Una canción nunca puede ser portadora de un mensaje. Todos lo saben, una canción no habla sobre algo, no refiere a nada. No hay nada que diga de por sí una canción. Algunos se olvidan, son los que tratan de decir, de que quede claro ("up patriots to arms"). Otros se pasan de tontos, como si la imposibilidad de decir inherente a la canción la autorizara a relegar(se) a al páramo de la banalidad ("la musica contemporanea mi butta giù"). Battiato, como solía hacer a principios de los años ochenta, viene con esta canción a poner en evidencia algo de todo esto.
Up patriots to arms
La fantasía de los pueblos que reúne hasta nosotros
no viene de las estrellas
A sublevarse, estúpidos, que los ríos desbordan
pueden estar a flote
Y no es mi culpa si existen verdugos
si existe la imbecilidad
si los bancos están llenos de gente que está mal
Up patriots to arms, engagez-vous
la música contemporánea es un bajón
El ayatollah Khomeini para muchos es santidad
te abocás siempre al amo
las barricadas en la plaza las hacés por cuenta de la burguesía
que crea falsos mitos de progreso
Quiénes se piensan que somos por los pelos que tenemos
nosotros somos las luciérnagas que están en las tinieblas
Si bien tiendo a pensar que Spinetta mejora con el paso del tiempo, también es cierto que uno puede saltar a cualquier momento de su obra (larga, más de cuarenta años) y encontrar incandescencias. Por ejemplo, uno puede llegar hasta El jardín de los presentes (de 1976) y encontrarse con una canción como "Doscientos años". ¿No es realmente zen ese pedido insistente por la palabra, por una palabra que, en definitiva, se sabe inútil ("de qué sirvió"), pero que no puede dejar de querer, de buscar y, a juzgar por la propia canción, de encontrar, aquel que vive la experiencia del mar?
La canción apenas avanza, su movimiento es un vaivén, una reincidencia marítima, un oleaje. Alguien mendicante de palabra, pero también de brisa, abre la boca, casi no puede hablar. En su conmoción alcanza a decir "oh" y, balbuceante, pide: "Una palabra,/ dame una palabra". Y también: "Dame la brisa". ¿Brisa?: "brisa de la playa". ¿Brisa?: "suave brisa". ¿Brisa?: "toda brisa".
Una palabra, dame una palabra,
una palabra, sólo una palabra.
Dame suave brisa, oh, brisa de la playa,
dame una palabra.
Doscientos años, ¿de qué sirvió
haber cruzado a nado la mar?
Una palabra, sólo una palabra,
dame la brisa, dame toda brisa.
Suave junco, oh, junco de la orilla,
dame una palabra.
"¿Se deberá a un instinto natural o a una ilusión el hecho de que nos impresione más la contemplación de los lugares donde sabemos que hombres dignos de recuerdo han pasado gran parte de su vida que el relato de sus acciones o la lectura de algunos de sus escritos? Ahora mismo, yo estoy impresionado. Pues me viene a la mente Platón, el primero que, según sabemos, estableció la costumbre de enseñar aquí. Y esos pequeños jardines que veis ahí cerca no sólo me traen su recuerdo, sino que parecen ponerlo casi ante mis ojos. Aquí estuvo Espeucipo, aquí también Jenócrates y su discípulo Polemón, que se sentaba en el lugar que aquí vemos. De la misma manera, cuando contemplaba nuestra curia (me refiero a la curia Hostilia, no a esa nueva, que me parece más pequeña desde que la han ampliado), solía pensar en Escipión, en Catón, en Lelio y, sobre todo, en mi abuelo; tan grande es la fuerza rememorativa que tienen los lugares que no sin razón se ha basado en ellos el arte de la memoria".
(M. T. Cicerón, "Del supremo bien y del supremo mal")
No puedo estar de acuerdo con la concepción de un cuerpo que, para volverse discurso, necesita de la disección, el desmembramiento, la autopsia, la separación. Pero, al mismo tiempo, no puedo dejar de dar cuenta de esta visión, para mi gusto un poco mórbida, del cuerpo. Lo que sigue es un fragmento de Franco Rella, En los confines del cuerpo:
"¿Cómo hablar de este cuerpo? En su introducción a Crash, Ballard sostiene que quizá sólo la pornografía pueda hacerlo, en cuanto "forma narrativa del más alto contenido político, puesto que trata, de la manera más insistente y cruel, acerca de nuestra recíproca explotación". El cuerpo desmembrado de la pornografía se encuentra en el centro de Crash. El cuerpo cubierto de cicatrices, de prótesis, de tatuajes aparece siempre en fragmentos sobre el trasfondo de otros fragmentos de vinilo, de plástico, de cromo de los habitáculos y carrocerías de los autos, a menudo en directa continuidad con la guarnición de goma de la ventanilla, el surco de las nalgas con la curva de un parachoques, en una glacial y espantosa descripción.
El príncipe de este universo es Vaughan, quien aspira a morir en un accidente de auto junto a Liz Taylor, en el que crash, muerte y orgasmo, se unan en una experiencia extrema. Mientras tanto, Vaughan colecciona fragmentos:
Las paredes de su apartamento [...] estaban tapizadas de fotos [...]. Los detalles aumentados de las rodillas y las manos de ella, del interior de los muslos y dela comisura izquierda de la boca [...] me parecían fragmentos de una autopsia. En su apartamento lo observaba combinar los detalles del cuerpo de ella con las heridas grotescas reproducidas en un manual de cirugía plástica."