En el tono de una conversación reciente con un amigo y en referencia a lo que alude Alberto Silva cuando dice que "zen es tu maestro", copio un fragmento de De magistro ("El maestro o sobre el lenguaje"), un texto de Agustín de Hipona en el que, en diálogo con su hijo, nos ofrece una manera de entender el aprendizaje como una tarea de la cual es responsable, en última instancia, sólo aquél que quiere aprender y no quien, según Agustín, es mal llamado maestro. ¿Quién es tan estúpido para querer aprender lo que el maestro piensa?, se pregunta Agustín. Las palabras que el aprendiz recibe no resultan sino una especie de estímulo para que éste aprenda, en definitiva, por sí mismo. Sólo haciendo por cuenta propia la experiencia del conocimiento ("experiencia de sentido", dice Jean-Luc Nancy; "experiencia de verdad", Gianni Vattimo) se puede aprender. Eso sí, la referencia a lo que Agustín llama "maestro exterior" (un paisaje, una persona, unas palabras) no es accesoria, más bien se vuelve indispensable para ayudar a prender la lamparita.
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Cuando las palabras son recibidas en el oído de quien las conocía, puede este saber que quien habla ha pensado sobre las cosas que aquéllas significaban. Cabe, sin embargo, preguntarse si con eso mismo aprende también si dijo la verdad, que es lo que aquí se pregunta.
¿Tienen por profesión los maestros que sean percibidos y retenidos sus pensamientos, y no las mismas disciplinas que piensan transmitir hablando? En efecto, ¿quién es tan estúpidamente curioso que envíe a su hijo a la escuela para que aprenda lo que el maestro piensa?
Por el contrario, una vez que los maestros han explicado con palabras todas esas disciplinas que profesan enseñar, e incluso las relativas la misma virtud y la sabiduría, aquellos que se llaman discípulos se preguntan a sí mismos si se les ha dicho la verdad; y lo hacen contemplando, en la medida de sus fuerzas, aquella verdad interior, pues es entonces cuando aprenden. Y, cuando han comprobado en su interior que lo dicho es verdadero, lo alaban, sin darse cuenta de que no alaban tanto a los que enseñan cuanto a los enseñados; y eso, suponiendo que aquéllos sepan lo que enseñan.
Se equivocan, en cambio, los hombres llamando maestros a los que no lo son, debido a que casi nunca media un intervalo entre el momento de la locución y el del conocimiento. Y, como aprenden en su interior inmediatamente después de la alocución del que diserta, juzgan que han aprendido de aquel que exteriormente les ha enseñado.
Agustín de Hipona, De magistro