jueves, 1 de julio de 2010

ECOLOGÍA SANADORA

Dejo este texto de David Loy, que estos días está visitando nuestro país, dando conferencias y talleres. No creo, como tal vez crea él, que el budismo asiático necesite del progresismo norteamericano para llenar sus baches presuntamente retrógrados. No veo con buenos ojos la universalización de una ética, sobre todo cuando la promulga, de manera más o menos directa, un norteamericano. En cambio, sí creo que nos puede venir bien a nosotros, en nuestra situación, tomar en consideración una posición budista y, como hace Loy, aplicarla a nuestros asuntos. En este sentido, el budismo socialmente comprometido que promulga Loy abre perspectivas interesantes que sirven para pensarnos y, naturalmente, transformarnos como individuos y como sociedad.







Ecología Sanadora
Profesor David Loy
Universidad Xavier, Ohio, USA

Estamos aquí para despertar de la ilusión de nuestra separación. – Thich Nhat Hanh

Me he dado cuenta claramente que la mente no es otra cosa que montañas y ríos y la amplia y vasta tierra, el sol, la luna y las estrellas.- Dogen

¿Nos ofrece el budismo alguna perspectiva especial en la crisis ecológica? ¿Las enseñanzas budistas implican una diferente manera de entender la biosfera y nuestra relación con ella en este crítico tiempo de la historia, cuando parece que hiciéramos todo lo posible para destruirla?
La comprensión de los paralelos importantes y precisos entre nuestros dilemas individuales, acorde al budismo y la actual situación de la civilización humana motivan este ensayo. ¿Significa esto que existe también un paralelo entre las dos soluciones? ¿La respuesta budista a nuestro dilema personal señala también el camino para poder resolver el dilema colectivo?
Si es así, la crisis ecológica es quizás un desafío tan espiritual como tecnológico.

El Dilema Individual.

