Ya que el camino es interminable mientras dura, también lo es la búsqueda que nos conduce por y hacia él. Por eso, siempre que la práctica vaya acompañada de su reflexión, esta será no menos continua, en desarrollo permanente. Creo que vale la pena resguardar a la práctica de una reflexión excesiva que no haría otra cosa que paralizarla, así como conviene reservar a la reflexión una zona intocada, siempre más allá de su sola función utilitaria. Acaso la reflexión, en un feedback más o menos celoso con la práctica, reservando cada una para sí lo que es suyo y que garantiza, al mismo tiempo, el buen funcionamiento de tal retroalimentación, abra perspectivas de búsqueda que nos conduzcan en nuevas direcciones.
Y descubro cuando me interrogo sobre estas cuestiones que lo primero que puedo hacer con el yoga, para ingerirlo o incorporarlo en mi contexto, es depurarlo, por un lado, de sus elementos intrínsecamente indios e hindúes y agregarle, al mismo tiempo, los elementos que aporta mi manera occidental de pensar y experimentar el cuerpo para obtener una solución, en el sentido químico de la palabra, que ofrezca una concepción apropiada (digerida) del yoga.
Esta nueva perspectiva va a tener que hacer frente a otros cuerpos, distintos de los cuerpos de la India, que han sido forjados a través de otros hábitos corporales y que por eso tienen diferentes limitaciones (y posibilidades). Y pienso que una buena manera de que esta perspectiva se haga cargo de esos cuerpos va a ser considerándolos desde el ángulo de nuestra tradición científica y de su desarrollo en el estudio de la anatomía. La kinesiología, en este sentido, puede aportar el conocimiento de la biomecánica cuyas leyes dan al cuerpo una especie de regulación sintáctica (estoy asociando desde mi tradición: el lógos se hizo carne).
Entonces, elijo (como proponen muchos maestros occidentales, por otra parte) abordar la práctica de yoga desde el cuerpo. Pero no desde el cuerpo de la gimnasia sino desde un cuerpo-mente concebido como corpus semántico que exige un tipo especial de hermenéutica a través de la experiencia. Un cuerpo que se entrene con rigor, precisión, trabajo fino, pero un cuerpo cristiano al fin (más allá de cualquier adhesión religiosa trato de designar así una visión del cuerpo que toma en cuenta su debilidad como rasgo constitutivo). En esta dirección me interesa tomarme el cuidado de evitar un carácter que, con un doble sentido, podría llamar ario, haciendo alusión al pueblo que habría invadido el norte del subcontinente indio en tiempos remotos pero también a la “raza superior” germánica. Con la primera acepción pienso en el riesgo que conlleva adoptar como propio algo foráneo, mientras que con la segunda trato de aludir a una manera de pensar y practicar el yoga con la que me he topado y que resulta evidente desde el punto de vista de su estética, un yoga para presuntos guerreros (bellos, fuertes, sanos, invencibles) que surge de extrapolar imágenes de la mitología hindú a un temperamento propio de la lógica de la competitividad capitalista.
¿Cómo pulir la técnica con las herramientas que aporta nuestra tradición científica? ¿Cómo leer el relato de nuestra experiencia? ¿Cómo decodificar en el cuerpo los signos de ese relato?
Me parece que esto da para largo. Por ahora anoto estos interrogantes que van dando paso a lo que supongo que busca cualquier practicante de yoga: el propio camino. Ese camino que, como se ha dicho, se hace con el andar.