El primer largo capítulo con el que Fernando Tola y Carmen Dragonetti inician su Filosofía de la India está dedicado, en buena medida, a detectar los malentendidos que Hegel de alguna manera canonizó en la relación de la filosofía occidental con el pensamiento del subcontinente. Otro tanto hace Lourdes Rensoli Laliga en su traducción anotada y comentada del Discurso sobre la teología natural de los chinos de Leibniz con respecto a China. Seguramente podría rastrearse toda una tradición del malentendido en el acercamiento que hizo la filosofía occidental a oriente. Tal vez esa tarea no tendría sólo el sentido negativo de un obvio (y necesario) mea culpa, sino que podría resultar reveladora en el trabajo de autoconocimiento, si es que el malentendido termina diciendo más de uno mismo que de aquello que no se llegó a comprender. En definitiva, la historia de la filosofía podría llegar a pensarse como una historia del malentendido, y esa podría ser su feliz condición de posibilidad. O no.
Lo que sigue está citado del Discours. Es notable el esfuerzo de Leibniz por entender la no-separación de materia y espíritu.
Se puede dudar de entrada si los chinos reconocen o han reconocido las sustancias espirituales, pero después de reflexionar mucho creo que sí, aunque quizás no hayan reconocido esas sustancias como separadas y completamente independientes de la materia. Nada habría de malo en eso en cuanto a los espíritus creados, pues yo mismo tiendo a creer que los Ángeles tienen cuerpos, lo cual ha sido también el criterio de muchos antiguos Padres de la Iglesia. Soy también de la opinión de que el alma razonable jamás está despojada enteramente de todo cuerpo. Pero en cuanto a Dios, es posible que la opinión de muchos chinos haya sido otorgarle también un cuerpo, considerar a Dios como el Alma del mundo y vincularlo con la materia, como lo han hecho los antiguos filósofos de Grecia y de Asia. Haciendo ver sin embargo que los más antiguos autores de China atribuyen a Li o el primer principio la producción incluso de Ki o de la materia, no hay necesidad alguna de criticarlos, es suficiente explicarlos. Se podría persuadir más fácilmente a los discípulos de estos de que Dios es INtelligentia supramundana y por encima de la materia. Así, para juzgar que los Chinos reconocen las sustancias espirituales, se debe ante todo considerar su Li o regla, que es el primer Motor y la razón de las restantes cosas, y que yo creo que corresponde a nuestra Divinidad. Entonces, es imposible entender esto de una cosa puramente pasiva, bruya e indiferente a todo y por consiguiente sin orden, como lo es la materia. El orden, por ejemplo, no viene de la Cera, sino de aquello que la forma. También los Espíritus que ellos atribuyen a Elementos, a los ríos, a las montañas, son, o bien el poder de Dios, el cual se manifiesta en ellos, o tal vez, según el parecer de algunos, sustancias espirituales particulares, dotadas de la fuerza de actuar y de algún conocimiento, así como les atribuyen cuerpos sutiles y aéreos, como los antiguos filósofos y los Padres los atribuían a los Genios o a los Ángeles. Es por esto que los Chinos se parecen a esos Cristianos que creen que ciertos Ángeles gobiernan los Elementos y los otros grandes cuerpos. Esto sería probablemente un error, pero en nada quebrantaría el Cristianismo. Durante el predominio de los Escolásticos no se condenó a aquellos que creían, con Aristóteles, que ciertas inteligencias gobernaban las esferas celestes. Y aquellos que entre los chinos creen que sus antepasados y sus grandes hombres están entre esos Espíritus, se acercan mucho a la expresión de Nuestro Señor, que insinúa que los bienaventurados deben ser semejantes a los ángeles de Dios. Es bueno, entonces, considerar que aquellos que otorgan cuerpos a los Genios o Ángeles no niegan por esto las sustancias espirituales creadas, pues conceden almas razonables a estos Genios dotados de cuerpos, como las tienen los hombres, pero almas más perfectas, como sus cuerpos son también más perfectos. Así, el Padre Longobardi y el P. Sabattini, citado por el primero, no deben concluir, del hecho de que parece que los Chinos atribuyen cuerpos a sus Espíritus, que no reconocen las sustancias espirituales.