La palabra, como casi todas las cosas en el Zen, ocupa un lugar de aparente contradicción: al mismo tiempo que se reconoce su ineficacia y se señala (con marcador de color) el perímetro de sus límites, la palabra es central en el testimonio de la experiencia. Koan, mondô, teisho, son formas zen de usar la palabra. Si bien está en general más asociada a la versión Rinzai del Zen, también el Soto que practicamos hoy en día tiene en cuenta a la palabra viva como bastón (que sirve de apoyo y que puede ser usado a su tiempo para dar un golpe maestro) de la práctica.
En los sesshines (retiros intensivas de zazen) tiene lugar el teisho, plática o comentario del maestro en contexto de zazen. En el teisho las palabras son "nada especial", son parte del movimiento general (pensamientos, emociones, sensaciones corporales), se escuchan como se escucha el sonido de la campana y se sienten como se siente una ola mental. Pero, al mismo tiempo, las palabras del teisho (justamente por ser "nada especial") cobran un sentido muy especial: refieren a algo en particular y a la vez a todas las cosas, salen de la boca del maestro y no son más que un movimiento de la mente, no llegan a decir nada y a la vez pueden llegar a decirlo todo.
A continuación copio fragmentos de un teisho dictado por Jorge Bustamante, monje soto zen a la cabeza de la Ermita de paja. Invito al lector a vaciar a las palabras de su significado habitual y a llenarlas con el sentido de la propia experiencia, o mejor, a usar luego esas palabras ahuecadas como cucharas para vaciarse a uno mismo.
Dejar pasar los pensamientos.
No te entretengas con ellos, déjalos pasar.
Deja pasar también la respiración. Cuando hay muchos pensamientos en tu cabeza, ésta tiende a caer y la respiración se hace difícil. Si la observas un poco, si acompañas la salida del aire hasta el final, sin prisa, sin esfuerzo, la inspiración llega sola. Entonces comienza a establecerse un ritmo más lento y profundo.
Al mismo tiempo, los pensamientos tienden a disminuir. Cuando los pensamientos disminuyen, la mente se despeja. Es fácil entonces recoger el mentón, estirar un poco la columna, soltar los hombros. Y si las manos están en contacto con el vientre, podemos sentir ahí, exactamente ahí, en el hara, el ritmo de la respiración.
Si estás aquí, entonces quédate aquí.
Pero si tu cuerpo está aquí y tu mente divaga, entonces estás dividido. Y la división es abrir la puerta al sufrimiento. Regresa. Regresa porque aquí, exactamente aquí y ahora, está ocurriendo todo.
En cada respiración tuya todo el universo se manifiesta. No es una metáfora. Es un hecho. Pero si estás distraído, no puedes percibirlo.
Quédate aquí, suéltalo todo, deja pasar los pensamientos, deja pasar los siglos. La serenidad aparece y te pones en armonía con todo, con todos.
No es necesario obtener cosa alguna. No es necesario aquí ahora escaparse de nada. Aquí, en este instante, podemos quedarnos completamente quietos, silenciosos y sentados por un instante. Por la eternidad. Un solo instante.
Una y otra vez los maestros solían decir: “No demorarse”. Esto no significa ir rápido, a tontas y a locas. No demorarse significa no fijar morada en ningún sitio. Fluir con la respiración, fluir con la mente, fluir con todo el universo. Y, al mismo tiempo, en lo íntimo, permanecer quieto y silencioso.
Una respiración.
Jorge Bustamante
Mar de las Pampas
Jueves 10 de septiembre de 2009. 07:48 hs.