Hay al menos dos Cabreras. Uno es el que en los discos logra la complexión de una fineza trabajada, hilada de una manera consistente, remendada, cosida al modo de un tapiz que se compone de múltiples texturas, colores, figuras, pero que se organiza como sistema. El Cabrera de estudio hace un uso inteligente, una explotación sustentable, se podría decir usando un término de la planificación ambiental, de todos los recursos que tiene a mano, que incluyen, por lo general, una banda, y a veces más de una voz (suyas o de otros) y las sabidas posibilidades que da la grabación en términos de experimentación sonora (véase Tierra, por ejemplo, al final de la entrada). El Cabrera de estudio es complejo, prolijo, orquestal. ¿Pero qué pasa con el otro Cabrera, el de los conciertos? Uno querría escucharlo siempre en vivo (y si fuera posible, sin micrófono, bien cerca) para corroborar lo que en los discos aparece de manera a veces oblicua como algo que debe ser completado en esa otra escucha. En vivo el compositor ejecuta una especie de descomposición hacia el interior del material sonoro, una deconstrucción que se detiene en la materia prima, en el sonido elemental de una cuerda al aire o de la modulación de una sílaba para entretejer desde ahí la canción. La intensidad resulta de una elección comedida, justa, de los sonidos, que da a cada partícula sonora (una nota, por ejemplo) el estatus de un cuerpo orquestal, por efecto de elusión (una economía basada más en la sustracción que en la acumulación) y por el tipo de entramados que construye. La voz es un hilo que, con riesgo y soltura, pasa por todos los intersticios que encuentra en el formato aparentemente apretado de la canción. El riesgo es un elemento clave de la interpretación concertística de Cabrera. Guitarra y canto se van metiendo en zonas difíciles de las que nada, salvo el movimiento propio de su fuerza creativa, garantiza que vayan a poder salir con éxito. Ensayos, intentos, superposición y yuxtaposición de gestos hacen de un concierto de Cabrera una escena de verdad viva, en vivo. Como dos caras complementarias de lo mismo, la complexión sustentable de los discos y situación de emergencia del vivo responden, tal vez, a distancias distintas: paradójicamente, el disco, que puede escucharse en la intimidad de la propia casa, mantiene una estabilidad que la vuelve acaso más mediada, iniciática de la otra circunstancia del vivo que, más directa, cercana, deja ver un cuerpo vivo a partir de su sutil esqueleto.
A continuación, en dos secciones, puede escucharse, por un lado, el tema Tierra, del disco Bardo. Y por otro lado se puede ver un registro en vivo del tema Imposibles.
TIERRA
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