martes, 24 de noviembre de 2009

ROTHKO








Una pintura que va a dar de lleno al final de lo que se busque. Una pintura, por eso, abrupta. Hubo quienes practicaron la misma apuración del otro lado, justo al principio. Marcel Duchamp sería un ejemplo de estos otros artistas que se dedicaron a llegar hasta el fondo del principio para tirar de los bordes de la matriz (vaga, hasta la explicitación) y ayudar a dar a luz de una manera nueva, podría pensarse que más amplia, aunque podemos preferir que no se trate de amplitud (que siempre estuvo garantizada) sino de un forzado cambio de perspectiva.
Si Duchamp resuelve el asunto del arte inaugurando una inmediatez en la que sólo la mirada separa arte y mundo, Rothko lo resuelve, de una manera mucho más conclusiva, en una consumación donde ya no hay espacio para la separación.



 



Es famosa la historia acerca de cómo surgió, en el zen, la Escuela del Sur (en rigor, el cisma se produjo años más tarde, y sus artífices no fueron los personajes de esta historia sino sus discípulos). Se sabe que Hong Ren, el Quinto Patriarca del zen chino, convocó a sus discípulos para elegir entre ellos, como sucesor al que transmitiría sus hábitos y su Doctrina (la verdad de Buda), a quien compusiera el cántico (gatha) que mejor demostrara el entendimiento de sus enseñanzas. Fue Shen Xiu quien, de acuerdo con las expectativas del resto de los monjes, decidió escribir el cántico que lo consagraría como Sexto Patriarca. Una noche se dirigió hacia la galería del sur con una vela y, a escondidas, escribió su cántico en el muro central:

El cuerpo es el Árbol del Bodhi (Despertar)
Un Espejo Brillante, eso es la mente
Mantenlo siempre limpio, un día tras otro
No dejes que se acumule el polvo

Hui Neng, analfabeto, que, a modo de novicio laico, trabajaba en el patio trasero del monasterio descascarando arroz,  tras leer el cántico de Shen Xiu pidió a un monje que sabía escribir que copiara en el muro opuesto su propio cántico:

El Despertar (Bodhi) nunca tuvo nada que ver con un árbol
No hay sitio aquí para colocar ningún espejo
El Buda interior (la Naturaleza Original) de cada uno resplandece con luz eterna
¿Dónde podría acumularse el polvo?

Hui Neng obtuvo, en secreto, la transmisión de la doctrina (Dharma).








¿Podemos pensar en Duchamp y Rothko a través de esta anécdota? Hay pocos puntos en común. No se trata de monjes discípulos de un mismo maestro zen. Se trata, en cambio, de dos artistas que, a su manera, renegaron de la disciplina, despreciando cualquier (a)filiación. Y, sin embargo, hay algo que pone en común las dos situaciones, separadas por casi todo. Shen Xiu propuso, en su poema, que la mente, como un espejo, se mantuviera limpia de polvo para que la Verdad se reflejara en ella. ¿Y Duchamp? Él quiso que la mente depurara a la mirada de lo que se llamó su aspecto retiniano para que ella misma, con una forma  nueva, parecida a un espejo, fuera la única medida para hacer, del mundo, arte, y viceversa. Limpiar a la mente del polvo de las apariencias (aunque ya no en pos de la Verdad sino, por el contrario, para obtener una verdad que resulta de la sustracción de cualquier mayúscula) y pulir las opacidades que en ella habían producido la mayoría de las convenciones de la tradición artística europea.
Rothko, en casi nada parecido a Hui Neng, pudo decir: "no debe haber nada entre mi pintura y el observador", habló de una "experiencia consumada entre el cuadro y el contemplador". Hui Neng debía referirse a una consumación similar cuando anotó: no hay sitio aquí para colocar ningún espejo. ¿Dónde podría acumularse el polvo?.
Duchamp, desde la línea del gran realismo (la categoría es de Kandinsky, Fermín Fevre la aplica a Duchamp), llegó, demoliendo cimientos, a los umbrales del origen (de la obra de arte): la mirada. Rothko, buscando una consumación que sólo se encuentra en el final (¿eso fue lo que obtuvo a los 66 años, cuando decidió terminar con su vida?), pudo prescindir de cualquier separación, dejando que la experiencia (estética) se redujera la irrupción o a la emergencia de la continuidad.






Queda, todavía, un cabo suelto que podemos tratar de atar. Decimos que Rothko borró toda división hacia el interior de la experiencia (estética), pero parece ser cierto que, más hacia afuera, conservó una división muy fuerte: el cuadro, que separa la información del arte de la de la realidad. Arriesgo dos posibles soluciones a este problema: la primera, que por lo que se dijo hasta ahora, cabe deducir que el proyecto de Rothko, dirigido hacia un final, no necesitó romper las divisiones del inicio (y a esta categoría pertenece el cuadro).
La segunda, que la ubicuidad de la herencia de Duchamp resguardó, también a los cuadros de Rothko, de la realidad deficitaria que tenían las obras de arte en otras épocas. El vuelco, aparentemente irreversible, de Duchamp hacia la mirada (y hacia su originalidad), devolvió la pintura al mundo. Si así fuera, Rothko, ya libre de la división en el inicio (o desde esa división elemental que es la mirada), liberó la división en el final, ofreciendo una continuidad insoslayable que sólo puede ser modificada por una forma invisible de adhesión de lo fragmentario.