En abierta contradicción con la entrada anterior, François Jullien parece proponer una salida a la problemática situación de Descartes ("ni puedo afirmar los pies en el fondo, ni nadar para mantenerme sobre la superficie"): flotar. El mismo Battiato sabe acompañar el movimiento y hace un pasaje de la búsqueda arquimedeana (en la cual, sin embargo, anticipaba: over and over again) a un suave dejarse ir.
Flotar expresa la capacidad de no inmovilizarse en ninguna posición, al mismo tiempo que a no tender hacia ninguna dirección; a la vez, mantenerse en movimiento continuo, llevado por la alternancia respiratoria del flujo y el reflujo, y a no sufrir gasto o correr el riesgo de oponer resistencia. Al retirar el pensamiento del destino y, de ese modo, al dejar reabsorber la idea de la finalidad, "flotar" es el verbo que mejor contradice la aspiración y la tensión hacia la felicidad; o que expresa mejor el mantenimiento y la nutrición de lo vital. Pues flotar es no fijarse ningún puerto, no darse ningún objetivo, al mismo tiempo que mantenerse siempre emergente, alerta, liviano. Es no vacilar (flotación no es flotamiento), es no oscilar; ni derivar (y librarse a la embriaguez aventurera de ya no ser guiado: Rimbaud). Unas embarcaciones que flotan livianamente en la bahía donde están ancladas ondulando con la ola, mantienen animado todo el paisaje. Al expresar de ese modo la disponibilidad, "flotar" se opone a la dramática travesía (que adronta los peligros para llegar a la muerte: ¿qué sentido tiene, entonces, el viaje?), así como la torpeza de la rigidez (la eternidad mórbida de un mundo de esencias). "Flotar" no es avanzar hacia, ni tampoco fijarse, sino dejarse mover y renovarse al ritmo de la incitación del mundo.
François Jullien, en Nutrir la vida
Battiato. La preda. En Gommalacca (1998).
Tratá de quedarte inmóvil, no hables,
lenta la respiración, al unísono ralentizá el corazón.
Mudá la furia en embriaguez, en ternura,
dejate ir,
dejate ir,
despacio
hasta llegar al éxtasis
conmigo.