miércoles, 30 de septiembre de 2009

OTOMO YOSHIHIDE -La intervención de la continuidad




Otomo Yoshihide (1959, Yokohama, Japón).
http://www.japanimprov.com/yotomo/index.html










lunes, 28 de septiembre de 2009

EL PRÍNCIPE





El Príncipe (Gustavo José Pena Casanova, 1955-2004), músico uruguayo, fue un iluminado que todavía brilla en una forma sutil de la oración: la canción.
Dejo fragmentos de una entrevista que le hicieron poco tiempo antes de su muerte para una radio uruguaya y, a continuación, dos videos en los que su espontaneidad trabajada obtiene de la música un alimento que, generosamente, nos convida.






martes, 22 de septiembre de 2009

TADASANA (POSTURA DE LA MONTAÑA)

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Es la postura de pie básica que se realiza antes y después del resto de las posturas de pie. Funciona, en este sentido, para medir y calibrar el estado de nuestro cuerpo a través de la práctica y “reunir nuestros pensamientos musculares antes de continuar la ascensión” (Ray Long MD FRCSC). Tadasana nos devuelve a la estabilidad que nuestra posición erecta nos permite, como un retorno a casa. En Tadasana nos con-centramos, volvemos a nuestro centro y, recordemos a Plotino (‘volviendo’ a nuestra tradición occidental): “alcanzamos con nuestro propio centro el centro universal (…), encontramos ahí nuestro reposo”.
Pero no es sólo una asana transitiva, también se practica como una postura en sí misma. “Tādāsana indica una postura en la que se debe permanecer de pie, firme y erguido como una montaña” (Iyengar). Simbólicamente, en Tadasana tenemos, como una montaña, una base de apoyo arraigada en el suelo, segura y estable y una cima (la coronilla) que se eleva hacia el cielo. Para conquistar una estabilidad auténtica, quizás debamos empezar entregándonos al movimiento que nuestro cuerpo nos imponga (a veces un vaivén apenas perceptible), desbloqueando nuestras tensiones para, una vez conectados con nuestros movimientos íntimos, buscar su sosiego y nuestra firme quietud.

Técnica de armado (según Iyengar):
·         Colóquese de pie, erguido, con los pies juntos, con los talones y los dedos gordos de ambos pies en contacto. Apoye el extremo de los metatarsianos en el suelo y estire todos los dedos de los pies en el suelo.
·         Tense las rodillas y suba las rótulas, contraiga las caderas y suba los músculos posteriores de los muslos.
·         Mantenga el vientre dentro, el pecho hacia delante, la columna estirada hacia arriba y el cuello erguido.
·         No cargue exclusivamente el peso del cuerpo en los talones o en los dedos de los pies sino que debe distribuirlo por igual entre ambas zonas.
·         Idealmente en Tadasana los brazos deberían hallarse extendidos y elevados por encima de la cabeza pero por razones de conveniencia pueden mantenerse a ambos lados de los muslos.
Efectos (según Iyengar):
La gente no presta la debida atención a la manera correcta de estar de pie. Algunos cargan exclusivamente el peso del cuerpo sobre una pierna o mantienen una pierna completamente girada hacia un lado. Otros apoyan todo el peso sobre los talones o sobre el borde interno o externo del pie. Esto puede ser comprobado observando cómo se produce el desgaste de suelas y tacones del calzado. Debido a esta errónea posición de pie, por la mala distribución del peso del cuerpo se adquieren deformidades particulares que dificultan la flexibilidad vertebral. Aun cuando los pies deban mantenerse separados, es preferible colocar talones y dedos en una línea paralela al plano medio, y no en ángulo. De este modo las caderas se mantienen contraídas, el vientre entra y el pecho se abre hacia delante. Ello proporciona ligereza al cuerpo y agilidad a la mente.  Por el contrario, si cargamos el peso del cuerpo solamente sobre los talones, se produce un cambio en el centro de gravedad; las caderas carecen de firmeza, el abdomen se proyecta hacia fuera, el cuerpo se inclina hacia atrás, obligando a un sobreesfuerzo de la columna vertebral, con lo que sobreviene en consecuencia la fatiga y el embotamiento de la mente. Resulta, por tanto, esencial llegar a dominar el arte de permanecer de pie correctamente.

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Cuando formamos la postura, podemos balancearnos, levemente hacia delante, hacia atrás y hacia ambos lados, trasladando el peso a distintas zonas del pie, observando el eje de nuestro cuerpo y sintiendo qué músculos se contraen y cuáles se relajan para garantizar el equilibrio. Al detener el movimiento suavemente, obtenemos un plano de conciencia que, a nivel físico, permite ajustar Annamaya Kosha a su medida. Esto se logra, en primer lugar, con una percepción fina de nuestros músculos, contrayendo con la tonicidad justa aquellos que son necesarios para mantener la postura y relajando los demás. Y, en segundo lugar, mediante la vigilancia de la línea de gravedad, que descarga su peso desde la coronilla, bajando por la columna vertebral, hasta terminar entre los pies (como se indica más adelante). Podemos proyectar esa línea de gravedad, según Iyengar, como un hilo divino (Brahma sūtra) que atraviesa nuestro cuerpo por su centro, garantizando la simetría axial de su eje. El equilibrio, dice, “no debe ser obtenido por los músculos sino por el espíritu”.
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Músculos en activación sinérgica:
·         Psoas y glúteos (equilibran la pelvis).
·         Tensor de la fascia lata y glúteo medio (mantienen las piernas sin rotación externa).
·         Cuádriceps (alargan las rodillas).
·         Músculos de la pantorrilla (equilibran los tobillos)
·         Músculos de la parte inferior y superior del pie.