Las cuatro Nobles Verdades se refieren todas a dukkha, pues el Buda enfatizó que lo único que le interesaba era acabar con dukkha (habitualmente traducido como sufrimiento)- Sin embargo, para acabar con mi dukkha debo experimentar anatta –la ausencia del sí-mismo– que vista desde otra perspectiva, es también mi interdependencia con todas las otras cosas.
Las enseñanzas budistas explican anatta de diversas maneras, aunque fundamentalmente niegan nuestra separación de las otras personas y también del resto del mundo natural. Por supuesto que cada uno de nosotros tiene una sensación de sí-mismo, pero en términos actuales el sentido del sí mismo es una construcción psicológica y social, sin existencia autónoma (svabhava) o una propia realidad. El problema básico con este sí mismo es su sentido engañoso de dualidad. La construcción de un sí mismo separado interno implica la construcción de un ¨otro¨ externo – un mundo objetivo que es distinto a mí. Lo especial de la perspectiva budista es su énfasis en que dukkha forma parte de esta construcción. Básicamente un sí-mismo de estas características es dukkha.
Una manera de explicar este problema es que, ya que el sentido del sí-mismo es solo una construcción mental, es siempre inseguro. Nunca se puede asegurar porque no hay nada concreto allí que pueda asegurarse. El sí-mismo construido se comprende mejor como un proceso- de hecho, como un trabajo en proceso dado que nunca está completo. Los procesos son siempre temporales, necesariamente no permanentes pero nosotros no queremos ser algo que cambie continuamente, vulnerable a las enfermedades, a la vejez y a la muerte. ¡Queremos ser reales! Así que seguimos intentando asegurarnos, a menudo con métodos que sólo empeoran nuestra situación.
Este es el núcleo de la ignorancia que el budismo enfatiza. Perdemos tanto de nuestro tiempo y energía tratando de estabilizar algo que no puede ser estabilizado -nuestro engañosos sentido del sí mismo. Tratamos de hacer esto principalmente identificándonos con cosas ¨del afuera” nuestro de manera que (pensamos) pueda proveernos el sustento que anhelamos: dinero, posesiones materiales, reputación, poder, atractivo físico, y así sucesivamente. Desde una perspectiva espiritual, la tragedia de estos intentos de solucionar el problema, es que habitualmente termina reforzando el problema actual- el sentido de que hay un ¨yo¨ que está separado de otros, que necesita hacerse más real. Esto significa que, no importa cuánto dinero, etc. puedo acumular, siento que nunca me es suficiente.
¿Cuál es la solución budista a este dilema? No deshacerse del sí-mismo. Eso no se puede hacer, y no necesita hacerse, porque nunca hubo un sí-mismo. Solamente necesitamos ¨despertar¨ y mirar a través de la apariencia engañosa de un sí-mismo separado. El sentido del sí-mismo necesita ser demolido y reconstruido. Cuando se ¨deja ir¨ nosotros despertamos y nos damos cuenta de nuestra verdadera naturaleza: yo no estoy ¨adentro¨, escudriñando el mundo objetivo allá afuera. Mas bien, ¨Yo¨ soy lo que todo el mundo hace, justo aquí y ahora, en este preciso momento y lugar. Todos los demás también son una manifestación del todo. El cuidado del todo, entonces, se vuelve tan natural como el cuidado de mi propia pierna.
Esta comprensión no resuelve instantáneamente todos nuestros problemas, pero nos revela cómo el sentido del sí-mismo puede tornarse más “permeable¨ y nos relacionamos a los demás de una forma menos dualística, con la comprensión de que nuestro propio bienestar en última instancia no puede ser diferenciado del bienestar de ellos.
(El camino del bodhisattva en el Budismo Mahayana se presenta frecuentemente como unsacrificio personal: un bodhisattva podría elegir dejar el mundo y transformarse en Buda, sin embargo él o ella se queda cerca para ayudar al resto. Pero hay otra forma de entenderlo. Seguir el camino del bodhisattva es simplemente un estado más avanzado de la práctica espiritual: si no estoy separado de los demás, ¿cómo podría estar iluminado a menos que ellos lo estuvieran también?).
Para resumir: el sentido del sí-mismo no es algo real ni tiene una existencia propia sino que es una construcción psicológica, que incluye un sentido de separación de otros. Nuestro dukkha más profundo es que nos sentimos desconectados del resto del mundo, y este sentimiento no es confortable porque es inseguro. Hacemos muchas cosas que (anhelamos) nos hagan sentir más reales, sin embargo frecuentemente tienen el efecto opuesto: ellos refuerzan ese sentido de separación. No importa lo que tengamos o hagamos, nunca es suficiente. Mientras no podamos liberarnos de un sí-mismo que no existe, necesitamos ¨darnos cuenta¨ y comprender que es engañoso. Esto resuelve la cuestión existencial acerca del significado de nuestra vida: realizando mi no dualidad con el mundo me libero para vivir como yo elijo, pero eso será naturalmente un camino que contribuya al bienestar del todo, ya que yo soy una manifestación de ese todo.
Asombrosamente, esta descripción del dilema individual se corresponde exactamente con nuestro actual dilema ecológico.


