miércoles, 3 de febrero de 2010

NI NI / Y Y




Si algo me interesa del Zen, por lo menos desde un punto de vista filosófico, es su capacidad de evadir, de manera radical, cualquier conclusión taxativa. Un concepto central en el Zen, por citar sólo un caso, es hishiryo, que se suele traducir del japonés como pensar-sin-pensar. No es pensar, no es no pensar. Esta doble negación abunda en la sintaxis del Zen. Es una de sus formas características de superar la dualidad, no postulando un tercero que funcione como primum analogatum sino negando a los mismos términos en cuestión. En otras oportunidades, acorde a su herencia taoísta, nos dice que se trasciende la dualidad al identificar sus términos, como en el célebre sutra:

shiki soku ze ku
ku soku ze shiki
(Los fenómenos son el vacío y el vacío es los fenómenos)

La interdependencia, la interpenetración, son conceptos clave para salvar la dualidad en estos casos. Así lo explica Taisen Deshimaru en su comentario al San Do Kai, texto troncal del sōtō Zen, escrito por Shit’ou Hsi Ch’ien en el siglo VIII de nuestra era. En esta ocasión, la operación que nos salva de la dualidad se aplica al mismo concepto de dualidad. Así:

San: noción de diferencia, de dualidad. Los fenómenos, las existencias en el tiempo y el espacio, shiki (tesis).
(...)
Do: noción de identidad, de origen. La vacuidad, la esencia, ku (antítesis).
(...)
Kai: la síntesis, pero en un sentido muy amplio, profundo: mezcla, fusión, interpenetración.
(...)
San Do Kai: San entra en Do y Do entra en San. Esto es Kai.

En este horizonte, me llamó la atención encontrar en un texto de Daisetz Teitaro Suzuki, uno de los teóricos más importantes que tuvo en Zen en el siglo XX (y el principal introductor, de paso, del Zen en Occidente), ciertos argumentos dudosos en por lo menos dos sentidos: ofrecían conclusiones taxativas y parecían ser teóricamente ingenuos. Tratando de no oponer a esas conclusiones otras que pretendieran ser igualmente definitivas, y sobre todo sospechando que tal vez mis impresiones se deban a una mala lectura, anoté al margen, a modo de pregunta, algunos problemas que me interesan. Copio algunas de esas preguntas con la expectativa de recibir, en forma de nuevos interrogantes o no, alguna respuesta.

Dice Suzuki:

“En todo esto hay algo característico del método Zen de entrenamiento que consiste en experimentar personalmente la verdad, cualquiera que esta sea, y en no recurrir jamás a la intelección o a los sistemas teóricos. Estos últimos se quedan en la superficie, perdidos en la descripción de detalles técnicos, y por tanto nunca pueden conducirnos a lo central y fundamental del asunto.”

Aún admitiendo el supuesto de que los sistemas teóricos se quedan en la superficie sin conducirnos a la experiencia de “lo central y fundamental del asunto”, ¿acaso no pueden estos incidir de manera decisiva en la experiencia como elemento constituyente de la misma?
Y sigue:
“Teorizar puede ser útil para construir fábricas, levantar muros y fortalezas, manufacturar productos industriales y producir en serie todo tipo de instrumentos letales o asesinos, pero de nada sirve a la hora de crear verdaderos objetos de arte, o de dominar aquellas disciplinas artísticas que son la experiencia directa del alma humana, o de aprender el arte de vivir una vida genuina, manteniéndose fiel a uno mismo. De hecho, todo lo que está relacionado con el arte, la creación o la creatividad es “intransmisible”, es decir, se encuentra más allá del entendimiento lógico y discursivo.”

Dejando de lado el hecho de que gran parte del arte del siglo XX (basta pensar en el arte conceptual) parece demostrar lo contrario (esto es, que el “entendimiento discursivo” puede jugar un papel central en la creación artística), pensemos sólo en la crítica: ¿no puede el discurso hermenéutico ser determinante en la construcción de la experiencia estética? ¿Y no es el Zen, en un aspecto, un discurso hermenéutico en sentido amplio sobre la experiencia mística? ¿No es la semántica del Zen, vale decir su aspecto más visible cargado de significado como, por caso, la recitación de sutras, decisiva en la elaboración de la experiencia del despertar?
Y dice más adelante:
“Pues bien, lo mismo sucede con las palabras, jugamos embelesados con ellas, memorizamos conceptos, y llegamos así a pensar que somos realmente sabios, pero lo cierto es que, a los “sabios” de este tipo, su “sabiduría” de poco les sirve para manejar y atender las realidades de la vida.”

Esta es una crítica muy común a la ‘sabiduría meramente intelectual’. Cada vez que me encuentro con esta crítica me hago la misma pregunta: ¿por qué resolver el argumento a favor de lo pragmático, por qué tomar partido por lo pragmático? ¿Por qué no adoptar una especie de posición sin posición, pienso imaginando un lineamiento zen, en la que no se tome partido y no se admita ninguna ultimidad, ni en la teoría ni en la práctica?
Y por último:
“Los conceptos se hacen necesarios por su utilidad práctica así como por su carácter general y comúnmente extendido. Pero, precisamente en la medida en que se trata de conceptos generales cuyo propósito es el uso público, no tienen nada de privado ni personal; por decirlo así, no te pertenecen en ningún sentido, y puede que, cuando pretendas usarlos, ellos no estén dispuestos a serte de la menor utilidad. Los conceptos sólo nos sirven realmente cuando nacen de nosotros mismos, es decir, cuando son nuestra posesión íntima y exclusiva. Uno no puede realmente transmitir algo que ha sentido, o que ha experimentado, a las demás personas (a no ser que ellas también posean una experiencia similar arraigada en lo más hondo de su ser).”

Creo entender que, en el plano de los conceptos, hay una breve zona en común en la que podemos, mediante ellos, ponernos de acuerdo, aunque en rigor nos estemos comunicando en el abismo. Pero, en última instancia, ¿no es igualmente abismal la distancia entre experiencias? ¿Por qué suponer que las experiencias son más conmensurables que las palabras con las cuales tratamos de comunicarlas?
Estas son algunas de las preguntas en torno a problemas que se me aparecen con insistencia cuando leo ciertos textos alrededor de las filosofías orientales.

Sin embargo, el mismo Suzuki resuelve, de algún modo, mis dudas al hablar de la metodología del Zen:
“Si alguien se acerca a un maestro con una pregunta del tipo “tengo una duda respecto de la naturaleza de la Verdad Última que ha de liberarnos del cautiverio de nuestros propios deseos”, lo más probable es que el maestro reúna a toda la congregación y anuncie: ¡Oh, hermanos, mirad bien! ¡He aquí un señor que acaricia una duda!, para, a continuación, propinarle un empujón y retirarse a sus aposentos, dándole la espalda con indiferencia.”


Los textos citados pertenecen a Zen (1958), de D.T. Suzuki 
y La práctica del Zen (1974), de Taisen Deshimaru.