Así empieza la primera parte (Amada música) de Historia de un secreto, un libro extraordinario de Esteban Buch sobre la Suite Lírica de Alban Berg:
"Esta noche, mi amor, te he sido infiel por primera vez. Ya sabes que mi idea de la fidelidad no es como la de la mayoría. Para mí, es un estado interior que nunca abandona al amante, que lo sigue como su sombra y se vuelve parte de su personalidad: el sentimiento de que nunca está solo, de que es un ser dependiente, de que sin la amada ya no es una persona entera, capaz de enfrentar la vida.
"En ese sentido te he sido infiel esta noche. Fue durante el final de la sinfonía de Mahler, cuando poco a poco me invadió una sensación de completa soledad, como si del mundo no hubiera quedado más que esa música -y yo que la escuchaba. Pero cuando tras el clímax, potente y arrollador, se hizo el silencio, sentí una punzada de dolor, y una voz adentro mío dijo: '¿Y Helene?'. Sólo entonces me di cuenta de que te había sido infiel, y por eso imploro ahora tu perdón. ¡Dime, amor mío, que me comprendes y me perdonas!"
El joven Alban Berg confiesa a su novia Helene Nahowski una infidelidad absoluta: el clímax de la música disuelve incluso la conciencia de la culpa. También le confiesa una infidelidad secreta: en la sala de conciertos, nadie habrá intuido la traición en su rostro deslumbrado. Y sin embargo, esa noche de 1907 en Viena, Berg es infiel en lo más profundo de su ser, en esa intimidad sensible donde no reina ni la moral, ni el mundo. El compositor se entrega a la Tercera sinfonía en re menor de Gustav Mahler, Mahler que canta a Nietzsche: "Toda dicha ansía la eternidad", esa Ewigkeit con la que Goethe había terminado Fausto y con la que él mismo un día terminará Lulu. Esos pocos minutos disuelven el mundo en la dicha, y sin embargo el éxtasis sólo dura lo que la música tarda en apagarse, como en el vértigo de una relación prohibida. No es fácil permanecer fiel ante lo irresistible, aun haciéndose una idea "diferente" de la fidelidad. Berg traiciona su propia regla en el momento mismo en que la enuncia: la "completa soledad" de la escucha desmiente brutalmente "el sentimiento de que nunca está solo" en el amor. Y esta fidelidad, tan fácilmente abandonada, debe convertirse en "parte de su personalidad". Esa carta, al comienzo de su relación con Helene Nahowski, anuncia la división de su yo. Claro que no hay dudas de que Berg esté enamorado de esta hermosa rubia, que muchos dicen hija natural del emperador Francisco José. Se deleita oyéndola cantar, multiplica las cartas de amor, la corteja con pasión y sin éxito. Tras desafiar durante años el rechazo del señor Nahowski, como antaño Robert Schumann el del padre de Clara Wieck, un día de 1911 tendrá su noche de bodas. Helene no tiene por qué dudar del amor de su novio. Sólo que al casarse con el discípulo de Arnold Schoenberg quince días antes de la muerte de Mahler, ¿se condena acaso a tener celos de la música? ¿La música vendrá a raptar el alma de su amante, como una rival infinitamente más poderosa y más sutil? Pues esta Tercera sinfonía, en boca de Berg, se parece mucho a una mujer. ¿A cuál? Ya Berg exclamaba en su primera carta a Helene: "¡Una y otra vez beso tu mano, mi gloriosa Sinfonía en re menor!". La misma obra puede entonces ser a veces la rival, a veces la metáfora de la mujer amada. No hay contradicción necesaria entre la fidelidad al amor y la fidelidad a la música. Más que un artista dividido entre su amor y su obra, Berg es un compositor para quien la música es el lugar de la representación de la infidelidad como drama humano por excelencia.