lunes, 15 de julio de 2013

UN RELATO BREVE DE KJELL ASKILDSEN





EN LA PELUQUERÍA

Hace muchos años que dejé de ir al peluquero; el más cercano se encuentra a cinco manzanas de aquí, lo que me resultaba bastante lejos incluso antes de romperse la barandilla de la escalera. El poco pelo que me crece puedo cortármelo yo mismo, y eso hago, quiero poder mirarme en el espejo sin deprimirme demasiado, también me corto siempre los pelos largos de la nariz.
Pero en una ocasión, hace menos de un año, y por razones en las que no quiero entrar aquí, me sentía aún más solo que de costumbre, y se me ocurrió la idea de ir a cortarme el pelo, aunque no lo tenía nada largo. La verdad es que intenté convencerme de no ir, está demasiado lejos, me dije, tus piernas ya no valen para eso, te va a costar al menos tres cuartos de hora ir, y otro tanto volver. Pero de nada sirvió. ¿Y qué?, me contesté, tengo tiempo de sobra, es lo único que me sobra.
De modo que me vestí y salí a la calle. No había exagerado, tardé mucho; jamás he oído hablar de nadie que ande tan despacio como yo, es una lata, hubiera preferido ser sordomudo. Porque ¿qué hay que merezca ser escuchado?, y, ¿por qué hablar?, ¿quién escucha?, y, ¿hay algo más que decir? Sí, hay más que decir, pero ¿quién escucha?
Por fin llegué. Abrí la puerta y entré. Ay, el mundo cambia. En la peluquería todo estaba cambiado. Sólo el peluquero era el mismo. Lo saludé, pero no me reconoció. Me llevé una decepción, aunque, por supuesto, hice como si nada. No había ningún sitio libre. A tres personas las estaban afeitando o cortando el pelo, otras cuatro esperaban, y no quedaba ningún asiento libre. Estaba muy cansado, pero nadie se levantó, los que estaban esperando eran demasiado jóvenes, no sabían lo que es la vejez. De manera que me volví hacia la ventana y me puse a mirar la calle, haciendo como si fuera eso lo que quería, porque nadie debía sentir lástima por mí. Acepto la cortesía, pero la compasión pueden guardársela para los animales. A menudo, demasiado a menudo, bien es verdad que ya hace tiempo, aunque el mundo no se ha vuelto más humano, ¿no?, solía fijarme en que algunos jóvenes pasaban indiferentes por encima de personas desplomadas en la acera, mientras que cuando veían a un gato o un perro herido, sus corazones desbordaban compasión. "Pobre perrito", decían, o: "Gatito, pobrecito, ¿estás herido?". ¡Ay, sí, hay muchos amantes de los animales!
Por suerte, no tuve que estar de pie más de cinco minutos, y fue un alivio poder sentarme. Pero nadie hablaba. Antes, en otros tiempos, el mundo, tanto el lejano como el cercano, se llevaban hasta el interior de la peluquería. Ahora reinaba el silencio, me había dado el paseo en vano, no había ya ningún mundo del que se quisiera hablar. Así que al cabo de un rato me levanté y me marché. No tenía ningún sentido seguir allí. Mi pelo estaba lo suficientemente corto. Y así me ahorré unas cuantas coronas, seguro que me hubiera costado bastante. Y eché a andar los muchos miles de pasitos hasta casa. Ay, el mundo cambia, pensé. Y se extiende el silencio. Es hora ya de morirse.

(1983)

viernes, 12 de julio de 2013

ZAZEN






Sentado inmóvil, de mí mismo
y del mundo me olvido, y creo que yacen
sueltos mis miembros, que ningún espíritu
ya los conmueve y su quietud antigua
se confunde al silencio de aquel sitio.

(Giacomo Leopardi, Canto XVI)


domingo, 7 de julio de 2013

HIGIENE MENTAL




LO LIMPIO Y LO SUCIO
En Lo limpio y lo sucio, Georges Vigarello, sociólogo francés especializado en el estudio del cuerpo, elabora una razonada historia de la higiene en Occidente desde la Edad Media en la que se muestra cómo las maneras de entender la limpieza en diferentes épocas varían notablemente.
El fragmento que copio más adelante expone ciertas concepciones que en los últimos siglos de la Edad Media se tenían sobre qué era la higiene y cómo debía ser regulada. Vigarello señala que en las sociedades de aquella época no eran los cuerpos sino los espacios comunes que habitaban los que caían bajo la jurisdicción de las reglas de limpieza, ya se tratara de un monasterio, de un hospital, de una escuela o, más en general, de las normas habitacionales de la ciudad. Esas normas, que se aplicaban a espacios y objetos y que se desentendían del aseo del cuerpo, apuntaban, antes que a limpiar, a desobstruir. No se rechazaba la suciedad de las superficies sino el amontonamiento de los volúmenes. Se podría pensar, si eso es así, que este tipo de regulaciones entendía la higiene como una relación de orden entre las cosas antes que como un modo de presentar su faz visible o de considerar su contextura particular aisladamente.





