miércoles, 17 de agosto de 2011

DAME UNA PALABRA





Si bien tiendo a pensar que Spinetta mejora con el paso del tiempo, también es cierto que uno puede saltar a cualquier momento de su obra (larga, más de cuarenta años) y encontrar incandescencias. Por ejemplo, uno puede llegar hasta El jardín de los presentes (de 1976) y encontrarse con una canción como "Doscientos años". ¿No es realmente zen ese pedido insistente por la palabra, por una palabra que, en definitiva, se sabe inútil ("de qué sirvió"), pero que no puede dejar de querer, de buscar y, a juzgar por la propia canción, de encontrar, aquel que vive la experiencia del mar?
La canción apenas avanza, su movimiento es un vaivén, una reincidencia marítima, un oleaje. Alguien mendicante de palabra, pero también de brisa, abre la boca, casi no puede hablar. En su conmoción alcanza a decir "oh" y, balbuceante, pide: "Una palabra,/ dame una palabra". Y también: "Dame la brisa". ¿Brisa?: "brisa de la playa". ¿Brisa?: "suave brisa". ¿Brisa?: "toda brisa".




Una palabra, dame una palabra,
una palabra, sólo una palabra.
Dame suave brisa, oh, brisa de la playa,
dame una palabra.

Doscientos años, ¿de qué sirvió
haber cruzado a nado la mar?

Una palabra, sólo una palabra,
dame la brisa, dame toda brisa.
Suave junco, oh, junco de la orilla,
dame una palabra.