Nuestra situación colectiva

El problema es si ¨sí-mismo separado=dukkha¨ es válido también para nuestro mayor sentido colectivo del sí-mismo: la dualidad entre nosotros como especie, Homo sapiens sapiens, y el resto de la biosfera.
Nosotros no sólo tenemos sentido individual del sí-mismo, también tenemos si-mismos grupales. Yo no soy únicamente David Loy, soy varón, americano, caucasiano y así sucesivamente. Así como nuestro sentido individual del sí-mismo se vuelve problemático, así los sentidos colectivos de sí mismos son frecuentemente problemáticos, porque ellos también diferencian los de adentro de los de afuera: los hombres de las mujeres, los americanos de los rusos (¿o ahora serán los chinos?), etc. y por supuesto los que están adentro son mejores que los de afuera.
Para que haya un paralelismo entre el sentido individual del sí-mismo y el sentido colectivo del sí-mismo de la humanidad, debe ser verdadero lo siguiente:
1. La civilización humana es un constructo.
2. Este constructo ha llevado a un sentido colectivo de
alienación del mundo natural que causa dukkha.
3. Este dukkha contiene una ansiedad colectiva acerca de lo que significa ser humano-que es una confusión fundamental acerca de qué deberíamos estar haciendo como especie.
4. Nuestra respuesta a esa alienación y ansiedad -la tentativa colectiva de asegurarnos o anclarnos tecnológica y económicamente- está empeorando las cosas.
5. No podemos ¨volver a la naturaleza¨ porque nunca la hemos dejado, pero tenemos
que comprender nuestra no dualidad con el resto de la biosfera y todo lo que eso
implica.
6. Esto resolverá nuestro problema existencial colectivo acerca de qué significa ser
humano. Con nosotros la biosfera se vuelve auto-consciente. Nuestro rol hoy es sanarla y así sanarnos.
Nuestro primer reclamo respecto de que la civilización humana es algo que hemos construido es hoy una perogrullada, no obstante no es algo que la mayoría de las sociedades tradicionales premodernas entendieran. Occidente está en deuda con la Grecia clásica por esta introvisión, que distingue nomos -las convenciones de la sociedad humana (incluyendo la cultura, la tecnología, etc.)- de phusis, los modelos naturales del mundo físico. Los griegos comprendieron que a diferencia del mundo natural, todo lo que es convención social puede ser cambiado: podemos reorganizar nuestras propias sociedades y de esa forma (intentar) determinar nuestro propio destino. Por ejemplo, Platón hizo planes detallados para reestructurar la ciudad-estado griega en dos de sus escritos La República y Las leyes.
Hoy nos resulta difícil comprender que las sociedades tradicionales no se dieran cuenta de esta diferencia entre convenciones naturales y sociales. Sin nuestro sentido de desarrollo histórico y por ende de posibilidades futuras, la mayoría de los pueblos pre modernos aceptaban sus convenciones sociales como inevitables, porque eran tan naturales como sus ecosistemas locales. Los gobernantes podrían ser derrocados, pero nuevos gobernantes tomaban su puesto en la punta de la pirámide social, que también era una pirámide religiosa: los reyes eran dioses o símil de dioses porque tenían un rol especial que consistía en apaciguar los poderes trascendentes que vigilaban el mundo creado.
Frecuentemente los hombres cumplían una importante función custodiando la marcha del cosmos: por ejemplo, los aztecas necesitaban sacrificios humanos masivos porque la sangre era necesaria para mantener el rumbo correcto del dios-sol a través de los cielos. Entendiendo nuestra propia sociedad como justificadas disposiciones sociales naturales que ahora vemos como inaceptables. No obstante había un beneficio psicológico razonando de esa forma: tales culturas compartían un sentimiento colectivo de significado que hoy hemos perdido. Para ellos, el significado de sus vidas fue construido en el cosmos y revelado por la religión, dando por sentado ambas cosas. Para nosotros, por el contrario, el significado de nuestras vidas y de nuestras sociedades se convirtió en algo que tenemos que determinar por nosotros mismo en un universo cuyo significado (si hay alguno) ya no es obvio. Aun si elegimos ser religiosos, debemos decidir entre varias posibilidades, lo que disminuye la seguridad espiritual que proveía la afiliación religiosa tradicional. Mientras disfrutamos libertades que las sociedades pre-modernas no proporcionaban, el precio de esa libertad es la pérdida de esa característica de ¨seguridad social¨: el bienestar psicológico básico que resulta de conocer el rol y el lugar que ocupamos en la sociedad y en el mundo.
