miércoles, 11 de noviembre de 2009

EN EL AURA DEL SAUCE




Juan L. Ortiz (1896-1978) ha sido, tal vez, una rama de árbol, una sombra de pájaro, el reflejo de un río -->. Un documental de Marilyn Contardi (1994) y un poema de La orilla que se abisma (1970) pueden darnos un atisbo de la linde sutil, apenas tocada por el aliento, sobre la que se tiende el alma en su poesía.


ALMA, SOBRE LA LINDE...
 
Alma,
        sobre la linde de ese aparecido de amarillo
                                    en una acequia de limbo,
alma,
        por qué tiritas,
si la melancolía, no lo ves?, pasa a su cielo, allá,
                                           casi en seguida
       encima del platino que pareciera el en sí
                                             del río.
                   y encima del infinito que se redime,
                                                    agónicamente,
                                     de las islas?...:
                                    don de amor, por qué no?,
                                                   ella,
don de amor que se revela, es cierto, luego de cernirse
                                     por un imposible de hojillas
                    y un imposible de nomeolvides,
pero que no puede menos de estirarse y estirarse, arriba,
                                            en una iluminación
                                                    de hilas
                   que querrían curar la lividez, aún,
                          de la frente del anochecer
con una demora de rosa solamente, ay, solamente, todavía,
                                      para la veladura del fin...

Es que Junio, en este momento, por ahí
                                              sube, sube de los juncos,
y afila hasta el hielo las pestañas de la soledad
                                 contra las “ánimas” de la crecida,
                                                todas las “ánimas”
que ni al unirse, paradojalmente, y ser la propia desesperación
                                                                  del aire
                                                    yéndose por sus heridas,
              no han de tener otros ecos que ésos de sus letanías
                                 en una invocación como a sí mismas,
                                                                          se dirá,
           en la misma espiral que anhelaría tocar, ay,
                                                             el sentimiento de Sirio. ..
         ello en la línea de ese juego que ha de repetir
                                    en la mirada del miedo
o en la pupila, si quieres, del destino de esas lástimas,
                                los guiños de la eternidad
      o las raicillas que hundirán los años-luz,
                                               en la quimera, también,
                                                de la piedad de un abismo,
cuando los narcisos del origen, tal vez, con sus vigilias de
     milenios,
                                                              y mares de silencio
                                                               entre sí,
        desaparecieran, en qué antes?, bajo los remolinos de las
            tinieblas,
                                                  en las avenidas del éter...
                            o volviesen a su llamamiento del principio
                                                           por los países de Alicia
                                                    hacia el amor de una nube…

Pero qué podrías hacer desde aquí, o desde tras de los visillos…
                                 qué podrías hacer, siquiera,
                                 por esos prójimos de silencio
                         que en este momento han de atar a su “cubil”
                                          para una vela sin vela
                                 entre una vela de estertores y de chasquidos
                                      por ceñirles,
                                                       serpentinamente, las pajas?
                                                     Qué podrías hacer, di?
Podrías, acaso, desenredar ese silencio
                                                      a los fines de la voz
                                           que enfrentará a las “diademas del sur”,
                                                         sí, del mismo “sur”?

—Mas mi privación del presente
no me induce, no, a olvidar la privación que “fantasmea”, me
     permitiríais,
                                     que “fantasmea “ las lamentaciones,
         o que “fantasmea”, mejor, lo que el pajonal ha de decir
                                                              al aguzar una brisa...
Pero quién declararía, quién, que los mismos suspiros
que atraviesan unas muselinas
y se niegan, en realidad, de alguna manera,
                                                                     los suspiros
al unirse y presionar, aunque misteriosamente, sobre las
     ligaduras del atardecer
                                            o la mudez de los anegadizos
                       no pudieran ayudarles, así, a liberar su metal,
                                                         para cuando, a su vez,
deban ellas inundar las constelaciones de las vías
                                                          o del propio frío,
                                             con el coro de las cuentas?
—Sí, pero mientras,
    cuántos, cuántos, sin alcanzar una ramilla
    sobre la espuma y los nudos...
    los nudos...
—Quién sabe... las callosidades hoy día
    se habitúan, ligerísimamente, a calzar las siete leguas…
—Y hacia ellos, después,
    la invasión de lo que ahora sólo ha de dar contra su llanto
                   en el rebote del llanto?
—Si continuasen, desde luego, cerrando la “familia”
                                          a las “compañías” del viaje
                           que deben de esperar, a cada diluvio, desde
                                    lo espectral o lo invisible,
y bajo las lunas, aún,
lo que en el Arca ha de venir
alguna vez, no?:
               las cepas de ese linaje que irá salvando de su noche
                                                        a las sensitivas del agua,
                            en el camino de la mirada que no temblará,
                                  no, en la relación,
                                                           ni en la participación,
                              fuera de los niveles y de la tristeza,
                                                                tal vez...
                              o en el camino del reencuentro, a través del
                                  azul,
                                                              con el presente,
                                                                      quizás,
                   de las criaturas de las profundidades...
y en esa caña, consecuentemente, sin divisiones, del sufí,
                   el hálito, nuevamente, uno, uno,
                       con la melodía...