Juan L. Ortiz (1896-1978) ha sido, tal vez, una rama de árbol, una sombra de pájaro, el reflejo de un río -->. Un documental de Marilyn Contardi (1994) y un poema de La orilla que se abisma (1970) pueden darnos un atisbo de la linde sutil, apenas tocada por el aliento, sobre la que se tiende el alma en su poesía.
ALMA, SOBRE LA LINDE...
Alma, sobre la linde de ese aparecido de amarillo en una acequia de limbo, alma, por qué tiritas, si la melancolía, no lo ves?, pasa a su cielo, allá, casi en seguida encima del platino que pareciera el en sí del río. y encima del infinito que se redime, agónicamente, de las islas?...: don de amor, por qué no?, ella, don de amor que se revela, es cierto, luego de cernirse por un imposible de hojillas y un imposible de nomeolvides, pero que no puede menos de estirarse y estirarse, arriba, en una iluminación de hilas que querrían curar la lividez, aún, de la frente del anochecer con una demora de rosa solamente, ay, solamente, todavía, para la veladura del fin... Es que Junio, en este momento, por ahí sube, sube de los juncos, y afila hasta el hielo las pestañas de la soledad contra las “ánimas” de la crecida, todas las “ánimas” que ni al unirse, paradojalmente, y ser la propia desesperación del aire yéndose por sus heridas, no han de tener otros ecos que ésos de sus letanías en una invocación como a sí mismas, se dirá, en la misma espiral que anhelaría tocar, ay, el sentimiento de Sirio. .. ello en la línea de ese juego que ha de repetir en la mirada del miedo o en la pupila, si quieres, del destino de esas lástimas, los guiños de la eternidad o las raicillas que hundirán los años-luz, en la quimera, también, de la piedad de un abismo, cuando los narcisos del origen, tal vez, con sus vigilias de milenios, y mares de silencio entre sí, desaparecieran, en qué antes?, bajo los remolinos de las tinieblas, en las avenidas del éter... o volviesen a su llamamiento del principio por los países de Alicia hacia el amor de una nube… Pero qué podrías hacer desde aquí, o desde tras de los visillos… qué podrías hacer, siquiera, por esos prójimos de silencio que en este momento han de atar a su “cubil” para una vela sin vela entre una vela de estertores y de chasquidos por ceñirles, serpentinamente, las pajas? Qué podrías hacer, di? Podrías, acaso, desenredar ese silencio a los fines de la voz que enfrentará a las “diademas del sur”, sí, del mismo “sur”? —Mas mi privación del presente no me induce, no, a olvidar la privación que “fantasmea”, me permitiríais, que “fantasmea “ las lamentaciones, o que “fantasmea”, mejor, lo que el pajonal ha de decir al aguzar una brisa... Pero quién declararía, quién, que los mismos suspiros que atraviesan unas muselinas y se niegan, en realidad, de alguna manera, los suspiros al unirse y presionar, aunque misteriosamente, sobre las ligaduras del atardecer o la mudez de los anegadizos no pudieran ayudarles, así, a liberar su metal, para cuando, a su vez, deban ellas inundar las constelaciones de las vías o del propio frío, con el coro de las cuentas? —Sí, pero mientras, cuántos, cuántos, sin alcanzar una ramilla sobre la espuma y los nudos... los nudos... —Quién sabe... las callosidades hoy día se habitúan, ligerísimamente, a calzar las siete leguas… —Y hacia ellos, después, la invasión de lo que ahora sólo ha de dar contra su llanto en el rebote del llanto? —Si continuasen, desde luego, cerrando la “familia” a las “compañías” del viaje que deben de esperar, a cada diluvio, desde lo espectral o lo invisible, y bajo las lunas, aún, lo que en el Arca ha de venir alguna vez, no?: las cepas de ese linaje que irá salvando de su noche a las sensitivas del agua, en el camino de la mirada que no temblará, no, en la relación, ni en la participación, fuera de los niveles y de la tristeza, tal vez... o en el camino del reencuentro, a través del azul, con el presente, quizás, de las criaturas de las profundidades... y en esa caña, consecuentemente, sin divisiones, del sufí, el hálito, nuevamente, uno, uno, con la melodía...