·         Erectores de la columna (elevan la columna, mantienen erguido el tronco).
·         Abdominales (sostienen y equilibran el torso, bajando la caja torácica).
·         Diafragma.
·         Periné.

·         Parte inferior de los trapecios (baja los hombros, eleva el pecho).
·         Romboides y parte media de los trapecios (llevan los omóplatos hacia la línea media, abren el pecho).
·         Pectorales menores (elevan costillas inferiores, abren el pecho).
·         Infraespinoso y redondo menor (rotan externamente el húmero).
·         Tríceps (enderezan los codos).

Articulaciones:
·         Los tobillos, las caderas, los hombros y las muñecas están en su posición neutra.
·         Las rodillas  están extendidas.
·         Los codos están extendidos y los antebrazos en pronación.
Los arcos de los pies están elevados y conectan con la acción ascendente de elevación en el suelo pélvico, el abdomen inferior, la caja torácica, la columna cervical y el extremo superior de la cabeza.
Los omóplatos están bajos recayendo sobre el apoyo de la caja torácica y conectan con la liberación descendente del coxis y la conexión de los tres puntos de contacto entre cada pie y el suelo. Según Ray Long MD FRCSC,
no puede construirse nada duradero sobre unos cimientos poco sólidos. Ésta puede que sea la razón por la que muchas tradiciones de yoga consideran que Tadasana es el punto de partida de la práctica de asanas. Curiosamente, esta postura es casi idéntica a la “posición anatómica”: el punto de referencia de partida para el estudio del movimiento y la anatomía. La única diferencia importante entre las dos posiciones es que en Tadasana, las palmas de las manos se encuentran dirigidas hacia los lados de los muslos en vez de hacia delante.
Esta posición corporal es también singularmente humana, porque los seres humanos son los únicos auténticos mamíferos bípedos del planeta. Los humanos son también las menos estables de las criaturas, al poseer la menor base de apoyo, el centro de gravedad más elevado, y (proporcionalmente) el cerebro más pesado en equilibrio sobre todo ello.
  
Los pies
                Los pies, como base de apoyo, ofrecen una imagen de cómo actúan en nuestro organismo las fuerzas pasivas y activas de liberación y apoyo. La estructura esencial del pie se puede representar mediante un triángulo, cuyos puntos son los tres lugares donde descansa la estructura del pie sobre una superficie de apoyo: la tuberosidad calcánea, la base del primer metatarsiano y la base del quinto metatarsiano. Como se ve en las imágenes, las líneas que conectan estos puntos representan los arcos, líneas de elevación de las cuales proviene el apoyo postural: el arco longitudinal medial, el arco longitudinal lateral y el arco transverso anterior (metatarsiano). Si unimos, desde abajo, los dos triángulos de los pies, obtenemos el tamaño y forma de la base de apoyo en Tadasana. El centro de gravedad del cuerpo, proyectado desde la coronilla, cae justo en el centro de esta base hexagonal.
 
En las imágenes vemos la musculatura de los pies, que proporciona elevación, equilibrio y movimiento de los huesos del pie.
 Nuestra actual forma de vida urbana no requiere la adaptabilidad locomotora para la cual están capacitados los pies. El resultado es que, con el estado actual de su evolución, resultan sobrediseñados para nuestros hábitos. En este sentido, Tadasana (y las posturas de pie en general) devuelve a los pies su fuerza y adaptabilidad naturales. “Una vez se mejoran los cimientos, es mucho más fácil poner en orden el resto de la casa”.

La mirada
La mirada se dirige, en continuidad con la firmeza serena del resto de la postura (pienso en la palabra compostura, con un sentido de restitución), hacia el horizonte, atestiguando en esa visión la unión de cielo y tierra pero, al mismo tiempo, fijándose más allá del horizonte, en el infinito.
Tadasana puede ser una postura de meditación. Al llegar a ese estado se puede aplicar Shambavimudra que, según el Hatha Yoga Pradipika, “consiste en concentrar la mente en el interior (…) mientras se mantiene fija la mirada en un objeto exterior. (…) Shambavimudra es un estado en que mente y prâna se vuelven uno con el objeto interno, mientras que la mirada permanece fija, como si todo lo viera, cuando en realidad no ve nada” (IV, 36). La misma mirada, posada en el exterior pero, al mismo tiempo, volcada hacia el interior, se utiliza para la meditación en el zen; en zazen, los ojos “no miran nada, (pero) intuitivamente se «ve» todo” (Taisen Deshimaru).
Para la tradición Ashtanga de Sri K. Pattabhi Jois, en Samasthiti (que refiere a lo que acá se considera Tadasana) se fija la mirada (drishti) en la punta de la nariz.

