerca la silenciosa y tan callando...

jueves, 7 de abril de 2011

CABRERA POR CABRERA




Hay al menos dos Cabreras. Uno es el que en los discos logra la complexión de una fineza trabajada, hilada de una manera consistente, remendada, cosida al modo de un tapiz que se compone de múltiples texturas, colores, figuras, pero que se organiza como sistema. El Cabrera de estudio hace un uso inteligente, una explotación sustentable, se podría decir usando un término de la planificación ambiental, de todos los recursos que tiene a mano, que incluyen, por lo general, una banda, y a veces más de una voz (suyas o de otros) y las sabidas posibilidades que da la grabación en términos de experimentación sonora (véase Tierra, por ejemplo, al final de la entrada). El Cabrera de estudio es complejo, prolijo, orquestal. ¿Pero qué pasa con el otro Cabrera, el de los conciertos? Uno querría escucharlo siempre en vivo (y si fuera posible, sin micrófono, bien cerca) para corroborar lo que en los discos aparece de manera a veces oblicua como algo que debe ser completado en esa otra escucha. En vivo el compositor ejecuta una especie de descomposición hacia el interior del material sonoro, una deconstrucción que se detiene en la materia prima, en el sonido elemental de una cuerda al aire o de la modulación de una sílaba para entretejer desde ahí la canción. La intensidad resulta de una elección comedida, justa, de los sonidos, que da a cada partícula sonora (una nota, por ejemplo) el estatus de un cuerpo orquestal, por efecto de elusión (una economía basada más en la sustracción que en la acumulación) y por el tipo de entramados que construye. La voz es un hilo que, con riesgo y soltura, pasa por todos los intersticios que encuentra en el formato aparentemente apretado de la canción. El riesgo es un elemento clave de la interpretación concertística de Cabrera. Guitarra y canto se van metiendo en zonas difíciles de las que nada, salvo el movimiento propio de su fuerza creativa, garantiza que vayan a poder salir con éxito. Ensayos, intentos, superposición y yuxtaposición de gestos hacen de un concierto de Cabrera una escena de verdad viva, en vivo. Como dos caras complementarias de lo mismo, la complexión sustentable de los discos y situación de emergencia del vivo responden, tal vez, a distancias distintas: paradójicamente, el disco, que puede escucharse en la intimidad de la propia casa, mantiene una estabilidad que la vuelve acaso más mediada, iniciática de la otra circunstancia del vivo que, más directa, cercana, deja ver un cuerpo vivo a partir de su sutil esqueleto.
A continuación, en dos secciones, puede escucharse, por un lado, el tema Tierra, del disco Bardo. Y por otro lado se puede ver un registro en vivo del tema Imposibles.



TIERRA


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martes, 5 de abril de 2011

DARNAUCHANS POR CABRERA


Son dos canciones. La primera, del último disco de Cabrera, más intervenida por el pincel arreglístico del intérprete (¿intérprete?). La segunda, material histórico a juzgar por el estado de conservación del video, se queda más en una letra que no se queda ("oro en tus labios la mi pasión").


1.Balada para una mujer flaca (Darnauchans-Bismark Vega)


El sol que sale y sin embargo el frío
y por los mundos te busco en vano
entre adoquines de espanto y casas cansadas
y puertas olvidadas de su voz.

Mis pasos suenan en el alba muda
y no hay conejos en tu balcón.
Y la soledad, gata mía en el umbral
de una catedral de sueños...

Como quisiera escribir una canción
que te volviera otra
y volarte tres años atrás,
mujer flaca.

Que no asesine el movimiento muerto de los días
tus versos limpios en el cementerio
escudriñando entre lápidas hebreas
en nombre del nombre que tuvo la risa.

Un cielo cínico de planos grises y enfriados
cubre la plaza como un cielo raso.
Ya no hay mañana esta mañana por aquí
bajo las rotas mejillas de abril.

Como quisiera escribir una canción
que me volviera otro
o yo mismo tres años mejor,
mujer flaca.

De tu ventana hasta aquel jueves santo ¿cuánto queda?,
aquel milagro de carretera
con el pulgar paralelo a la sonrisa
y tu temblándome en el costado.

Como quisiera escribir un vuelo
para volver y un canto
que nos corra el olvido y el fin,
mujer flaca.


2. Flash





Hay un cielo limpio de jazmines detrás de vos
y la plata suave de tu frente duplica el sol.
Guarda tu boca el pliegue francés
de la cosmética de Mallarmé.

Poso en tu extrañado regocijo al compartir
las cartas de amor de Maiacovski a Lilia Brik,
dame un bandido beso bolchevique,
dame tu pena en Vallejo después.

Y cuando desdía y noche el mundo tras tu perfil
lloviznan tus manos, magdalenas maravedís,
y entre los pechos de la noche maja
sueños de Cúrcuma y ajonjolí.

Arzobispesa de mis confusiones,
la oficiante de mi corazón,
oro en tus labios, oro en tus labios
oro en tus labios la mi pasión.

domingo, 3 de abril de 2011

CABRERA POR DARNAUCHANS




No resulta fácil determinar hasta qué punto fue Cabrera el que descubrió a Darnauchans o cuánto fue la apertura que hizo Darnauchans en la canción uruguaya (sobre todo en lo lírico pero también en lo interpretativo) a un modo más letrado del canto la que descubrió en Cabrera un alcance que sobrepasa los límites del género, ensanchados a su vez por Zitarrosa, Mateo, incluso Rada, Viglietti, Masliah, Roos (lista que fue revisada por el propio Cabrera en su reciente Canciones propias). Lo cierto es que, como a menudo sucede (basta pensar en Mateo, injustamente desatendido durante años, o en el caso más duro de Gustavo Pena), la agudeza compositiva o la fineza interpretativa no siempre van acompañadas del reconocimiento merecido, pecado que será mejor atribuir a los dispositivos cuantificativos del mercado antes que a la más grave complacencia auditiva de un público poco avisado (¿pero empieza uno recién donde termina el otro?). El relativamente ignoto Darnauchans fue devuelto por el oído atento de Cabrera, y sobre todo por su atento trabajo de producción que dio fruto en el disco en vivo Entre el micrófono y la penumbra (2001), a un lugar privilegiado en el encabezado de la canción uruguaya que resulta más acorde con la dimensión su trabajo.
A partir de ahí, filtraciones de uno en el otro, dosificadas en las próximas entradas.






MUDANZA (Fernando Cabrera)

Retrato de relicario
de alguna tía enterrada,
naftalina entre los diarios
y una trenza empaquetada.

El camión está en la puerta,
dos botijas están mirando,
pasa gente que saluda
a mi padre saludando.

De los muebles desarmados,
de los muebles apretados,
de los muebles olvidados
una lágrima rodaba.

Ella se subió a mi cara,
se instaló sin decir nada
igual que la sangre cuando
mejilla ruborizada.

El vacío fue creciendo
en los cuartos y en el baño,
el silencio fue tomando
poco a poco todo el patio.

En los últimos cajones
me encontré con mis hermanos,
viejas carpetas de escuela,
mil nueve cuarenta y cuatro.

Retrato de relicario
de alguna tía enterrada,
naftalina entre los diarios
y una trenza empaquetada.