viernes, 27 de agosto de 2010

RAIMON PANIKKAR (1918-2010)







Aquella "meditación sobre la muerte" -μελέτη θανάτου, diría Platón (Phaid. 91 a)- que desde la antigüedad, tanto oriental como occidental, ha venido siendo el consejo de los sabios para alcanzar la sabiduría de la vida encuentra aquí un comentario profundo por su sencillez.
No pesimismo, porque todo cae y muere, porque nuestros cuerpos envejecen y se descomponen; no tensión ante la muerte, ni tampoco deseo más o menos morboso de morir; no especulación sobre la vida o sobre el más allá. Sencillamente el reconocimiento de la realidad y el respeto de lo que es -como nos lo había enseñado diciendo que era bueno que "las piedras sean piedras" (cf. Mt IV, 3-4; Lc IV, 4). Es bueno reconocer no que debo desaparecer, no que me esperan en otro lugar, no que tengo prisa por irme ni que, por el contrario me aferro a los que han vivido conmigo, sino reconocer que nuestra hora debe llegar en un momento u otro, y es bueno que así sea, porque la ex-sistencia temporal debe resucitar, entrar en la "sistencia" tempiterna, en el manere del Espíritu. Cuando le piden que se quede con ellos y lo reconocen, inmediatamente desaparece (Lc XXIV, 29-31). "La vida no muere", como dice un texto védico (CU VI, 11,3). Vita mutatur, canta la liturgia cristiana: "la vida cambia, no desaparece". Es bueno que el tiempo no se pare en nosotros ni nosotros en el tiempo.

RAIMON PANIKKAR, La plenitud del hombre (1998)