Contraindicaciones
Si se sufre de cefaleas, insomnio o hipotensión arterial, hay que tener cuidado en general con las posturas de pie prolongadas.

Samasthiti (variante de Tadasana)
Sama: mismo, igual, equitativo.
Sthiti: Establecer, estar de pie.


Esta variación de Tadasana, además de tener las manos en la posición de oración (námaskar o námaste mudra) y la cabeza más baja, cuenta con una base de apoyo más amplia y estable porque los pies, en vez de estar juntos, están colocados con los talones debajo de los isquiones. En los estilos de yoga vinyasa, como el punto focal es el movimiento coordinado por la respiración, se usa más esta variante. En los enfoques orientados a la alineación se usa más la primera versión ya que privilegian el mantenimiento estático de posturas.


 En el siguiente video podemos ver a Spinetta cantando La montaña. Él comprendió la conclusión del koan zen: la montaña es la montaña. Me gusta pensar que al final del camino (no se trata de un final cronológico) volvemos al cuerpo, para vivir en el mundo. Contamos con una conciencia más amplia pero, irremediablemente, vamos a tener que admitir que la montaña es la montaña, aunque podamos traducir, no sin cierto escepticismo, que la montaña es una de las formas, después del pensamiento, en que una ausencia inescrutable se presencia (o se presenta) a sí misma. El escepticismo está en la ironía a la que accedemos al usar el lenguaje, en definitiva, para mostrar, agotándolo, su inutilidad. En silencio, podemos permanecer en Tadasana, experimentando, primero, la montaña, para convertirnos, después, en ella, y desaparecer en su propio contorno.





Fuentes: 
Las posturas clave en el Hatha Yoga -Ray Long MD FRCSC (Ilustraciones de Chris Macivor)
Luz sobre el Yoga -B.K.S. Iyengar
Anatomía del Yoga -Leslie Kaminoff
www.yogaymedicinaoriental.blogspot.com -blog de Adriana Paoletta

lunes, 14 de septiembre de 2009

NO HAY SITIO AQUÍ PARA COLOCAR NINGÚN ESPEJO


“Así pues, ¿dónde situar el espíritu?” Yo respondí: “Si no lo situáis en ninguna parte, llenará todo vuestro cuerpo y se extenderá por todo él. De este modo, si tenéis necesidad de las manos, podréis serviros de ellas; si tenéis necesidad de los pies, podréis serviros de ellos; si tenéis necesidad de los ojos, podréis serviros de ellos. Es omnipresente en cada lugar de que se trate, y por lo tanto puede servirse de él según las necesidades. Si circunscribís el espíritu a un lugar, quedará aferrado en ese lugar y careceréis de actividad. Si reflexionáis, quedaréis aferrados por esa reflexión. Así pues, no hagáis funcionar ni la reflexión ni la diferenciación. Haced que el espíritu sea omnipresente en vuestro cuerpo, no lo circunscribáis a un lugar, sino más bien utilizadlo convenientemente en cada lugar.


Takuan Sōhō (1573-1645), Misterios de la sabiduría inmóvil




(Clic en las imágenes para agrandar)
Extraído de Las posturas clave en el Hatha Yoga, Ray Long, Chris Macivor.





Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir;
y naides me ha de seguir
cuando yo remonto el vuelo.


José Hernández (1834-1886), Martín Fierro


AQUÍ AMANECE GRIS Y EL VIENTO TRAE VIOLETAS












El prefacio



Yo le leo el Prefacio que ha crecido:

Desnudo en una bolsa de dormir de un velero
Aquí en un pico de pelícano guardado
Se pone tenso el músculo de un brazo
Un falo de madera cae al mar a lo lejos

Por las paredes de los rascacielos
El calor y el silencio suben de nave en nave
Obsesivo verano de fotógrafo en fotógrafo
Ojos del Arponero que rayan lo que miran
Ser de avenidas verticales que jamás fue azotado

Poesía piel de cebra solitaria en un living
Saqueado por las playas como un útero
Piel de ola en cárcel lejos de los hijos
Faro pintado a rayas por soldados romanos
Palo de peluquero para la piel del Rey cebra de sangre

Por sus tijeras negras sobre el piso
Pasan sin herirse las violetas y vuelan
Llegan se arremolinan velocísimas
Un anca de violetas es el viento un instante
Sobre mi frente en el velero entre las islas

Invisibles tijeras desde el Faro de Gólgota
Descendiendo ascendiendo por la escotilla abierta
Trabaja lentamente en mi cabeza el Himen
Para que me permitan ir a Verte

Príncipe inmóvil de las peluquerías
Porque no puedo hacer la verdad que hace falta
Me ha tocado el papel de estar de espaldas
Y amanece amanece amanece amanece

Pero después de oírlo me pregunta:

Trabaja lentamente en mi cabeza el Himen
Para que me permitan ir a Verte
o
Trabaja lentamente en mi cabeza el Himen
Para que me permitan ir a Verte y a verme
Pasando por su Luz para llegar al Vientre?

Y también me pregunta:

Porque no puedo hacer la verdad que hace falta
o
Porque no puedo hacer con mi mirada
Esa verdad sin rayas de furia que hace falta?

