jueves, 2 de septiembre de 2010

VOCES (Antonio Porchia)

Fragmentos extraídos del prólogo de Borges a la edición francesa de Voces, de Antonio Porchia. A continuación, extractos de las Voces.







EL SINGULAR MISTERIO DE ANTONIO PORCHIA

LAS MÁXIMAS corren el riesgo de parecer meras ecuaciones verbales: estamos tentados a ver en ellas la obra del azar o de un arte combinatorio. Pero no así en el caso de Novalis, de La Rochefoucauld o de Antonio Porchia. En cada una, la lectura siente la presencia inmediata de un hombre y su destino.

         (...)

         Nadie ignora que las generaciones han consagrado las sentencias virgilianas y las bíblicas. En un momento de duda, alguien abre el volumen al azar —que en el fondo no es un azar— y recibe el consejo de Virgilio o del espíritu. Así he actuado numerosas veces con el texto de Porchia. Hagámoslo ahora. Encuentro en la página 11:

 Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.

          Felizmente —y también para nuestro pesar—, los fantasmas no nos faltan. Creemos ser argentinos, chilenos, franceses, devotos de tal o cual fe, afiliados a tal o cual partido, herederos de una tradición, portadores de un nombre, habitantes de una casa o de un siglo, poseedores de un rostro entre otros. Estos fantasmas son incesantes, pero no es imposible que nos dejen solos, atrozmente solos, en el instante de la muerte.

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         En la página 110 encontramos:

Las distancias no hicieron nada. Todo esta aquí.

          Recuerdo una anécdota de Carlyle. Un grupo de emigrantes que parten hacia Australia le hacen una visita. Carlyle les dice: “¿Por qué viajar? Su Australia está aquí y ahora”. Podemos interpretar la sentencia de Porchia de otra manera. Sólo existe el presente: el ayer y el hoy son ilusorios.

         Los aforismos de este volumen van mucho más allá del texto escrito; no son un final sino un comienzo. No buscan producir un efecto. Podemos sospechar que el autor los escribió para sí mismo y no supo que trazaba para los otros la imagen de un hombre solitario, lúcido y consciente del singular misterio de cada instante.

Septiembre 1978

Jorge Luis Borges







Situado en alguna nebulosa lejana hago lo que hago, para que el universal equilibrio de que soy parte no pierda el equilibrio.


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Quien ha visto vaciarse todo, casi sabe de qué se llena todo.




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Antes de recorrer mi camino yo era mi camino.




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Sin esa tonta vanidad que es el mostrarnos y que es de todos y de todo, no veríamos nada y no existiría nada.



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La verdad tiene muy pocos amigos y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.



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El hombre no va a ninguna parte. Todo viene al hombre, como el mañana.



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Se me abre una puerta, entro y me hallo con cien puertas cerradas.









Mi pobreza no es total: falto yo.



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No hallé como quien ser, en ninguno. Y me quedé, así: como ninguno.



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Sé que no tienes nada. Por ello te pido todo. Para que tengas todo.



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Quien perdona todo ha debido perdonarse todo.




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Todo es como los ríos, obra de las pendientes.




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Creo que nos habitamos unos a otros, pero no habitados. Porque no podríamos habitarnos unos a otros, habitados.



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Durmiendo sueño lo que despierto sueño. Y mi soñar es continuo.









Un rayo de luz borró tu nombre. No sé más quién eres.




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Mis ojos, por haber sido puentes, son abismos.




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Y sin ese repetirse eternamente de todo, de sí mismo a sí mismo, a cada instante, todo duraría un instante. Hasta la misma eternidad duraría un instante.



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Sí, es entrando en todo como voy saliendo de todo.




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Quería estar en algo para no estar en todo.




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Te ayudaré a venir si vienes y a no venir si no vienes.




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El misterio apacigua mis ojos, no los ciega.



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Cuando tu dolor es un poco mayor que mi dolor, me siento un poco cruel.



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Si yo hubiera creído que lo otro era lo mismo, mi vida no habría tenido ninguna extensión.



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Éramos yo y el mar. Y el mar estaba solo y solo yo. Uno de los dos faltaba.








Cuando me encuentro con alguna idea que no es de este mundo, siento como si se ensanchara este mundo.



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Cuando creo que la piedra es piedra, que la nube es nube, me hallo en un estado de inconsciencia.



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Sí, son millones de estrellas. Y millones de estrellas son dos ojos que las miran.



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La flor que tienes en tus manos ha nacido hoy y ya tiene tu edad.




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Cuando se lanza algún dardo para herirme, se encuentra con la herida hecha y... no puede herirme.



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La razón se pierde razonando.



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He llegado a un paso de todo. Y aquí me quedo, lejos de todo, un paso.



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Cuanto no puede ser, casi siempre es un reproche a cuanto puede ser.



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Has venido a este mundo que no entiende nada sin palabras, casi sin palabras.



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El ir derecho acorta las distancias, y también la vida.











El árbol está solo, la nube está sola. Todo está solo cuando yo estoy solo.



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Con algunas personas mi silencio es total: interior y exterior.



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A veces, de noche, enciendo una luz para no ver.



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No sale de lo malo quien está en el, porque teme encontrarse... con lo malo.


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Si no has de cambiar de ruta, ¿por qué has de cambiar de guía ?



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Cuanto menos uno cree ser, más soporta. Y si cree ser nada, soporta todo.



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Quien no sabe creer, no debiera saber.



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Hombres y cosas, suben, bajan, se alejan, se acercan. Todo es una comedia de distancias.



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Si pudiera dejar todo como está, sin mover ni una estrella, ni una nube. ¡Ah, si pudiera!


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Las certidumbres sólo se alcanzan con los pies.











La pena humana, durmiendo, no tiene forma. Si la despiertan, toma la forma de quien la despierta.



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Donde hay una pequeña lámpara encendida, no enciendo la mía.



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Antes de aquello, ¿qué hubo? Y después de aquello, ¿qué hubo? Y aquello, ¿qué fue?



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Cuando me hiciste otro, te dejé conmigo.



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Sí, eso es el bien: perdonar el mal. No hay otro bien.



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Cuando no se quiere lo imposible, no se quiere.



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Todo es un poco de oscuridad, hasta la misma luz.



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Extraños, extraños, extraños, un infinito de extraños. Y yo, un extraño, solo.




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Algunas cosas, para mostrarme su inexistencia, se hicieron mías.



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Lo hondo, visto con hondura, es superficie.