domingo, 3 de abril de 2011

CABRERA POR DARNAUCHANS




No resulta fácil determinar hasta qué punto fue Cabrera el que descubrió a Darnauchans o cuánto fue la apertura que hizo Darnauchans en la canción uruguaya (sobre todo en lo lírico pero también en lo interpretativo) a un modo más letrado del canto la que descubrió en Cabrera un alcance que sobrepasa los límites del género, ensanchados a su vez por Zitarrosa, Mateo, incluso Rada, Viglietti, Masliah, Roos (lista que fue revisada por el propio Cabrera en su reciente Canciones propias). Lo cierto es que, como a menudo sucede (basta pensar en Mateo, injustamente desatendido durante años, o en el caso más duro de Gustavo Pena), la agudeza compositiva o la fineza interpretativa no siempre van acompañadas del reconocimiento merecido, pecado que será mejor atribuir a los dispositivos cuantificativos del mercado antes que a la más grave complacencia auditiva de un público poco avisado (¿pero empieza uno recién donde termina el otro?). El relativamente ignoto Darnauchans fue devuelto por el oído atento de Cabrera, y sobre todo por su atento trabajo de producción que dio fruto en el disco en vivo Entre el micrófono y la penumbra (2001), a un lugar privilegiado en el encabezado de la canción uruguaya que resulta más acorde con la dimensión su trabajo.
A partir de ahí, filtraciones de uno en el otro, dosificadas en las próximas entradas.






MUDANZA (Fernando Cabrera)

Retrato de relicario
de alguna tía enterrada,
naftalina entre los diarios
y una trenza empaquetada.

El camión está en la puerta,
dos botijas están mirando,
pasa gente que saluda
a mi padre saludando.

De los muebles desarmados,
de los muebles apretados,
de los muebles olvidados
una lágrima rodaba.

Ella se subió a mi cara,
se instaló sin decir nada
igual que la sangre cuando
mejilla ruborizada.

El vacío fue creciendo
en los cuartos y en el baño,
el silencio fue tomando
poco a poco todo el patio.

En los últimos cajones
me encontré con mis hermanos,
viejas carpetas de escuela,
mil nueve cuarenta y cuatro.

Retrato de relicario
de alguna tía enterrada,
naftalina entre los diarios
y una trenza empaquetada.