Y además me pregunta:

Obsesivo verano de fotógrafo en fotógrafo
o
Obsesivo fotógrafo de verano en verano?

Y por último me pregunta:

Príncipe inmóvil de las peluquerías
o
Hombre que fornica mientras espera el Reino?








El escorial

A Miguel


Y después me dice:

-Además no creo que ningún rascacielos
A la luz de las siestas de verano
Con un piso muy alto
Con una piel de cebra solitaria en un living
Ser un Arponero que raya con sus ojos lo que mira
Ni un Ser de avenidas verticales que nunca fue azotado

Pero de todos modos
Delante de una luz de una columna
Que mira con más atención que a las cúpulas verdes
De una iglesia vecina
Aquí-amanece-gris-y-el-viento-trae-violetas
Tiene miedo -me dice

Nunca supo en qué piso y con un joven rico
Que veinte años después fue arrebatado por guerrilleros
Antes de conocerla dejó allí de ser virgen
La que él vio una mañana "caminar por el aire"
(Mejor que por el aire yo diría):

Iba andando descalza y feliz por la rama
Con las piernas desnudas con los brazos abiertos
Y alrededor de ella todas brillando se agitaban
Nada más que las hojas de dos álamos
Mientras todos los sauces de la orilla del río
(Como ella dijo entonces) permanecían quietos

Y conviene contarlo todo de vuelta Era verano
Había mucha luz Ella hacía equilibrio
Sobre una rama seca y larga y se agitaban
Nada más que todas las hojas de dos álamos

Pero lo cierto es que delante de la luz de esa columna
Que mira con más atención que a las cúpulas verdes
De la iglesia vecina
Y en donde ella fue virgen antes de conocerlo
Aquí-amanece-gris-y-el-viento-trae-violetas
Tiene miedo -me dice-
De que ella en otra vida un día haga equilibrio
y él no pueda mirarla

-Delante de la luz de esa columna
Tengo miedo -le digo- y no sólo de eso:

Hace ya años regalé las botas
Con las que me paraba salía y me perdía
Como esa vez sobre El Escorial una tarde de otoño
Yo en silencio mirando una campana
Que en vez de estar con todas allá abajo
Seguía iluminada por la luz de la tarde
No lejos de mi cuerpo en la cafetería

En otra mesa cuatro mujeres bien vestidas
Tomando chocolate
Y riéndose y hablando de maridos y amigos
En Madrid o de viaje
Y yo parándome pasando saludándolas yéndome
Sabiendo que en seguida iba a perderme

Tengo miedo -le digo- porque nunca
Me perdí tanto como esa tarde sobre El Escorial
Y mis ojos sólo ven y sé quién soy
Cuando me paro salgo y me pierdo
Y nunca más volveré a encontrar a esas cuatro mujeres
Bien vestidas tomando chocolate
Y hablando de Madrid en la otra mesa
Y yo escuchándolas parándome pasando saludándolas
Subiendo que en seguida iba a perderme como
un hombre...

-Me gusta esa manera de escribir -me dice

-No estoy escribiendo -le digo- Estoy hablando:
Yo puedo hachar todo el día
Pero no puedo cavar todo el día
No puedo cavar en ningún lado
Sin estar esperando que aparezca de pronto
Un soldado de plomo entre mis pies desnudos
Así es la tierra en todos lados No perdona
Y delante de la luz de esa columna
Que mira con más atención que a las cúpulas verdes
De la iglesia vecina
Aquí-amanece-gris-y-el-viento-trae-violetas
Tiene miedo -le digo-
De no poder perderse nunca más en su vida

Junto a los saltos del Uruguaí yo hachaba un sábado
Y a la hora del almuerzo estaba bañándome
Entre los saltos
Y ningún gong me llamaba a almorzar Y si algún gong
Me llamaba
Era imposible oírlo entre los saltos

-Me gusta esa manera de hablar -me dice

-Ya no estoy hablando -le digo- Sólo estoy recordando
Porque tengo miedo:

Mi cabeza para nacer cruza el fuego del mundo
Pero con una serpentina de agua helada en la memoria
Y le pido socorro








Las paralelas


-Y antes de El Escorial? -me pregunta

-Antes de El Escorial yo sabía muy poco de mujeres
En mi vida había una mujer
En mi vida había una mujer

Las dos estaban en la misma playa
Y no se hablaban pero se miraban
Y a mí me parecía que no se separaban
Todo lo que podían separarse esos días

Me alejaba del mar y dibujaba
Casas viejas entre árboles
Lo más enmarañado que encontraba
Hasta que las sombras de pronto eran muy cortas
Y mis hombros ardían demasiado

Entonces descendía a un lugar en otra costa
Donde nunca había nadie
Porque la gente allá no se detiene
Donde nunca ve a nadie
Y menos todavía se detiene
Donde ve a un hombre solo sin camisa
Dejaba los dibujos sobre la arena y estiraba
Los dedos nadando hasta que se olvidaban
De que podían flexionarse
Y después regresaba con mis dibujos enmarañados
A almorzar con mis hijos a tomar un respiro

