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Los invito a la presentación de los libros nuevos de Ediciones encendidas este sábado 17 a partir de las 19:30 en Casa trueno (Coghlan). A continuación copio el prólogo que escribí para uno de ellos, Prodigios, de mi queridísima Lucía Martínez.
UN VIAJE AL INTERIOR
¿Hay algo que pueda ser llamado interior? Lo hay, al menos, para quien vive la propia interioridad como el lugar oportuno de un descubrimiento. Al descubierto, el mundo se (le) vuelve íntimo. Adentro, todo es prodigio. ¿Cómo podría no serlo “un paisaje de lirios soplados” para quien escucha su respiración?
Una mujer se pregunta: “¿conoceré alguna vez el mundo?”. Y confiesa: “Adoro los viajes”. Prodigios puede ser leído como un viaje al interior. Es, sin dudas, el mundo interior de una persona que identificamos como la autora de este periplo, pero acaso ella, P. Lucía Martínez, nos esté conduciendo a zonas que podemos considerar interiores de nosotros mismos. Lo interior y lo exterior, como la respiración de quien necesita retener el aliento para dar evidencia de unos pulmones en los que dice no creer, es un solo movimiento, de ida y de vuelta, entre una pampa posible y un imposible “Iowa”, entre la tierra y el agua, la noche y el día. Un interior y un exterior que, en uno de los textos (cuyo formato evoca un guión cinematográfico) llegan a separarse solamente de manera convencional por una delgada barra: “INT./EXT. – CAMPO – AMANECER”.
Fuera de género, cada sección del libro ofrece un formato diferente: relatos crónicas, alguna fábula, posibles entradas de un diario íntimo, un diálogo dramático, poemas en verso, una especie de guión cinematográfico, e incluso los epígrafes que acompañan a las fotos del final. Son expresiones genuinas de una voz que muda, por no enmudecer. Que en vez de callar en el asombro decide buscar el modo, que en cada ocasión soliciten las circunstancias, para expresar sensatos milagros.
¿Hasta dónde llega este viaje que Martínez nos invita a realizar? Por lo menos hasta el “agua natal”, es decir, hasta la propia génesis, el origen difuso de la propia experiencia. El agua, tal vez, en la que un pescador se contenta sin haber capturado un solo pez porque –prodigio- “él no estaba ahí por eso”.