martes, 24 de mayo de 2011

LA MONTAÑA SAGRADA




1. Un monje de Athos

Tengo buenos recuerdos de Monte Athos, adonde Roland Barthes nunca estuvo. Lamentablemente, para el tiempo de mi estadía en Athos (tres noches, cada una en un monasterio diferente) aún no había leído sobre el fantasma idiorrítmico del seminarista del "vivir juntos", así que no puedo contentarme con la idea de haber llevado, lectura mediante, algo de él a la Montaña Sagrada. Me gustaría hacerlo alguna vez, volver a Athos.
En Athos saqué pocas fotos. Había escuchado que las fotos molestaban a los monjes y quise retribuir con discreción la hospitalidad que recibía gratuitamente de ellos. Sólo saqué una foto de un monje, el último día. Aparece de espaldas: se va caminando por una estrecha calle de Karyes, la zona administrativa que apenas interrumpe la naturaleza hiperbólica de la península, como lo hace cada tanto y de manera breve aunque rotunda algún monasterio. El monje se aleja. De espaldas, el hábito negro, largo, vuelve imposible precisar de qué monje se trata, es sólo uno, un monje de Athos. El género de su vestido lo vuelve genérico. Se podría pensar que ese monje es todos los monjes, siendo así que en esta foto aparece el monje viejo al que acompañé a mirar la puesta del sol y que, en la penumbra, me decía en un inglés de tono ruso: "the breathing, is beautiful", el otro monje que me ofrecía café y me hablaba de Kant, los monjes que cantaban en griego durante las oscuras horas de la liturgia (entre las cuatro y las seis de la mañana) en el ambiente de velas e incienso de los recintos superpoblados de íconos de las iglesias antiguas, el monje que cortaba el pasto, el que cosechaba aceitunas y el que me dijo que mejor pernoctara ahí porque si seguía por el camino de montaña no iba a llegar al siguiente monasterio antes de que se hiciera de noche. Un monje que se aleja, seguido por un gato. Podría ser el último monje de Athos, lo cual es casi como decir el último monje del mundo. Está a punto de desaparecer de la vista. Va a quedar una calle vacía. Pero de pronto el observador cambia de posición y se descubre su presencia, la presencia del observador que avanza por esa calle vacía hacia su propia desaparición.







2. Una espiritualidad escindida

No es novedad la ausencia de monjas en Athos (para los que no están anoticiados, en Athos está prohibida la presencia de mujeres desde hace diez siglos, cuando a un monje se le apareció en sueños María pidiéndole que no hubiera otra mujer más que ella en la península, y la restricción es estricta). Pero al mismo tiempo no deja de ser notable para el visitante el hecho de que no sólo no haya mujeres visitantes o que no haya monjas que anden de acá para allá como los monjes ocupándose de los asuntos diarios (el ora et labora se cumple en Athos al pie de la letra) sino sobre todo cómo se siente esa carencia de lo femenino en la espiritualidad de la Montaña. Una espiritualidad escindida, aunque no por eso deje de ser sublime. Sin dudas es una carencia, sin dudas la incorporación de mujeres expandiría la situación espiritual de la ortodoxia macedónica, que en su pretendido retiro de lo mundano no llega a tomar en cuenta que, de hecho, las condiciones temporales alcanzan la península y que, si bien hace diez siglos pudo haber sido natural consagrar el suelo a la presencia divina de María, vale decir, a su presencia exclusiva (que excluye), hoy las condiciones están dadas para que María, en el caso de que vuelva a aparecer, pueda dar a entender, en sintonía con la historia, que el puerto de Daphne (así se llama, y cómo podría no tener nombre femenino un puerto?) está abierto para recibir a monjas y laicas que con su presencia no harían más que glorificar a la Madre de Dios.
Dicho esto, no puedo dejar de decir lo contrario. Athos es un reducto en el mundo, una minúscula península que desde hace una decena de siglos mantiene una vida cenobítica e incluso, aunque más reducida, una vida eremítica como en ninguna otra parte del mundo cristiano o del mundo a secas. Y me sale decir: déjenlos. Son anti históricos? Puede ser, así son ellos. Dejemos que hagan sus propias reglas, que hagan lo que quieran en esa porción del mundo, por qué no donarles esa porción del mundo sin pedir nada a cambio? Por otra parte, esa regulación en la que queremos intervenir (antes vayamos a revisar nuestra propia regla) se traduce en una vida tranquila, en contacto permanente y en mayor o menor armonía con la naturaleza silvestre, en oración, trabajo y contemplación. Veo cómo esta postura parece ser completamente reaccionaria, pero en todo caso no es una postura del todo estable, son pensamientos que surgen de una experiencia mínima y que ahí se quedan.
Como nota al pie del asunto del Avaton (este es el nombre de la prohibición), son interesantes las pocas anécdotas que incluyen mujeres en Athos. En el siglo XIV, la mujer del zar serbio, Helena de Bulgaria, fue llevada a la península para ser protegida de la plaga, pero durante su estadía no tocó el suelo: era llevada a upa. Fueron recibidas refugiadas durante la Guerra de Independencia de Grecia y refugiadas judías durante la segunda guerra mundial (Hitler había firmado una carta oficial en la que aseguraba no intervenir en la península). Y en 1929 Aliki Diplaraku, Miss Europa ese año, se disfrazó de hombre para colarse en Athos: su entrada fue discreta, su salida escandalosa.






3. El mar, el cielo, la montaña

Athos es una península, pero no está permitido llegar a ella por tierra. Hay que cruzar en un barco que sale a la madrugada del pueblo costero y mundano (es un centro vacacional) de Ouranopolis. Padre e hijo, Urano y Okeanos, a veces no llegan a diferenciarse en el horizonte más que por un trazo que parece de acuarela. Y la madre? La madre es la Montaña, Gea, rocosa, terrenal y sagrada.










5. Entrada sin puerta