Hasta que una mañana
Llevé conmigo hasta esa costa a una mujer
Y entré con ella un metro en ese mar
Donde nadaba siempre solo
Y a la nueva mañana
Llevé de nuevo hasta esa costa a una mujer
Y entré con ella un metro en ese mar
Donde nadaba sólo los días que estaba solo

La luz el agua la hora no sabían qué día era
Y de las dos mañanas se hacía un mediodía
Donde las dos mujeres mirando hacia adelante
Me flanqueaban en paz al mismo tiempo

Y entonces con el mar hasta el pecho un segundo
Yo pensé que el amor podía ser de paralelas
Y pensé que entre esas paralelas
Podría sostenerme en el mar muchos años

-Quiero oírte de nuevo -me dice

-Antes de El Escorial yo sabía muy poco de mujeres
En mi vida había una mujer
En mi vida había una mujer
Ahora yo soy más joven que ellas o lo parezco
Pero en ese verano
En esos días azules
Teníamos los tres la misma edad y éramos jóvenes

-Quiero oírte de nuevo -me dice

-Antes de El Escorial yo sabía muy poco de mujeres
Yo era mucho más joven y amaba el mar -le digo

En mi vida había una mujer
En mi vida había una mujer
Eran solamente y parecían de madera:
Podían sostenerme en el mar con mis hijos

-Quiero oírte de nuevo -me dice

-Ahora quiero escribir un poema -le digo



HÉCTOR VIEL TÉMPERLEY (Buenos Aires, 1933-1987)




Imágenes de Darío Villalba

jueves, 10 de septiembre de 2009

lunes, 7 de septiembre de 2009

YOGA



Foto de Ataúlfo Pérez Aznar




Porque estoy todo el día en la catrera
panza arriba mirando el cielorraso
y le meto a los mates y a los fasos
balconeando la davi a mi manera.

Porque no me caliento dendeveras
aunque el mundo se rompa a castañazos
y semanas enteras me las paso
meditando debajo de la higuera.

Me gritás como chiva descarriada:
que por vago que soy estás cansada
de andar cinchando al cuete de la soga,

sin manyar el enorme sacrificio
que hago yo pa' seguir el noble oficio
de los grandes filósofos del yoga.



(Darwin Sánchez)

jueves, 3 de septiembre de 2009

A DIOS





Alineación al centroA continuación, unas palabras que Jacques Derrida pronunció en ocasión de la muerte de Emmanuel Levinas, durante su sepelio, el 28 de diciembre de 1995.

La traducción es de José Manuel Saavedra e Isabel Correa. Este texto lo encontré hace un tiempo en el maravilloso sitio Derrida en castellano (http://www.jacquesderrida.com.ar/), en el que el docente universitario Horacio Potel difundía textos del autor francés y que, al igual que Heideggeriana, otro sitio de Potel, este dedicado a la obra de Heidegger, fue enjuiciado por la Cámara Argentina del Libro en un acto claramente repudiable. Para apoyar el repudio a la desaparición de estos sitios, y para obtener más información al respecto, visitar http://www.facebook.com/group.php?gid=69836927743.

(En mi lectura del texto, algunas frases se subrayaron con negrita)
(Los cuadros son de la pintora norteamericana Alice Neel)






Desde hace tiempo, mucho tiempo, temía tener que decir Adiós a Emmanuel Levinas.



Sabía que mi voz temblaría en el momento de hacerlo, y sobre todo de hacerlo en voz alta y pronunciar la palabra adieu aquí, ante él, tan cerca de él. Esa misma palabra, “à-Dieu”, que en cierto sentido me viene de él. Una palabra que él me enseñó a pronunciar de otra manera.



Medito sobre lo que Levinas escribió acerca de la palabra francesa “adieu” –algo que evocaré más adelante– y espero encontrar la entereza para hablar aquí. Me gustaría hacerlo con las palabras de un niño, llanas, francas, palabras desarmadas como mi pena.







¿A quién nos dirigimos en semejante momento? ¿En nombre de quién se permite uno hacerlo? Con frecuencia, aquellos que se atreven a hablar y hablan en público, a interrumpir con ello el murmullo animado, el secreto o el intercambio íntimo que nos une profundamente al amigo o al maestro muerto, aquellos que pueden ser escuchados en el cementerio terminan por dirigirse de manera directamente, de forma directa, a la persona que ya no está más, que ya no vive, que ya no está aquí y que no podrá responder. Con la voz entrecortada, se dirigen de tú a tú [tutoientt] al otro que guarda silencio; lo invocan sin circunloquios, lo convocan, lo saludan e, incluso, se confían a él. Esta necesidad no emana tan sólo del respeto a las convenciones ni es simplemente una parte de la retórica de nuestra oración. Se trata, más bien, de atravesar con el lenguaje ese punto en el que nos quedamos sin palabras y –debido a que todo lenguaje que vuelve al yo, al nosotros, parece inapropiado– de dirigirse hacia una reflexión que retorne a la comunidad agobiada por la pena, para su consuelo o su duelo, y hacia lo que se llama en una expresión confusa y terrible el “trabajo del duelo”. Cuando se ocupa sólo de sí mismo, ese lenguaje corre el riesgo, en esta inflexión, de alejarse de lo que es aquí nuestra ley –la ley entendida como rectitud [droiture]: hablar directamente, dirigirse al otro, hablar para el otro, hablar al que uno ama y admira antes de hablar de él–. Decir “adios” a él, a Emmanuel, y no tan sólo recordar lo que nos enseñó acerca de un cierto Adios.