¿UNA HIGIENE MENTAL?
Si bien Vigarello limita su estudio a la higiene del cuerpo, sus reflexiones no dejan de ser alusivas para quien se interesa por lo que podríamos llamar higiene mental, sobre la cual probablemente también haya, para cada época, un conjunto de regulaciones que abarquen tanto cuestiones de decoro social como preceptivas médicas y psicológicas. ¿Cómo entendemos la higiene mental hoy en día? ¿Qué relación hay entre la higiene mental y la higiene corporal y la del espacio que se habita? Este es un tipo de preguntas que pueden anotarse en los márgenes del libro. Es más difícil, seguramente, encontrar referencias a la higiene mental del pasado, al menos en sus manifestaciones más cotidianas, que a la higiene "externa", sobre la cual, como lo atestigua el estudio de Vigarello, hay numerosos documentos disponibles. Abusando del libre ejercicio de hacer anotaciones al margen, me pregunto si las ciudades actuales, que externamente parecen más limpias que las de las sociedades medievales, no habrán concentrado sus inmundicias, su suciedad, su polución, sus desperdicios, en la neurosis de sus habitantes.






EL PROCEDIMIENTO DEL ZEN: ZAZEN
Lejos de las ciudades europeas de las que habla Vigarello, aunque cerca en el tiempo (uno o dos siglos antes), el patriarca del Zen japonés Eihei Dogen desarrollaba en el Zen de sello Soto un dispositivo de higiene mental heredero del dhyana clásico de la India que se llamó zazen, meditación sentada. Puede ser fecundo el análisis que hace Vigarello en el fragmento que se copia más adelante para pensar uno de los aspectos de esa práctica meditativa. Antes que limpiar, desobstruir. Antes que lavar, llevar. Así se podría resumir la actitud hacia la higiene que el autor de Lo limpio y lo sucio detecta en ciertas comunidades de la Europa medieval. En ese punto, el zazen propuesto por Dogen procede de manera similar. Antes de tratar de remover adherencias, frotar una superficie para eliminar el polvo, lo que se propone es llevar todos esos materiales, que inopinadamente consideramos como "sucios", al caudal de la respiración. No se trata, en el caso del zazen, de transportar la basura a los extramuros de la zona habitada para que no molesten a la vista (y sobre todo al olfato) sino de llevar, una y otra vez, esos materiales al río aéreo (y a la vez, subterráneo) de la respiración con el fin de reblandecerlos y dejar que se reabsorban. Algunos, posiblemente, se disuelvan en ese medio fluido, otros simplemente podrán encontrar, en el movimiento ondulatorio de su flotación, un aligeramiento. Incluso descanso. Evitar la acumulación de materiales es una tarea que necesita hacerse una y otra vez, de ahí que el zazen sea una práctica cotidiana. Dogen dice en uno de sus textos fundamentales: "la contextura inabarcable de lo real está más allá y más acá de la suciedad del mundo. Sin embargo, ¿quién podría creerse capaz de quitar toda esa roña?". Se refiere a un estado de cosas, pero también a un estado de la mente. El título del libro de Vigarello, "Lo limpio y lo sucio", podría ser traducido tal vez al lenguaje de Dogen mediante el uso que hacía el último Heidegger de los dos puntos, valiéndose de ese signo ortográfico para indicar una relación de co-pertenencia. Así, se leería "Lo limpio: lo sucio". Ese es uno de los resultados que la higiene mental del Zen de Dogen obtiene al llevar los materiales más abyectos a tomar aire a la zona del curso respiratorio: descubrir que la pretendida tersura sólo puede encontrarse, digamos, aireando la mugre.

HIGIENE PERSONAL
Por otra parte, para quien lo practica con asiduidad, el zazen se vuelve una actividad que ocupa un lugar similar al que tienen los hábitos cotidianos de higiene personal. La meditación se parece menos a una actividad extra curricular (manera en que se llama a las actividades que se hacen por afuera de las obligatorias, aunque muchas veces terminen siendo capturadas por el mismo sentimiento de deber) como puede ser ir al gimnasio o tomar clases de francés y más a bañarse, lavarse los dientes, afeitarse. De hecho, el sentimiento de necesitar un baño reparador se parece al sentimiento de necesitar sentarse sobre un almohadón a dejar correr el agua de la respiración para que los pensamientos se escurran.





