miércoles, 7 de diciembre de 2011

EL ORIGEN DE LA LUZ




Días y tardes en que la luz, por descansar unos momentos de sus trabajos, al descender de las nubes errantes se posaba en los frutales del fondo de la casa. Allí se daban, arribadas de otro planeta (un planeta suave), oscurecidas por los laberintos de hojas, las plantas de tuna. Al encontrarse con unos charcos, los ponía en seguida de un azul rabioso, furiosa de verse presa en esas nadas de agua capaces, así y todo, de proclamar el cielo. Irascible patrona de estancia, no dejaba intersticio sin registrar, se inmiscuía en los mínimos detalles que la amistad de un yuyo le proporcionaba, atrapada, violenta, luchando por desasirse, por no perder un solo grano de libertad, por no adherir demasiado al texto de esas tardes, iba y venía, no se quedaba quieta nunca, y nosotros con ella.

Arnaldo Calveyra, en "El origen de la luz"



(la música es una superposición del arpa de viento de Max Eastley y las piedras que choca Akio Suzuki; las capas de imágenes están tomadas desde mi terraza)