En la entrada anterior, Jullien reflexionaba sobre el estrés, noción impuesta por el uso que es capaz de generar, a su medida, una fisura en nuestra manera de pensar y que, por eso, sirve al proyecto de Jullien, que consiste en remontar "a las condiciones de posibilidad de la razón europea, con miras a conmocionar su evidencia y a reconfigurar el campo de lo pensable". Así empieza el libro que se cita: "¿Por dónde se comenzaría en el pensamiento, si no a partir de alguna fisura, que luego se sigue como un filón hacia yacimientos más secretos?".
La reflexión sobre el estrés es seguida, naturalmente, por una consideración de su contraparte, los términos (cuya procedencia también se constituye sin referencia al saber constituido) que son invocados para librarse de él y que forman parte de un vocabulario del antiestrés: cool, zen, etc. Sigue la cita:
Cool, zen, etc. Términos ingenuos, tenues, ateóricos. Como si no hubiera otra manera más que recurrir a esos términos importados, sin estatus e incluso sin tenor, para incitar a levantar, inmediatamente, los bloqueos y las crispaciones y devolver la vida a su fluidez. Pues, ¿por qué sólo podríamos expresar en nuestra lengua esa reacción liberadora con respecto al estrés, término también importado, con términos extranjeros? ¿Qué se busca a través de ellos que el francés no podría expresar? Lo que equivale a preguntarse: ¿qué brecha, en el edificio del discurso concertado, dominado, habría que comenzar a abrir subrepticiamente? ¿Acaso será que el mero hecho de decir el vocablo extranjero produciría, paradójicamente, un efecto de dilución, al mismo tiempo que de promoción, del sentido que expresa mejor lo que toda noción, en este caso, sólo aprehendería de manera reductiva, por ser también demasiado específica, y sin fuerza incitativa, de manera llana, abstracta y, por consiguiente, estéril (como "distensión", "relajación" o "descontracción", demasiado físicos, o la bienechora "serenidad", demasiado idílica)? Nos beneficiaríamos entonces de la vaguedad semántica ganada por el término extranjero, que facilita por ese solo hecho la calma, la relajación, así como de su poder invocador, que favorece, realza y engasta a la vez, la transferencia con valor metafórico en otro idioma.
¿O acaso será, más gravemente, que, para reaccionar al estrés y liberarse de él, se debe buscar apoyo en otro lugar, distinto de aquel con el que tradicionalmente contamos por nuestra educación y nos constituye antropológicamente? Esos dos términos, en todo caso, nos conducen discretamente fuera de la moral, como también de la psicología, los dos pilares y soportes de nuestra conducta instalados en Europa. "Sea cool" se replegaría en el estrato, menos asumido, porque corresponde menos a una elección voluntaria, que sería el de una dosificación del "temperamento": alegando así, a través de una codificación en gran medida imaginaria, pero tradicional, del ethos de diversos pueblos, lo que se dejaría caracterizar como una flema británica. O tal vez ya sea construir demasiado, y el término serviría ahora, sobre todo, para transmitir la imagen de un modo de vida más relajado que evoluciona al ritmo de la civilización material (y de su americanización forzada, con coke, jean, T-shirt, etc.) y de tal modo que sería exclusivo, más bien, de los jóvenes. Revolución de las costumbres o bien simple erosión de los buenos "modales" y de los "valores": en ese caso, no habría nada que nos hiciera salir de nuestras tipologías usuales, con el peligro de que resulten invertidas, y que pueda poner en entredicho nuestras opciones teóricas.
"Sea zen", en cambio, saldría de ellas. Pues, de manera discreta pero decisiva, e incluso inédita, se abriría allí una vía que comunica el esplendor de lo vital y la espiritualidad. En efecto, la espiritualidad invocada ya no sería construida, teológica, que nos tiende hacia Dios, que se monopoliza incluso en él (el Amor), sino que favorecería por sí misma la dis-tensión (...). Se borraría todo obstáculo dogmático e incluso todo contenido nocional impuesto y hacia la exigencia imperiosa de la Verdad; y, sin embargo, no hay allí relativismo, ni tampoco escepticismo, por "abandono" de la verdad, aunque haya que pasar por ellos para llegar a ésta (...). De hecho, lo "pleno" a lo que el Zhuangzi incita a volver no es tan aparente como embarazoso: su denuncia no es la de una ilusión de las cosas, concebida desde una perspectiva metafísica, sino la de la traba suscitada por el apego a las cosas con respecto al curso espontáneo de los procesos; y del mismo modo, lo "vacío", que incita a reencontrar, es menos inherente que inmanente: en lugar de ser la manifestación de una "nada" (ontológica), a través de él, por el contrario, el efecto halla suficiente espacio y lugar para desplegarse, y la vida, al liberarse, recupera su disponibilidad (...). Por ende, basándose en una desontologización (o desteologización) concertada, esa relajación del Sentido (del dogma, la creencia, la verdad) conlleva una despresurización de la existencia que ya no es episódica o forzada. Más exactamente: en contra de la tensión de la existencia (que se proyecta hacia un objetivo, asemejándose al sentido), restaura la homeostasis por la cual se mantiene la vida.
"Sea zen", a decir verdad, por más común que se haya vuelto la expresión, es un absurdo; es una contradicción en los términos, contradictio in adjecto. Pues el acceso al zen no podría ser objeto de ningún "hay que", escapa al modo imperativo; incluso, cuando uno logra desprenderse de todo "hay que", y sobre todo del que ordena la relajación, se tiene acceso al zen (y uno advierte qué significa zen). (...) El zen sólo se logra por abandono de la búsqueda y del objetivo, y eso es lo que sus discípulos, en su marcha de templo en templo, tardan tanto tiempo en comprender. No es porque finalmente uno haya debido renunciar al "tender hacia" el ephiesthai e los griegos que ya se ha comentado); ni porque uno se limite a descubrir un objetivo inmanente al acto mismo como acontecimiento (el "autotelismo" de los estoicos), sino porque ya no hay objeto al que tender, y esa vacuidad, por ello mismo, de súbito, se convierte en plenitud (en "transparencia de la mañana", dice Zhuangzi, después de haber tratado como "exteriores", y por ende sin comprometer más su vitalidad, el "mundo entero", las "cosas" y hasta la preocupación por su "vida"). O, más bien, incluso, esa oposición se borra: esa "transparencia" se logra precisamente cuando dejan de interponerse, para hacer pantalla, esas disyunciones ficticias (plenitud contra vacuidad, etc.).
François Jullien, Nutrir la vida (Más allá de la felicidad), p. 207-212.
JONI MITCHELL -BE COOL