¿Cuál es el sonido del aplauso de una sola mano?
Lo que en esencia afirma el zen es que la explicación de la realidad verdadera resumida por el Buda en el sermón sobre las Cuatro Nobles Verdades es algo muy inferior al tesoro de la indescriptible iluminación. En consecuencia, el laborioso tránsito del Óctuple Camino, a la espera de que algún día llegue el despertar, no es tan importante como meditar desinteresadamente sobre hechos nimios o hechos esenciales, que en esencia son lo mismo. No ha de haber sido muy distinta la disposición que llevó a T. S. Eliot a escribir hace unas décadas en Inglaterra:
...Le dije a mi alma: permanece tranquila y aguarda sin esperanza, pues la esperanza sería esperar en el extravío...
El Zen afirma que los elementos esenciales para el éxito de la meditación son una gran fe, una gran duda y una gran determinación. Estos tres pilares sostienen el kenshogodo: la posibilidad de mirar un geranio, por ejemplo, y descubrir que, aunque no haya más que eso, un geranio, en él está la condición entera de la realidad y la vida. Acaso no estemos separados de esta posibilidad por un trabajoso aprendizaje cultural. Acaso para nosotros, en esta lejana parte del mundo, se abran a veces intuiciones parecidas. No es improbable que la llave esté en la rosa de Rilke, o en lo infinito de un grano de arena cantado por William Blake, ese poeta romántico persuadido de que el cielo y el infierno eran aspectos de una misma cosa: la indescriptible fuerza de la vida.
Marcelo Cohen, Buda
Una sola rosa es todas las rosas
y es ésta; el irremplazable,
el perfecto, el dócil vocablo
que encuadra el texto de las cosas.
Cómo decir alguna vez sin ella
lo que fueron nuestras esperanzas,
y las tiernas intermitencias
en nuestro continuo viaje.
Rainer María Rilke