sábado, 12 de febrero de 2011

NO HACER NADA

A continuación, un fragmento de L'idée fixe, de Paul Valéry. Y si fueran, en efecto, la pesca y la pintura, pero también la poesía, una manera de simular? Un intento (que a veces obtiene su realización) de no hacer nada? Que sea, pero un simular "conscientemente", en atención, con una mirada intrépida, directa y discreta a la vez, que llegue a producir esa "completa adherencia" (y también: una inadherencia).







Recordé entonces que conviene romper el círculo de los males imaginarios y el ritmo de los accesos. Una angustia de origen ideal, y que habían creado gran número de conjeturas, debía tratarse recurriendo a algún instinto poderoso y simple.
Por eso, descendiendo furiosamente hacia la costa, formada por rocas desplomadas de todo tamaño y de los más variados aspectos, me impuse el muy penoso trabajo de avanzar en el desorden perfecto de sus formas de ruptura y de sus extraños equilibrios. Era obligar a la sorprendente máquina humana a realizar a cada instante un acto enteramente nuevo y particular, que exigía de ella la presencia toda de sus medios de previsión, adaptación, y de sus fuerzas más diferentes.
Mientras me entregaba a brincos y escalamientos, y a sortear todas las dificultades de un terreno absolutamente irregular, erizado de obstáculos y hecho trizas por pequeños abismos siempre imprevistos, me sentía al mismo tiempo vigilando en mí ese punto negro del cual renacería, al menor descanso, una nueva crisis de convulsiones interiores, hipótesis y reacciones insoportables. Lo absurdo me asechaba. Buscaba entre las rocas los caminos más aventurados.
(...)
Como me acercaba al mar, encontré al pie de los peñascos esos bloques de cemento que defienden los espigones. Me puse a saltar de cubo en cubo. De pronto descubrí, entre dos enormes dados de piedra, a un hombre.
Tendía una línea en el agua. Una cesta, un pequeño equipo de pintor estaban a la sombra de su cuerpo. (...) 
Reconocí en él a un médico que veo bastante a menudo en casa de varios amigos. 
Él reconoció en mí a la persona que conocía por esos encuentros y por diferentes conversaciones, mías y ajenas.
-¡Hola! -dijo-. ¡Buen día!
-Sí, soy yo... ¿Qué hace usted? ¿Pinta, pesca? ¿Pinta y pesca?
-Nada de eso... Tengo con qué pintar. Y con qué pescar. Pero ni los peces ni el paisaje tienen motivos para temerme. Son pretextos... ¡Simulo, amigo mío! En vacaciones, todo el mundo simula. Unos hacen los salvajes; otros, los exploradores; unos fingen descansar; otros, gastar sus fuerzas...
-Los doctores fingen habernos curado.
-Y hay algo de verdad en eso...
-Y usted finge pintar y pescar.
-¿Yo? Yo simulo conscientemente... En realidad, trato de no hacer nada. Pero es difícil. ¿Cómo hacer para no hacer nada? Sí, es lo más difícil del mundo. Un trabajo de Hércules, una faena continua... Vea usted; cuando llega la estación en que la costumbre, la decencia, el decoro, el mimetismo y, a veces, la temperatura, exigen que se ausente uno...
-En ese momento, le ruegan a uno no enfermarse.
-¡Desde luego! Pues bien, yo hago, naturalmente, lo que hacen mis colegas. Cierro. Expido a mis clientes a ciudades termales, a la playa, a la montaña, al diablo, y vengo a tostarme aquí... Pero también debo engañar mi mal.
-¿Su mal? ¿Qué mal?
-El mal que tengo.
-¿Le duele a usted algo?
-No sé si es algo. Lo creo, pero no lo sé...
-¿No puede usted localizarlo?
-¡Amigo mío, ése es el hic!... ¡Qué puedo decirle! Si quiero describir exactamente lo que tengo, estoy obligado a decir: me duele... ¡mi tiempo!
-¡No es posible!
-Sí, tengo el mal de la actividad. No puedo, no sé no hacer nada... ¡Permanecer dos minutos sin ideas, sin palabras, sin actos útiles!... Entonces transporto a un rincón desierto estos accesorios, símbolos evidentes de las vacaciones del espíritu. Ordenan inmovilidad, prescriben las estaciones de larga y nula duración.
-En suma, ¿intenta realizar usted lo que llamaban los prerrafaelistas: Una completa adherencia a la simplicidad de la naturaleza?
-Miro de cuando en cuando mi cesta vacía y mi tela desnuda, y exhorto a mi cerebro a parecérseles... ¿Y usted?


Paul Valéry, La idea fija