La palabra droiture –“honestidad” o “rectitud”– es otra palabra que empecé a escuchar y aprender de manera distinta cuando la escuché en boca de Levinas. De todos los momentos en los que habla sobre la rectitud, el que primero me viene a la mente es una de sus Cuatro lecturas talmúdicas; ahí la rectitud nombra lo que es, como él dice, “más fuerte que la muerte”.






Y abstengámonos de buscar en lo que se dice que es “más fuerte que la muerte” un refugio o una coartada, un consuelo más. Para definir la rectitud, Levinas explica, en su comentario sobre el Tractate Shabbath, que la conciencia es la “urgencia de una destinación que lleva al Otro y no un eterno regreso al yo”, o también “una inocencia sin ingenuidad, una rectitud sin estupidez, una absoluta rectitud que es también una autocrítica absoluta, que se lee en los ojos del que es el objetivo de mi rectitud y cuya mirada me cuestiona. Es un movimiento hacia el otro que no regresa a su punto de origen en la forma en que regresa una desviación, incapaz como es de trascendencia: un movimiento más allá de la ansiedad y más fuerte que la propia muerte. Esta rectitud se llama Temimut, la esencia de Jacob. (QLT, p. 105.)



Meditaciones como ésta pusieron en marcha –como lo hicieron otras meditaciones, aunque cada una de ellas en forma muy particular– los grandes temas que el pensamiento de Levinas nos ha revelado: el de la responsabilidad, en primer lugar, pero la responsabilidad “ilimitada” que excede y precede a mi libertad, el de un “sí incondicional”, como lo dice en las Cuatro lecturas talmúdicas, un “sí más antiguo que el de la inocencia espontánea”, un sí apegado a esta rectitud que significa “fidelidad original a una alianza indisoluble”. (QLT, pp. 106-8; 49-50.) Las palabras finales de esta Lección regresan, por supuesto, a la muerte; lo hacen precisamente para no dejar que la muerte diga la última palabra, o la primera. Nos recuerdan un tema recurrente en lo que fue una paciente meditación acerca de la muerte, que siguió el camino contrario a la tradición filosófica que va de Platón a Heidegger. Antes de decir lo que debe ser el a-Dios, otros textos hablan de la “rectitud que permanece hasta el final en el rostro de mi prójimo” como la “rectitud de una exposición a la muerte, sin defensa alguna”.






No puedo encontrar, ni siquiera desearía tratar de encontrar las palabras precisas que den el justo valor a la obra de Emmanuel Levinas. (...) Las repercusiones de su pensamiento han cambiado el curso de la reflexión filosófica de nuestro tiempo, así como de la reflexión sobre la filosofía: sobre qué es lo que la relaciona con la ética o, según otra idea de la ética, con la responsabilidad, la justicia, el Estado y, por lo demás, con otra idea del orden, una idea que sigue siendo más actual que cualquier innovación, porque precede absolutamente al rostro del Otro.



Sí. Ética antes y más allá de la ontología, del Estado o de la política, pero también ética más allá de la ética. Recuerdo que un día en la rue Michel-Ange, durante una de esas conversaciones iluminadas por la claridad de su pensamiento, la generosidad de su sonrisa, el humor sutil de sus elipses, que recuerdo con tanto aprecio, me dijo: “¿Sabe? con frecuencia se habla de la ética para describir lo que yo hago, pero lo que finalmente me interesa no es la ética en sí, sino lo santo, la santidad de lo santo”. Ahí pensé en una separación singular, la única separación de ese velo que está dado, ordenado por Dios [donné, ordonnét]; ese velo que Moisés debía confiar a un inventor o un artista, mejor que a un bordador y que en el santuario, separaría de nuevo del más santo de los santos, lo mismo pensé también en el hincapie que hacen otras Lecciones talmúdicas en la distinción necesaria entre la sacralidad y la santidad, es decir, la santidad del otro, la santidad de la persona, que es, como Levinas lo dijo alguna vez a a Shlomo Malka, “más santa que una tierra, incluso cuando la tierra es Tierra Santa. Comparada con una persona ofendida, esta tierra –santa y prometida- no es sino desnudez y desierto, un montón de bosques y de piedras”. (Les Nouveaux Cahiers 18, pp. 1-8.)






Esta meditación acerca de la ética y la trascendencia de lo santo con respecto a lo sagrado, es decir, con respecto al paganismo de las raíces y de la idolatría del lugar se volvió, por supuesto, indisociable de la reflexión incesante sobre el destino y la idea de Israel ayer, hoy y mañana. Dicha reflexión consistió en cuestionar y reafirmar el legado no sólo de la tradición bíblica y talmúdica, sino también de la aterradora memoria de nuestro tiempo. Esta memoria es la que aquí dicta cada una de mis oraciones, ya sea de cerca o de lejos, incluso sabiendo que Levinas protestaba de vez en cuando contra ciertos abusos autojustificatorios a los que esa memoria y la referencia del Holocausto han dado pie.