En otras palabras, parte de la rica herencia cultural que los griegos legaron a Occidente-para bien o para mal- es una creciente ansiedad acerca de quiénes somos y qué significa ser humano. La pérdida de la fe en Dios nos dejó sin timón, tanto individual como colectivamente. Gracias a la cada vez más poderosa tecnología, pareciera que podemos llevar a cabo casi todo lo que deseamos hacer - aunque no sabemos qué debemos hacer, cuál es nuestro rol. ¿En qué clase de mundo deseamos
vivir? ¿Qué clase de sociedad debemos tener? Si no podemos depender de Dios o de dirigentes similares a dioses que nos lo digan, nos volcamos hacia nosotros mismos y nuestra carencia de cualquier base sólida que sea mejor que nosotros mismos es una fuente profunda de dukkha.
Recapitulando, nuestro sentido colectivo de separación del mundo natural devino en una constante causa de frustración. Cuanto mayor es nuestra alienación de la naturaleza, mayor es nuestra ansiedad. ¿Cuál fue nuestra respuesta colectiva a este dilema?
Recordemos cómo reaccionamos habitualmente frente a nuestro dilema individual. Trato de hacer más real mi sentido ansioso del sí-mismo ¨interno¨ apegándome a objetos del mundo ¨exterior¨, tales como el dinero, la fama y el poder. Con prescindencia de cuánto puedo tener, nunca me es suficiente, porque no pueden apaciguar la ansiedad básica, que proviene de la inseguridad inherente al sentido del sí-mismo. Esas ¨soluciones¨ refuerzan el problema, que es el sentimiento de separación o distancia entre mi persona y los otros… ¿Existe un paralelismo colectivo a esta clase de compulsiones?
Cuando hacemos la pregunta de esta forma, la respuesta es obvia. ¿Qué motiva nuestra actitud hacia el crecimiento económico y el desarrollo tecnológico? ¿Cuándo consumiremos lo suficiente?
¿Cuándo serán suficientes las ganancias de nuestras mega-corporaciones? ¿Cuándo nuestro Producto Bruto Nacional será lo suficientemente grande? ¿Cuándo tendremos toda la tecnología que necesitamos? ¿Por qué más es siempre mejor si nunca es suficiente?
La verdad es que la tecnología y el crecimiento económico por sí mismos no pueden resolver el problema humano básico acerca del sentido de nuestras vidas. Como no estamos seguros de qué otra forma se resuelve ese problema, ellos se han convertido en un sustituto colectivo, formas seculares de salvación que anhelamos pero nunca lo logramos completamente, porque los medios se han convertido en fines. Puesto que no sabemos a ciencia cierta adonde queremos ir, o qué debemos valorar, nos hemos vuelto obsesivos con un control cada vez más creciente.
Al carecer de la seguridad que proporciona el conocer el lugar y rol de uno en el cosmos, hemos estado tratando de crear nuestra propia seguridad. La tecnología moderna, en particular, se ha convertido en nuestro intento colectivo de dominar las condiciones de nuestra existencia. En efecto, hemos estado intentando remodelar la tierra para adaptarla completamente al servicio de nuestros propósitos, hasta que todo se convierta en sujeto de nuestra voluntad, un ¨ recurso” que podemos usar. Irónicamente, sin embargo, esto no nos proporcionó la sensación de seguridad y de sentido que anhelamos. Nos hemos vuelto más ansiosos, no menos.
Si estos paralelos son válidos -una precisa descripción de nuestra situación colectiva- algo parecido a una crisis ecológica es inevitable. Tarde o temprano nos golpearemos contra los límites de este compulsivo pero condenado proyecto de crecimiento ilimitado y con insuficiente control. Y si nuestra creciente confianza en la tecnología como solución a tales problemas es en sí mismo un síntoma de este vasto problema, la crisis ecológica requiere algo más que una respuesta tecnológica (a pesar de que los cambios tecnológicos son ciertamente necesarios, por supuesto). La dependencia