FRAGMENTO DE "LO LIMPIO Y LO SUCIO", DE GEORGES VIGARELLO
Aparentemente, lo único que cuenta es el estado del traje: riqueza de la trama, lozanía de las pieles, respeto de las líneas.
Esta ausencia de preocupación por la condición inmediata de la piel caracteriza bastante bien las costumbres de la Edad Media. Algo así como si el cuerpo delegara su existencia en otros objetos, los que lo envuelven o lo rodean. El tema de la limpieza no está totalmente orientado. Tal "calidad" existe, pero se centra en las partes corporales visibles o en el medio en que están inmersas.
Los reglamentos de las comunidades religiosas muestran con claridad cuáles son estas líneas divisorias, insistiendo mucho más en el aspecto de la limpieza de los espacios y de los objetos comunes que en la de las personas y los cuerpos. Dominan las menciones a la ropa de cocina y de las capillas, así como a diversos utensilios, y San Benito es el más explícito en lo que a ellos toca que en lo que respecta a cualquier otro objeto: "Se reprenderá al que muestre negligencia o suciedad en el manejo de los muebles del monasterio". Parece que el cuerpo no se considerara más que indirectamente a través de las cosas que toca, los lugares por los que pasa y las herramientas que emplea, como si la atención se deslizase por las superficies. (...)
Se deja en silencio el verdadero espacio íntimo del cuerpo: universo de objetos en el que las fronteras se detienen en las envolturas del vestido. (...)
La distancia que va de los monjes benedictinos a los nobles parisinos es inmensa. El voto de pobreza es excluyente de la multiplicidad de las lanas costosas. El traje es aquí el símbolo de una total disparidad social. Sin embargo, hay ciertas similitudes decisivas: una misma atención a los rostros y a las manos, una misma polarización hacia los signos de la vestimenta, una misma ausencia de referencia sobre la existencia posible de un espacio íntimo dan a la limpieza una constelación de normas semejantes: esencialmente sociales; sus objetos corporales son básicamente visibles.
Los dispositivos adoptados por otras comunidades permiten que se mida mejor aún la coherencia de estas polarizaciones. En el hospital, por ejemplo, en donde se amontonan y mueren los pobres, hay una limpieza presente. Pero no se trata precisamente de la de los cuerpos desnudos, apretados unos contra otros en pequeñas superficies. (...) En último extremo, lo que interesa aquí es el espacio. Las cuentas enumeran a principios del siglo XV las escobas "que se distribuyen cada sábado" y se reparten según las zonas del hospital. Esta limpieza, en realidad, es evocada más que descrita, pero su estrategia no puede ser la de la compartimentación: se trata, por lo menos en lo que toca a las instituciones que viven de las limosnas o de las iniciativas privadas, de rechazar el amontonamiento más que de "limpiar". En 1413 se reserva todavía una cuenta en el Hôtel-Dieu de París para que se mate a los perros que andan errantes por las habitaciones y duermen bajo las camas. Treinta y seis "perros ladrones que se pasean por entre los lechos de los enfermos" serán así ejecutados. Luchar contra el amontonamiento; contener el desorden antes de que sea imaginable una verdadera limpieza de los cuerpos.
Semejante problema no se limita, claro está, a las instituciones hospitalarias. Por ejemplo, las observaciones que, en los reglamentos de los colegios de los siglos XIV y XV, pueden evocar más o menos directamente la "limpieza" tratan primero de la acumulación de los desperdicios. Impedir que invadan el espacio, rechazar el amontonamiento: "Que nadie eche inmundicias en el patio, en los lavaderos, ante las puertas o ante la entrada trasera de la casa". Estos reglamentos no se preocupan en detallar el ritmo de los lavados, pues su mayor problema es abrir paso y detener las acumulaciones. La limpieza se refiere al espacio y a los desperdicios (...). No se habla aquí de limpieza corporal íntima, por ejemplo de la que podría escapar a la mirada, de la que se tratará más tarde en la misma categoría de documentos. El uniforme de los colegiales respeta, al contrario, la decencia formal.
El mismo problema se plantea para el espacio urbano: también se trata aquí de rechazar el amontonamiento más que de limpiar. Lo esencial es liberar una superficies que siempre corren peligro evacuar el suelo transportando la basura. "Desembarazar" es, primero, transportar. (...) La única estrategia consiste en rechazar la acumulación de las inmundicias y de los desechos. No se tratará, por ejemplo, de establecer un sistema de pozos negros o una circulación de las aguas usadas, sino de hacer que los propietarios "retiren los lodos". No se tratará de crear una red de desagües, sino de llevar pacientemente los desechos hasta los ríos o hasta los vertederos. Finalmente, no se trata de lavar sino de llevar. (...)
El paisaje urbano en el que se amontonan fangos y desperdicios, no explica por sí mismo el porqué de los criterios de limpieza que imperan en la Edad Media, pero al menos explica la razón de las luchas que emprendieron ciertas instituciones para conseguir una "limpieza colectiva". Y también subraya el esfuerzo de la lucha constante y parcialmente impotente contra la acumulación. Nos es forzoso encontrar un sentido a esos reglamentos de hospitales y colegios que casi siempre silencian los principios de una limpieza corporal y que siempre, sin embargo, conceden mucha importancia al alejamiento necesario de inmundicias y fangos.