Más allá de las acotaciones y las preguntas, quisiera simplemente agradecer a alguien cuyo pensamiento, amistad, confianza y “bondad” (y doy a la palabra bondad todo el significado que se le da en las últimas páginas de Totalidad e infinito) han sido para mí, como para tantos otros, una fuente viva; tan viva y constante que no puedo pensar lo que hoy le está pasando a él o me está pasando a mí. Me refiero a esta interrupción, a esta respuesta sin-respuesta que, para mí, nunca llegará a su fin mientras yo esté vivo.



La no-respuesta: sin duda recordarán que en el notable curso que impartió entre 1975 y 1976 (hace exactamente veinte años) sobre La muerte y el tiempo, allí donde define la muerte como la paciencia del tiempo y se entrega a un encuentro enorme, crítico y lleno de nobleza con Platón, Hegel y, particularmente, con Heidegger, Levinas define una y otra vez la muerte –la muerte que “encontramos” ... “en el rostro del Otro”– como la no respuesta; dice: “es la sin-respuesta”. Y más adelante: “Hay aquí un final que siempre tiene la ambigüedad de una partida sin retorno, de un llegar a su fin, pero también de un escandalo (¿es realmente posible que esté muerto?) de la no-respuesta y de mi responsabilidad”.






La muerte: en primer lugar, no la desaparición ni el no ser ni la nada, sino una cierta experiencia para el sobreviviente de la “sin-respuesta”. Tiempo atrás, Totalidad e infinito ya había cuestionado la interpretación tradicional “filosófica y religiosa” de la muerte como “el paso a la nada” o “el paso a otra existencia”. Identificar la muerte con la nada es lo que le gustaría al asesino, como Caín por ejemplo, que –piensa Levinas– debe haber tenido esa noción de la muerte. Sin embargo, incluso esta nada se presenta como una “suerte de imposibilidad” o, más precisamente, como una interdicción. El rostro del Otro me prohibe matar; me dice: “no matarás”, incluso si esta posibilidad es el supuesto de la prohibición que la hace imposible. Esta pregunta sin respuesta es irreductible, primordial, como la prohibición de matar, más antigua y decisiva que la alternativa de “ser o no ser”, que no es ni la primera ni la última pregunta. “Acaso ser o no ser no sea la pregunta por excelencia”, dice otro de sus textos. (C, p. 151.)



De todo esto quiero deducir que nuestra tristeza infinita debería alejarse de lo que en el duelo la lleve hacia la nada, es decir, hacia eso que sigue vinculando –así sea de manera potencial– la culpa con el asesinato. Cierto, Levinas habla de la culpa del sobreviviente, pero se trata de una culpa que no tiene falta ni deuda; es, en realidad, una responsabilidad confiada, y confiada en un momento de emoción sin paralelo, el momento en que la muerte se revela como la excepción absoluta. Para expresar esta emoción sin precedentes, la que siento aquí y comparto con ustedes, la que nuestro sentimiento de propiedad nos impide exhibir, y para poner en palabras, sin ánimo de confesión o exhibición personal, cómo esta emoción tan singular se relaciona con la responsabilidad que nos es delegada y confiada como un legado, permítanme, una vez más, que sea Levinas el que hable. Aquel cuya voz hoy me gustaría tanto escuchar cuando dice que la “muerte del otro” es la “primera muerte”, y que “yo soy responsable del otro en la medida en que es un mortal”. Escuchemos el curso de 1975 y 1976:







La muerte de alguien no es, a pesar de lo que parecería ser a primera vista, un hecho en sí (la muerte como un hecho empírico, cuya sola presencia sugeriría su universalidad); no se agota en esa forma. Alguien que se expresa en su desnudez –el rostro– es de hecho alguien en la medida en que me busca, en la medida en que se pone bajo mi responsabilidad: ahora debo contestar por él, ser responsable de él. Cada gesto del Otro es una señal dirigida hacia mí. Para regresar a la clasificación esbozada anteriormente: mostrarse, expresarse, asociarse, serme confiado. El otro que se expresa me es confiado a mí (y no existe deuda con respecto al Otro –porque lo que se debe es impagable: nunca estaremos a mano–) [Más adelante se hablará de una “obligación más allá de toda deuda”, porque el yo que es lo que es, singular e identificable, sólo es a través de la imposibilidad de ser sustituido, aun cuando es precisamente ahí donde la “responsabilidad por el Otro”, la “responsabilidad del rehén” es una experiencia de sustitución y sacrificio]. El Otro me individualiza en esa responsabilidad que yo tengo de él. La muerte del Otro me afecta en mi identidad como un yo responsable... constituido por una responsabilidad imposible de describir. Es así como soy afectado por la muerte del Otro; ésta es mi relación con su muerte. Es desde ese momento, en mi relación, en mi deferencia hacia alguien que ya no responde más, una culpa del sobreviviente. (MT, pp. 14-15; cita entre paréntesis, p. 25.)




