domingo, 9 de diciembre de 2012

MONDRIAN, ROTHKO, GUSTON



¿Qué une a Mondrian, Rothko y Guston? Una tenacidad implacable que evoca más a la naturaleza que a la inventiva humana. Lo que evita que su obra se transforme en un objeto cerrado sobre sí mismo es que cada pintura gravita hacia las demás, ya sea en términos de memoria o de anticipación. Una vez más, como en la naturaleza, la experiencia es en profundidad, y no una superficie para ser vista en una pared. Volveremos a esta idea un poco más adelante.




En mi propio campo, la música, los momentos más altos han tenido lugar cada vez que se llegó a un compromiso entre lo horizontal y lo vertical, como en Bach y luego en Webern. Tal vez esto también sea cierto de Piero della Francesca y Cézanne. Mondrian, más cercano a esta perfección simultánea, parece querer borrarla perturbando constantemente el grado de visibilidad de la pintura. Y, así y todo, la visibilidad de la pintura era su única preocupación. Tal es así que escondió la pincelada. Pero esto solo revelaba aún más claramente el toque, la presión, el tono único de su trabajo. Es por esta razón que sus pinturas parecen haber sido pintadas desde lejos, pero deben mirarse todo lo cerca que sea necesario para no ver los bordes del lienzo




Rothko provoca una sensación completamente opuesta. No hay prácticamente distancia alguna entre su pincel y el lienzo. Uno lo mira a una inmensa distancia, desde la que su centro desaparece.
Guston, ni cercano ni distante, como una constelación fugaz que se proyecta sobre el lienzo para luego ser removida, evoca una antigua metáfora hebrea: Dios existe, pero nos da la espalda.
¿Cuál es el tipo de inteligencia tras estas obras que pueden dar el salto (sin necesidad de un principio organizativo) hacia la orquestación lograda de una obra de arte? En música ese salto ocurre entre el tono y el sonido. El tono sigue siendo aquello que ponemos en relación; el sonido, aquello que acontece no por lógica, sino por afinidad.


(Fragmento del texto "Después del modernismo" que escribió Morton Feldman en 1967, según aparece en Pensamientos verticales, libro recientemente editado en la Argentina que reúne los escritos de Feldman)