Andreas Gursky, May day IV (2000)
Hay otra cosa que me emociona y me hace sentir próximo a Martin Heidegger.
Comenzaba a leer a Michel Foucault (pero, como es sabido, cuando se lee a Foucault más que nada se inventa lo que se cree que quiso decir porque se entiende poco o nada); leo a Foulcault y pienso en las "épocas" de Theodor Adorno, en el hecho de que él habla a menudo de "constelaciones".
También Heidegger imagina la historia como relámpagos, Iluminaciones repentinas, acontecimientos. Dentro de estos relámpagos se articulan los tiempos. Épocas históricas. Pero la época es, en Heidegger, una suspensión del tiempo, una fractura instantánea.
El tiempo no es continuo. Como, de algún modo, es san Agustín: el tiempo se vincula a la existencia y a la existencia del hombre. Y el Ser se ilumina de modos distintos en épocas diversas, épocas que no guardan continuidad entre ellas. El Ser no es más que el iluminarse, según las circunstancias, de horizontes históricos determinados, sin continuidad visible entre una época y la otra.
El cornista de la Ópera de Viena ve cómo se ilumina mi rostro, no sólo por los rayos del sol. Sigue contándome su vida y me sonríe con los ojos.
Gianni Vattimo, Piergiorgio Paterlini, No ser Dios (una autobiografía a cuatro manos)