martes, 1 de marzo de 2011

ROSA MÍSTICA





























Cada uno tiene su cruz; así que fuimos a tomarla. La mía era de latas oscuras y doradas. La ajusté a mi espalda. Otros proseguían en la búsqueda. uno, cerca, me dijo: -Y  ¿por qué no tomas otra? Como si eso fuera posible.
Empecé a andar.
Había quienes lloraban y se quejaban. Era el atardecer; pero aún se veía todo, claramente.
La cruz a cada rato se ajustaba más a mí. Íbamos cruzando matas, matorrales, arboledas.
La cruz comenzó a tintinear, a murmurar. ¿Cómo? ¿La cruz me hablaba?
Me temblaron las piernas. Por disimular empecé a hacer el elogio de las manzanas y mariposas que nos salían al paso; hacía su gran encomio. Y cada vez que esto yo hacía, la cruz me daba apretoncitos obscenos. Hasta que al final, cerca del último álamo, la cruz se amoldó aún más a mí, y me violó profundamente. Yo quedé muda.
En lo hondo comentaron.
El cielo estaba tenue, un poquito enmascarado.

Marosa di Giorgio, Rosa mística