miércoles, 5 de junio de 2013

PASEAR POR PASEAR




En Montaigne a caballo Jean Lacouture estudia los pormenores de la vida viajera de Michel de Montaigne. Uno de los capítulos del libro se llama "El trasero en la montura", en referencia a una cita del filósofo francés que dice: "sólo me gusta andar a caballo [...] si de mí dependiera formarme a mi albedrío [...] mejor pasaría yo la existencia con el trasero en la montura".
Según cuenta Lacouture, entre el 22 de junio de 1580 y el 30 de noviembre de 1581 (esto es, durante un año, cinco meses y ocho días) la ocupación principal de Montaigne fue la de viajar "a lo largo de rutas, caminos y senderos de Europa llenos de riesgos", ocupación en la cual llegó a "invertir el postulado del viajero. No se trata, hablando con propiedad, ni de búsqueda ni de huida. Su propósito no será "encontrar lo que busca, sino disfrutar lo que encuentra" (Fausta Garavini)".
Más adelante Lacouture cita un fragmento del capítulo 9 del libro III de los Ensayos, que resume un cuaderno de viaje de Montaigne. En él escribe:

viajar me parece un ejercicio provechoso: el alma adquiere en él una ejercitación continuada, haciéndose cargo de las cosas desconocidas y nuevas; y yo no conozco mejor escuela, como muchas veces he dicho, para amaestrar la vida que proponerle incesantemente la diversidad de tantas otras vidas, espectáculos y costumbres, haciéndole gustar una variedad tan perpetua de las formas de nuestra naturaleza. El cuerpo, en los viajes, no permanece ocioso, sin que tampoco trabaje, y esta agitación moderada le comunica alientos.





El de Montaigne es un tipo de testimonio poco común para la escritura filosófica, no sólo por el género literario que inventa (el ensayo) sino sobre todo por la referencia a una experiencia no deslindada del mundo. Michel Serres recuerda su disgusto al descubrir, como estudiante de filosofía, que los filósofos generalmente "no habitaban el mundo". La escritura de Montaigne es singular porque está legitimada no en la estructuración lógica o sistemática de unas ideas sino en la articulación (imperfecta, en tanto inacabada) de una experiencia mundana. En ella se cumple la manera de entender-practicar la filosofía como forma de vida a la que se refiere Pierre Hadot.
Montaigne habla sobre el viaje, pero no lo hace como alguien que sueña con viajar sino como alguien que está, realmente, de viaje. El viaje del que habla Montaigne seguramente se diferencia de los paseos que Peter Sloterdijk caracteriza como "derivados de la vida hogareña" cuando dice que "las tristemente célebres marchas de meditación heideggerianas por caminos del bosque eran aún movimientos típicos de alguien que lleva una casa a cuestas".

Sigue Montaigne:

Yo me mantengo a caballo sin desmontar (achacoso y todo como me veo), y sin molestias, durante ocho o diez horas [...] ninguna estación me es enemiga, si no es el calor rudo de un sol abrasador [...] Gusto de las lluvias y lodazales como los patos. [...] Soy tardo para ponerme en movimiento, pero una vez encaminado voy donde me llevan. Titubeo tanto en las empresas pequeñas como en las grandes, y el mismo cuidado pongo en equiparme para hacer una jornada y visitar a un vecino que para emprender un largo viaje. Aprendí a realizar aquéllas a la española, de un tirón, que son caminatas grandes y razonables. Cuando calor es extremo viajo de noche, desde que el sol se pone hasta que sale. [...]
No emprendo [una expedición] para regresar ni para completarla, sino tan sólo a fin de ponerme en movimiento; mientras éste dura, me complazco y me paseo por pasearme. [...]
Yo, que casi siempre viajo por capricho, no me oriento tan malamente; si hace mal tiempo a la derecha, me encamino hacia la izquierda; si no estoy en buena disposición para montar a caballo, me detengo y, procediendo siempre de este modo, con nada tropiezo, en verdad, que no me sea tan grato y cómodo como si en mi misma casa estuviera [...] Cuando me dejé algo que ver detrás de mí, vuelvo atrás: así es siempre mi camino, pues no trazo para seguirlo ninguna línea determinada, ni recta ni curva




No queda claro que Heidegger, en sus caminatas, llevara, como dice Sloterdijk, "una casa a cuestas". Hay párrafos, por lo menos, que parecen indicar otra cosa. Por ejemplo, en un texto de 1949 que lleva como título El sendero del campo, Heidegger escribe: "que crecer significa abrirse a la amplitud del cielo y -al mismo tiempo- estar arraigado en la oscuridad de la tierra, que todo lo sólidamente acabado prospera sólo cuando el hombre es de igual manera ambas cosas: dispuesto a la exigencia del cielo supremo y amparado en la protección de la tierra sustentadora". Sea cual sea el caso de Heidegger, lo que es seguro es que Montaigne no lleva "una casa a cuestas". Y es que, al parecer, no le hace falta, porque es capaz de encontrar (como dice en el fragmento citado más arriba) una casa en la que sentirse cómodo en las circunstancias siempre inesperadas que se le presentan. Ese disfrute que se encuentra cada vez en algo que es nuevo parece ser, para Montaigne, la condición de la buena orientación. Este tipo peculiar de adaptabilidad y no el trazado de una línea ("ni recta ni curva") es lo que le permite decir "me paseo por pasearme", dispensado del finalismo al que compromete una hoja de rutas. Es por eso que a los eventuales reproches de sus compañeros de viaje respondía, según anota su escriba en su cuaderno de viaje, "que en cuanto a él, no iba a ninguna parte, a ningún lugar fuera de aquel en el que estaba, y que no podía equivocarse ni torcer su camino, no teniendo otro proyecto que pasearse por lugares desconocidos".