de tecnologías cada vez más sofisticadas y más poderosas tiende a agravar nuestro sentido de separación del mundo natural, mientras que cualquier solución exitosa (si aún se sostiene el paralelismo) debe incluir el reconocimiento de que formamos parte del mundo natural. Eso también significa aceptar nuestra responsabilidad en cuanto al bienestar de la biosfera porque en última instancia su bienestar no puede separase del nuestro. Si entendemos correctamente, el cuidado que ejerza la humanidad sobre el bosque tropical es como si yo cuidara mi propia pierna. ¿No suena familiar?
¿Incluye esta solución ¨el retorno a la naturaleza¨? Eso sería como deshacerse del sí-mismo: algo ni posible ni deseable. No podemos volver a la naturaleza porque nunca la hemos dejamos. El entorno no es simplemente ¨el entorno¨- o sea el lugar donde vivimos. Más bien, la biosfera es la tierra de la cual y dentro de la cual surgimos. La naturaleza se auto-concientiza dentro nuestro y como nosotros. La tierra no solamente es nuestra casa, es nuestra madre. En efecto, nuestra relación es aún más íntima, porque nunca podemos cortar el cordón umbilical. Individualmente, el aire en mis pulmones, como el agua y la comida que entra en mi boca y pasa a través de mi sistema digestivo es parte de un sistema más vasto que circula en mí. Mi vida es un proceso de disipación que depende de esa circulación interminable y contribuye a ella. Colectivamente es lo mismo.
Nuestros productos de desecho no desaparecen cuando encontramos algún otro lugar donde verterlos. El mundo es lo suficientemente grande como para que seamos capaces de ignorar por un tiempo estos problemas, pero lo que acontece alrededor eventualmente retorna. Si ensuciamos nuestro nido no hay otro lugar adonde ir.
De acuerdo con este entendimiento, nuestro problema no es la tecnología en sí misma, sino las obsesivas maneras con las que hemos sido motivados para explotarla. Sin esas motivaciones seríamos capaces de evaluar mejor nuestras tecnologías, a la luz de los problemas ecológicos a los que ellas han contribuido, así como a las soluciones ecológicas que deberían ofrecer. Dado todos los riesgos a largo plazo asociados a la energía nuclear, por ejemplo, no puedo ver esto sino como una solución miope a nuestras necesidades energéticas. En lugar de combustibles fósiles, la respuesta deberá ser fuentes de energía renovables (solar, eólica, etc.) junto con una reducción radical de la demanda de energía. En la medida que asumamos la necesidad de una continua expansión económica y tecnológica, la posibilidad de una abrupta reducción de la demanda energética es absurda. Una nueva comprensión de nuestra situación básica nos abriría otras posibilidades.
¿Pero cómo resuelve esto la ansiedad básica que nos persigue en este momento, porque nosotros debemos crear nuestro propio sentido en un mundo donde Dios ha muerto? Nos guste o no, la conciencia colectiva e individual del yo nos distancia de las visiones del mundo pre moderno y del sentido de la vida “natural” que ellas proporcionaban. Tampoco quisiéramos retornar a semejantes visiones constrictivas del mundo –a veces mantenidas por la fuerza- aun si pudiéramos. ¿Pero qué otras alternativas tenemos? Recuerden que seguir el camino budista nos libera de la compulsión individual de asegurarnos dentro del mundo. No necesitamos volvernos más reales siendo ricos o famosos, o poderosos o hermosos. Esto es así no porque uno se identifique con algún otro reino espiritual. Más bien es que nos damos cuenta de nuestra no dualidad con este mundo cuando somos capaces de salir de tales apegos.
¿Cómo afecta esto al sentido de nuestra propia vida? El bodhisattva tomó el voto: “Aunque los seres vivos son innumerables, tomo el voto de salvarlos a todos”. Él o ella asume el mayor de los roles posibles, uno que nunca puede llegar al final. Sin embargo tal compromiso no es compulsivo, fluye naturalmente al entender que ninguno de esos seres está separado de uno mismo.
Esto sugiere un paralelo final entre lo personal y lo colectivo. Dadas las crisis ecológicas que ya comenzaron, nuestra especie necesita convertirse en el bodhisattva colectivo de la biosfera. La humanidad descubrirá el sentido que busca en la tarea continuada y a largo plazo, de reparación de la ruptura entre la madre tierra y nosotros. Esa sanación nos transformará tanto a nosotros como a la biosfera.

Traducción: Nadina Holan
Fundación Maitreya