Esto, precisamente, no es un saber: es una evidencia oscura cuya oscuridad constituye la certeza. No se trata aquí de pensar un "cuerpo propio", que de hecho no sería más que una figura del alma sola conociéndose propiamente a través de una figura extensa. Es lo contrario: el alma inextensa está entregada a la extensión que le es impropia y es su unión a esta impropiedad lo que ella concibe sin concebir y lo que ella concibe inconcebible.
Cuando peno o resoplo, cuando digiero o sufro, me caigo o salto, duermo o canto, me conozco ser únicamente eso que pena o que canta, que gesticula o que se rasca: eso, y no aquél, o al menos no como un ego distinto de cualquier otra cosa. Eso, pues, a manera de aquél, o aquél que no es más que eso.
Así, eso que conoce no es otra cosa que eso que es conocido, pero lo que así es conocido es que son justamente dos cosas distintas en una sola indistinción. Cuanto más efectiva es esa identidad, más indistinta es y hay menos propiamente que conocer. Por consiguiente, también, hay menos conocimiento de un "cuerpo propio", ya que la instancia de propiedad se desvanece. No puedo introducir esta instancia -un "yo" ["moi"] capaz de decir "mi cuerpo" o "yo soy mi cuerpo"- sin mantener el cuerpo a distancia, distinto y desunido. Y debilito así el saber evidente de la unión.
Jean-Luc Nancy, Extensión del alma