Foto de Abbas Kiarostami
Escribe Shiki:
Fue darme vuelta
y el hombre que cruzaba
se hizo niebla
Habla, es cierto, de otro caminante que va en sentido inverso. Pero, ¿cómo no entender que se refiere a la indeterminación que marca el registro de nuestra conciencia, al inacabamiento de todo contacto establecido con el mundo exterior, a la precariedad y hasta a la fragilidad de lo que pretendemos sea control ejercido por la mente sobre el mundo? El camino remite a lo provisorio, a algo que no reúne argumentos para considerarse permanente. Así, la mente es el camino y el camino es la mente: fluctuantes, transitivos, esquivos, incapaces de afincarse. Y el arte que "tematiza" este camino consiste en evocar el devenir (sin necesidad de llamarlo por su nombre), en tanto que ilustración o presencia del dinamismo profundo de la vida.
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Vivir no es estar, no es quedarse. Vivir (dicen ellos), es irse, o continuar en el oficio del abandono. El haiku es "ejercitarse en el arte de despedirse (dice Paz) para, así, ya ligeros, aprender a recibir". Lo que tenemos, lo que vemos, lo que somos, es cosa de aquí y de ahora. Un auténtico caminante es aquel que disfruta a cada paso y luego "acepta" (dice Dôgen, maestro del zen) el hecho de que aquello ya ha pasado. El caminante (digo yo) ejercita en cada paso su desasimiento. Igual que la nave coreana del haiku, que "corre sin detenerse/ envuelta en la cerrazón", así el que marcha recorre, en medio de la niebla, un camino que renace a cada paso y que a cada paso le renueva el don de la vida. Vivir para crecer: morir para vivir.
Alberto Silva, El libro del haiku