Mmmmmmm prosigue: repite su murmullo con la boca cerrada, ni siquiera om, la sílaba sagrada que abre la joya en la flor de loto de la meditación que se vacía de sí misma: ni siquiera ese sordo proferimiento en el que Hegel escuchaba la falta de articulación entre vocal y consonante, similar a la falta de una noche en que las vacas son negras, así como de una luz enceguedora, similar, sí, al mugido de las vacas en la noche, similar a la indistinción en la que el concepto pierde su propia diferenciación en que reposa toda su consistencia, similar, sí, a la estela dejada en el aire o sobre el papel por la retirada del concepto, por un desvanecimiento de la diferencia que no produce identidad, sino el zumbido, el ronroneo, el refunfuño y el borborigmo de la consonante que sólo resuena, sin articular voz alguna. Mmmmmmm resuena anterior a la voz, en la garganta, rozando apenas los labios desde el fondo de la boca, sin movimiento de la lengua, nada más que columna de aire impulsada desde el pecho hacia la cavidad sonora, la caverna de la boca que no habla. Ni voz, ni escritura, ni palabra, ni grito, sino rumor trascendental, condición de toda palabra y de todo silencio, arquía glótica en la que emito estertores y vagidos, agonía y nacimiento, canturreo y gruño, canción, goce y sufrimiento, palabra inmóvil, palabra momificada, monotonía en la que se resuelve y se amplifica la polifonía que sube desde el fondo del vientre, un misterio de emoción, la unión sustancial del alma y el cuerpo, del cuerpo y el almmmmma.
A la escucha, Jean-Luc Nancy