Y un poco más adelante:



La relación con la muerte en su excepción –y la muerte es, sin importar su significado en relación con el ser y la nada, una excepción– a la vez que confiere a la muerte su profundidad no es una visión, ni siquiera una aspiración (ni una visión del ser como en Platón, ni una aspiración hacia la nada como en Heidegger), una relación meramente emocional, que se mueve con una emoción que no está compuesta de las repercusiones de un conocimiento previo de nuestra sensibilidad y nuestro intelecto. Es una emoción, un movimiento, una inquietud en lo desconocido. (MT, pp. 18-19.)







Desconocido está subraydo. “Desconocido” no es el límite negativo de alguna forma de conocimiento. Este no-saber es el elemento de amistad u hospitalidad que permite la trascendencia del extraño, la distancia infinita del otro. (...)

(...)

Si la relación con el otro presupone una separación infinita, una interrupción ahí donde aparece el rostro, ¿qué sucede en el momento en que esa interrupción surge de la muerte para hacer un vacío todavía más infinito que la separación anterior, una interrupción en el centro de la interrupción misma?, ¿dónde y a quién le sucede? No puedo hablar de esta agobiante interrupción sin recordar, como muchos de ustedes sin duda lo hacen, la ansiedad ante la interrupción que yo pude sentir en Emmanuel Levinas cuando, al teléfono por ejemplo, parecía temer en todo momento que se cortara la comunicación, temer el silencio o la desaparición, la sin-respuesta del otro a quien llamaba y a quien trataba de aferrarse con un “hola, hola” después de cada frase y, en ocasiones, a la mitad incluso de la frase.



¿Qué pasa cuando un gran pensador se sumerge en el silencio, uno a quien conocimos en vida, a quien leímos, releímos y también escuchamos, de quien todavía esperábamos una respuesta, como si dicha respuesta nos ayudara no sólo a pensar de otra manera, sino también a leer lo que pensábamos que ya habíamos leído de él, una respuesta que se reservaba todo y tantas cosas más que creíamos haber reconocido con su rúbrica?








Esta experiencia con Emmanuel Levinas, así lo he aprendido, es interminable, al igual que todas las reflexiones que son fuente y origen; porque nunca dejaré de empezar o empezar de nuevo a pensar en ellas como el fundamento del comienzo renovado que me ofrecen, y volveré a descubrirlas una y otra vez en casi cualquier tema. Cada vez que leo o releo a Levinas me siento colmado de gratitud y admiración; colmado por esa necesidad, que no es una limitación sino una fuerza amable que obliga y nos obliga, por respeto al otro, a no deformar ni torcer el espacio de pensamiento, sino a ceder ante la curvatura heterónoma que nos relaciona con el otro en su completud (o sea, con la justicia, como Levinas lo afirma en una formidable y poderosa elipse: “la relación con el otro, es decir, la justicia”), que responde a la ley que de esa forma nos convoca a ceder ante la anterioridad infinita de lo radicalmente otro.


(...)


Todo lo que ha pasado aquí ha pasado a través de él, gracias a él, y hemos tenido la suerte no sólo de recibirlo en vida, de él en vida, como una responsabilidad delegada por los vivos a los vivos, sino también de debérselo mediante una deuda ligera e inocente. Un día, hablando con Levinas sobre sus investigaciones acerca de la muerte y de lo que le debía a Heidegger en el mismo momento en que se estaba alejando de él, escribió: [La muerte y el tiempo] “Se distingue del pensamiento de Heidegger y lo hace a pesar de la deuda que todo pensador contemporáneo tiene con Heidegger –una deuda que con frecuencia nos pesa-” (MT, p. 8). La buena fortuna de nuestra deuda con Levinas es que nosotros podemos, gracias a él, asumirla y afirmarla sin pesar, en la entusiasta inocencia de la admiración. Se trata del orden de este sí incondicional del que hablé antes y frente al que se responde “sí”. Este pesar, mi pesar, es no habérselo dicho y no habérselo demostrado suficientemente en el curso de los treinta años durante los que, en la reserva del silencio, a través de conversaciones breves y discretas, de escritos que eran demasiado indirectos o cautos, nos dirigíamos con frecuencia entre nosotros lo que yo ni siquiera llamaría preguntas o respuestas, sino tal vez, para usar una más de sus palabras, una suerte de “pregunta, ruego”, una pregunta-ruego que, como él dijo, es anterior incluso al diálogo.








Esta misma pregunta-ruego que me encaminó hacia él, acaso compartida en la experiencia del a-Dios, con la que empecé. El saludo del a-Dios no significa el fin. “El a-Dios no es una finalidad”, dice Lévinas recusando esa “alternativa del ser y la nada”, que “no es la última”. El a-Dios saluda al otro más allá del ser en “lo que significa más allá del ser la palabra gloria”. “El a-Dios no es un proceso del ser; en el llamado soy reenviado al otro hombre a través del cual este llamado tiene significado: al prójimo por el que debo temer” (C, p. 150).



Dije que no quería simplemente recordar lo que él nos confió del a-Dios, sino en primer lugar decirle adiós, llamarlo por su nombre, decir su nombre, su primer nombre, de la manera en que se le llama en el momento en el que si ya no responde, es porque él responde en nosotros, desde el fondo de nuestros corazones, en nosotros pero antes que nosotros, en nosotros ante nosotros, -llamándonos, recordarnos: “a-Dios”.


Adiós, Emmanuel.

Jacques Derrida